Silvia Curto es la “cigüeña”. Oscar Padilla es el “partero”. Así se denomina esta pareja de argentinos que, en su taller de Pompeya, crean reborns (en inglés, “renacidos”), bebés de juguete hiperrealistas con certificado de nacimiento, olor a recién nacido y corazón mecánico que palpita. Ellos dicen que los “dan en adopción”, pero el fenómeno, surgido en Alemania y extendido a todo el mundo, funciona en realidad tanto como herramienta terapéutica como arte coleccionable o práctica para madres primerizas, entre otras razones que esgrimen quienes los incorporan a su vida cotidiana con total naturalidad. Son tan perfectos que tienen cuerpos que no parecen ser de vinilo.
Se llaman así porque es el término que se utiliza para denominar el proceso que convierte las partes plásticas de un muñeco normal en un bebé de tamaño, peso y textura reales. El procedimiento insume unas sesenta horas: injertar cabello individualmente con aguja, recrear las expresiones faciales, aplicar cincuenta capas de pintura e insertar mecanismos que simulan latidos. El resultado: un muñeco que pesa, se siente y hasta huele como un bebé, gracias a un perfume de larga duración que usan en su fabricación. Pero no lo es.
También generan polémica cuando se los utiliza como terapia ante la pérdida de un hijo o la imposibilidad de tener uno (ver aparte).
Curto es la primera “rebornista” argentina, y Padilla es su marido. Son padres biológicos de cuatro hijos, y les gusta definirse como “padres simbólicos” de las decenas de bebés que su empresa, Tiernos Angelitos, vende desde hace cinco años. Los precios varían acorde al esfuerzo de realización: aunque en promedio rondan los 20 mil pesos, varían entre 15 mil y 80 mil pesos por creación.
“El reborn tiene una energía particular, es único: busca transmitir la calma de tener un bebé en brazos”, explica Curto. ¿Quiénes los adoptan? “Gente con problemas cardíacos, coleccionistas de muñecas, mujeres que atraviesan el duelo de perder a un hijo, o quienes simplemente eligen tenerlos para que sus hijos sientan que tienen un hermanito”, explica.
Para practicar. Julieta R. tiene 32 años y cuatro bebés reborn que sienta delante del televisor, cada uno en su sillita. Su rutina arranca a las 7 de la mañana con una mamadera –imantada– y un baño para cada uno. Les cambia la ropa, los coloca en la cuna y parte a trabajar. Al retorno, un paseo con cochecito doble por la avenida Callao. “Me quería preparar para ser madre: no hay nada inusual en practicar con un muñeco. Empecé con Leila, la más chiquita, y después quise más”, sostiene. “Yo sé que no son reales, esto es mi hobby”, finaliza.
Julieta invirtió cerca de 90 mil pesos en Leila, Camille, August y Julie. Los gastos accesorios suman cochecitos, ropa, mamaderas y más. El juego se facilita con los sistemas que pueden integrarse al reborn: molleras que laten, lágrimas y sonido de llanto, cabello que crece con un mecanismo especial y pechos con latidos y que se mueven con la respiración.
Coleccionistas. También existe un grupo cerrado, en su mayoría femenino, que los colecciona como objetos de arte y se reúne para compartirlos una vez por mes: “Los tenemos como una manera de darnos un gusto y poder jugar”, explica Josefina, moderadora del grupo Arte Reborn Argentina, que separa lo que identifica como un juego del verdadero rol de ser madre: “Ninguna le da la teta, no los sacamos a pasear: somos coleccionistas”, sentencia. Sabrina, que tiene diez reborns, coincide: “Se lo recomiendo a todo el mundo: es volver a jugar”.
Cuando se convierten en arte
La artista y fotógrafa estadounidense Jamie Diamond se sumergió en la subcultura reborn por casualidad. A partir de su interés por este fenómeno, armó la muestra Prometo ser una buena madre, que definió como una interpretación de su infancia. Se puso en contacto con la comunidad reborn de California: “Mi interés se disparó y tuve que aprender a hacerlos”, explica. Tras meses de práctica, la fotógrafa abrió su propia nursery, Bitten Apple, para la venta por internet de sus creaciones.
La fabricación toma unos apropiados nueve meses y, tras la entrega, Diamond retrata el vínculo entre su creación y una nueva madre. La serie Mother Love trata de sus propios reborns cuando son entregados a su nuevo hogar. También hace muñecos de niños de edades más avanzadas, hasta los cuatro o cinco años. “Hay algo único entre un bebé o un niño reborn y quien lo adopta”, sostiene la multifacética artista