SOCIEDAD
UNA HERIDA INCURABLE

A diez años de la tragedia de Cromañón, los recuerdos vivos de los que ya no están

A través de los objetos preferidos de sus seres queridos, trazan una semblanza de ellos y sienten que los tienen más cerca.

Nilda Gómez mantiene intacta la habitación de su hijo. El placard con su ropa es “su tesoro”.
| Pablo Cuarterolo

Los posters de bandas que le encantaban. Esa remera pintada por sus manos. Ese juguete que se convirtió en su preferido. Ese instrumento que era como un amigo inseparable. Esa habitación que quedó intacta una década después. A diez años de la tragedia, los padres de las víctimas de Cromañón buscan mantener viva la memoria de sus hijos a partir de los objetos que les pertenecieron. “Tocar sus cosas es como estar más cerca de él”, coinciden.

Santuario. Mariano Benítez (20) pasaba horas en su habitación de su casa en José C. Paz, donde vivía con su familia. Las paredes del dormitorio están cubiertas de posters de La Renga, Metallica y Callejeros. Entre esos papeles se entremezclan pintadas y frases de canciones, que se esconden en el canto de los cajones, en las puertas del placard o en la pared.

El 30 de diciembre de 2004, Mariano fue con su amigo Gustavo Marchiano (21) en tren hasta el boliche República de Cromañon, en Once. Ambos perdieron la vida junto a otras 192 personas que habían ido al recital de Callejeros.

Desde entonces, en la habitación de Mariano todo está igual. “Quiero que todo quede tal cual lo dejó. Sólo cambio la cinta scotch cuando se desprende algún poster”, aclara su mamá, Nilda Gómez. En el ropero están sus remeras dobladas y otras hechas un bollo. Nilda las acaricia, pero se cuida de no desacomodarlas. Desde hace diez años que están en el mismo lugar. “Está prohibido limpiar la ventana, porque no quiero que se borre lo que Mariano escribió en los vidrios”, cuenta. La cama fue lo único que sacaron de la habitación porque ella pasaba muchas noches durmiendo allí y no le hacía bien. La reemplazaron por un escritorio, que fue el que Nilda usó para terminar la carrera de Abogacía. “Mi casa se convirtió en un ‘atrapador de tiempo’, en vez de un ‘atrapador de sueños’. Todo está en su lugar para conservar el tiempo”, explica.

Gustavo Marchiano también tenía un sector de su casa exclusivo para él. Además de sus amados posters de bandas, tenía un escritorio en donde pasaba mucho tiempo dibujando y pintando remeras. “Era un artista”, lo recuerda su mamá, Marisa, mientras recorre con su mano el dibujo de la remera y contiene las lágrimas.

Ella todavía se encarga de lavar, planchar y doblar una y otra vez su ropa. “Si me deshago de sus cosas, siento que me desprendo de sus recuerdos”, comenta. Una de las remeras más significativas para ella es una verde que su hijo terminó de pintar, pero no llegó a estrenar.

Osito. “Ahora éstos son mis tesoros”, dice Alejandro Gómez mientras se aferra a un osito marrón que era de su hijo y a la última foto que le sacó, una semana antes de la tragedia. Pablo Gómez estaba entusiasmado porque sus tíos le habían prometido llevarlo al recital de Callejeros, grupo del que era fanático a pesar de tener sólo 9 años. A pocas horas de salir rumbo a Cromañon, su papá lo puso en penitencia porque se había peleado con uno de sus hermanos. “Lloraba tanto porque no lo dejaba ir que me dio pena y cuando le dije que iría me puso una carita de felicidad...”, rememora el hombre con la angustia contenida en sus ojos.

Pablito se puso la remera amarilla de Callejeros, unas bermudas y un buzo de los Simpson atado a la cintura. Se fue con otros seis familiares. Fue el único de ellos que no logró sobrevivir, murió después de estar siete días internado. “Me pasé muchas noches durmiendo sobre la tumba de mi hijo”, confiesa Alejandro, y comenta que colocó una repisa en su dormitorio para los juguetes que durante estos últimos diez años le compró a su hijo y no pudo regalarle. También guarda una alcancía con monedas y chicles. “Le regalaban diez centavos y era feliz. Creo que hoy sería un joven con mucha vitalidad y tan terrible como era de chico”, dice esbozando una sonrisa.

Estudios. “Querida mamá: Gracias por cuidarme y por comprarme juguetes”. Esta cartita la escribió Sergio Ruiz cuando tenía 7 años. Ahora forma parte de la caja de los recuerdos que atesora su mamá, Amelia. “Todas estas cositas las tengo a mano y las veo cuando no puedo más del dolor. También tengo su colección de autos y sus libros. Le encantaba leer”, destaca. “Cromañón nos dejó una herida muy profunda que no va a cerrar nunca”, comenta la mujer que perdió a su hijo a los 21 años.
Amelia abraza el guardapolvo de egresados del Comercial 33 de Sergio. Relee por undécima vez los escritos en la tela blanca de los compañeros del chico.

La acompaña Isabel Rodas, que perdió a su hijo Abel González (25) en la misma tragedia. “Mi hijo también era muy aplicado. Sabía tocar la guitarra, la armónica y el bajo”, cuenta la mujer. “Tocaba de oído, nunca fue a un profesor”, se enorgullece. Abel enseñaba música a los chicos del barrio de Lanús que se acercaban a su casa. Isabel guarda los instrumentos de su hijo para sentirlo más cerca.

Pasiones. Verónica Valsangiacomo (25) y su mamá, Rosa David, tenían algunos roces, pero todo se olvidaba cuando la mujer se sentaba a observar cómo su hija hacía manualidades. “Ese era nuestro lugar de encuentro. Yo la ayudaba con cosas chiquitas y siempre nos reíamos porque las cosas que yo le hacía quedaban feas y las de ella, hermosas”, recuerda. Verónica tejía chales, hacía velas y lámparas. La chica perdió la vida junto a su hermano, Mariano, en Cromañon.

Teodora Silva se aferra a las camisetas de Independiente de Jorge (20) y Nelson (21) Pereira para intentar mermar la angustia y el vacío que la invade por la pérdida de sus dos hijos varones. “Toda la familia es hincha del Rojo”, cuenta. Los chicos habían llegado a la Argentina desde Paraguay cuando eran bebés y aquí forjaron su amor por Independiente y el rock nacional. “Ahora mi única terapia es llevarles flores al cementerio”.

El martes 30 habrá misa y marchas
El próximo martes se cumplen diez años de una de las tragedias no naturales más terrible de la historia argentina, en donde 194 personas perdieron la vida en el boliche República de Cromañón, de Once. Una bengala prendió fuego la media sombra que cubría el techo y generó un humo tóxico que mató a muchos de los que presenciaban el recital de Callejeros. Para recordar este aniversario se realizarán distintos actos. Mañana a las 18.30 se inaugurará la “peatonal de la memoria”sobre la calle Mitre, donde se encuentra el santuario de las víctimas de Cromañón. “La calle que los vio felices por última vez y luego fue tapizada por los cuerpos de nuestros hijos será la peatonal de la memoria”, informa la Asociación Familias por la Vida, integrada por padres de las víctimas de la tragedia. El martes 30 tendrá lugar una jornada intensa que comenzará a las 10 en Plaza de Mayo, habrá una misa en la Catedral y terminará con una marcha desde allí hasta el santuario, en Once, por la noche. Por su parte, los seguidores de Callejeros se concentrarán en el Obelisco, a las 19, pidiendo, entre otras cosas, la absolución de la banda.