No es algo nuevo. En realidad reaparece cada año, para la misma fecha. Crece como una infección, se expande, y al final se extingue. Es como una pequeña guerra privada, que si tiene una razón de ser es hacerle sentir a sus detractores que, en última instancia, ellos también participan del evento, forman parte.
Los detractores de la Feria del Libro son, en última instancia, tan inofensivos como los detractores del humo (menuda lección tuvieron hace poco, cuando fue posible convivir en medio de una humareda persistente sin que las calles quedaran regadas de cadáveres: el humo también es inofensivo).
La Feria del Libro no difiere de cualquier otra feria barrial. Hay gente que vende libros y otra gente que los compra. O que al menos los mira. No es que crea que los libros pueden ser portadores de más felicidad que un zapallo. A mí, en lo personal, me deparan mucha más felicidad, pero puedo comprender perfectamente que alguien sea feliz comprándose un par de zapatos, y no creo que el dinero esté mejor invertido en libros que en cualquier otra hortaliza (además del zapallo, digo).
De modo que la Feria con mayúscula no difiere mucho de cualquier feria con minúscula. No hay que buscar la satisfacción en todos y en cada uno de los instantes de la vida. Y la Feria del Libro no difiere tanto de la vida. De hecho es parte de nuestra vida.
El problema que sufren los detractores es que le piden a la Feria más de lo que la Feria puede dar. Libros, nada más. Libros de especie variada. Y la Feria es como una selva, a la que hay que entrar siguiendo las pistas del fuego, el aire, el agua y la tierra. Hay que saber oler. Y sobre todo no preguntar. Deambular mudos, mirando. Eso es todo. Si algo aparece, bien, habrá sido una buena Feria. Si no aparece nada, habrá sido una Feria más.
En mi caso, fue una buena Feria: encontré Al sur del Edén, de David Mamet, una especie de memoria en la que Mamet habla de cómo restauró su casa de madera en Vermont, rodeada de campos y huertos. Un libro que habla acerca del pánico de perderse en los bosques y de la emoción de cazar ciervos con arco y flecha.
El libro comienza con una reflexión aplicable a la Feria: "Existe un misterio de lo evanescente que está presente de forma regular, intermitente, y se diferencia del conocimiento consciente". Yo siento eso en la Feria del Libro. Jamás se encuentra lo que se busca, pero si se está atento y abierto a la aparición de lo inesperado, bueno, puede ser que uno vuelva a casa con algo interesante bajo el brazo.
Parafraseando a Lichtenberg: "La Feria es como un espejo: si se mira en ella un mono, no va a reflejarse un apóstol".
* Subeditor del suplemento Cultura del diario Perfil.