Todo lo que pasó con Julio Cortázar como escritor, tras su muerte en 1984, tiene que ver con esta mujer pequeña y sonriente, fallecida hoy en París a los 94 años. Antes de esto, Aurora Bernárdez fue el gran amor de la vida del escritor, aunque éste estuviera en pareja en otras dos ocasiones tras su divorcio. “La perfecta complicidad, la secreta inteligencia que parecía unirlos era algo que yo admiraba y envidiaba en la pareja tanto como su simpatía, su compromiso con la literatura y su generosidad para con todo el mundo”, recordó el escritor peruano Mario Vargas Llosa sobre la pareja.
Aurora Bernárdez tradujo desde el francés, el inglés y el italiano al español a autores como Gustave Flaubert, William Faulkner, Vladimir Nabokov, Ray Bradbury, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Paul Bowles, Lawrence Durrell, Italo Calvino y Albert Camus. Aunque todos sabían que no era la “Maga”, sí fue la otra Maga, la auténtica, la que impulsó a Cortázar a escribir “Rayuela”, la que siguió siendo su amiga después de dejar de ser su mujer, y estuvo junto a él en su lecho de muerte y luego se convirtió en su albacea literaria, guardiana de toda su obra.
Nacida en Buenos Aires, el 23 de febrero de 1920, Bernárdez estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires (UBA), se graduó de licenciada en Literatura y una tarde de 1948 conoció a Cortázar a través de su amiga, también escritora, Inés Malinow, que relató así el encuentro: “Yo lo conocí por esa época. Salimos un par de veces a tomar café y hablar de literatura. Aurora Bernárdez era mi amiga, le comenté y quiso conocerlo. Así, una tarde, en el café Boston, la cité a ella, a Julio y al escritor Pérez Zelaschi y se conocieron. Después ellos empezaron a tratarse. Todavía Julio era un desconocido”. Esa joven de “nariz respingadísima”, como la describió el propio Cortázar, encontró muchas afinidades intelectuales con el escritor desgarbado que pronunciaba mal las erres, y ambos establecieron un vínculo indestructible, a pesar de los vaivenes de la vida.
La relación se afianzó en 1952, cuando ambos abandonaron Buenos Aires para instalarse modestamente en París: “Comíamos kilos de papas fritas, hacíamos los bifes casi clandestinamente porque en la pieza del hotel no había cocina, ni se nos autorizaba cocinar, abríamos la ventana del cuarto para que no humeara tanto”, recordaría ella más tarde, ya separados”, recordó años más tarde. “En la UNESCO les llegaron a ofrecer un trabajo permanente, lo que era una lotería, pero lo rechazaron porque decían que necesitaban mucho tiempo para leer y escribir. A los funcionarios de la UNESCO les provocó casi un infarto”, relató Vargas Llosa.
Contrajeron matrimonio por civil, el 22 de agosto de 1953, en el barrio parisino de la Mairie. Quienes los conocieron por aquellos primeros años han recordado en muchas ocasiones una pareja encantadora, niños sabios y eruditos, curtidos en las más gloriosas artes de la conversación literaria. “Hasta la última vez que los vi juntos, en 1967, en Grecia”, cuenta Vargas Llosa, “nunca dejó de maravillarme el espectáculo que significaba oír conversar y ver a Aurora y a Julio en tándem. Todos los demás parecíamos sobrar”.
A fines de los años ‘50 vivieron en un departamento de la Rue Pierre Leroux, donde Cortázar empezó a escribir “Rayuela”. Posteriormente, el escritor consiguió un suculento contrato para traducir las obras completas de Edgar Allan Poe para la universidad de Puerto Rico, un trabajo en el que Aurora colaboró y que está considerado por los críticos como la mejor traducción del escritor estadounidense. Con los 15.000 pesos que le pagaron, Cortázar compró un viejo galpón en París para vivir.
“Todo lo que decían era inteligente, culto, divertido, vital”, dijo Vargas Llosa sobre el matrimonio. “Muchas veces pensé: ‘No pueden ser siempre así. Esas conversaciones las ensayan en su casa, para deslumbrar luego a los interlocutores con las anécdotas inusitadas, las citas brillantísimas y esas bromas que, en el momento oportuno, descargan el clima intelectual”, agregó. Cuando terminó de escribir "Rayuela" (1962), Cortázar le escribió a Paco Porrúa, director literario de Editorial Sudamericana: “El libro tiene un sólo lector: Aurora. Su opinión del libro puedo quizá resumírtela si te digo que se echó a llorar cuando llegó al final”.
En lo más alto de la felicidad personal, la pareja Cortázar – Aurora viajó a Cuba en 1963. Cortázar volvió a París convertido en un escritor político, bastante próximo al castrismo y una cierta izquierda hispanoamericana. Aurora volvió horrorizada: no deseó volver nunca a La Habana. Por motivos económicos se trasladaron a Florencia y luego a Roma, donde la vida diaria se les hacía menos cara, para regresar a París un año más tarde.
La separación definitiva de la pareja puso fin a una historia maravillosa, que Aurora Bernardez vivió en relativa soledad, luego de que él le fuera infiel. Aurora lo supo y quiso la ruptura. El escritor, en cambio, quiso mantenerse al lado de Bernárdez, pero no lo logró. Mantuvo un romance con la editora y escritora lituana Ugné Karvelis y años más tarde se casó con la escritora y fotógrafa Carol Dunlop.
En los años ‘80, Cortázar enfermó de leucemia, una enfermedad que lo desgastó de a poco, y Aurora se convirtió en la única heredera de su obra publicada y de sus textos. Lo había acompañado durante toda su enfermedad, como cuenta Enzo Maqueira en su libro “Julio Cortázar, el perseguidor de la libertad”: “Su exmujer resultó una presencia imprescindible en el ocaso de su vida. Le preparaba la comida, lo ayudaba con los quehaceres domésticos y acompañaba sus llantos con amor maternal”.
Después del fallecimiento, en 1984, fue Aurora la que se encargó de revitalizar la obra del gran cronopio, que sigue siendo leído en todo el mundo de habla hispana, como si nunca hubiera desaparecido. “Pequeña y activa, en su casa de París se movía de un cuarto al otro, de una planta a otra para atender a las visitas, para buscar un libro o mostrar una foto. Todos los días daba largos paseos, leía mucho y cumplía con su trabajo: el cuidado de la obra de Cortázar”, narra Julia Saltzmann, amiga personal de Aurora. Los últimos meses de su vida los vivió “más que feliz”, porque coincidieron con los homenajes, exposiciones y conferencias que se le hicieron a Cortázar en París y Buenos Aires al cumplirse 100 años de su nacimiento.