Vivieron por Flores, fueron de caza por Barracas, se alimentaron en el Obelisco y realizaron la digestión en Plaza de Mayo. Esas cosas, entre otras, hicieron una serie de animales fabulosos que habitaron el mismo lugar en donde muchos años después se fundaría dos veces la Ciudad de Buenos Aires.
Según cuenta el investigador del Conicet y del Museo Argentino de Ciencias Naturales Fernando Novas en su flamante libro Buenos Aires, un millón de años atrás, una fauna espectacular de megamamíferos anduvo por aquí en ese entonces. Si bien ninguno era un dinosaurio –se habían extinguido 63 millones de años antes–, sus señas particulares también los hacen merecedores de atención.
Los más impactantes fueron cinco: un oso hormiguero gigantesco llamado megaterio; una mulita grande como un Fiat 600 llamada gliptodonte; el mastodonte, parecido al elefante africano; el oso de las pampas; y el temible depredador conocido como tigre dientes de sable.
Las evidencias sobre su paso por la Ciudad no son pocas. Restos de mastodontes fueron encontrados en Puerto Madero y de gliptodontes en Corrientes y Callao y en Cabildo y Juramento durante la extensión de la línea D de subte. No es descabellado, entonces, imaginar combates feroces en Parque Lezama entre estos animales y el tigre dientes de sable, o entre los propios herbívoros, para definir cuestiones de estatus o alimentos dentro del grupo.
Durante mucho tiempo, estos animales convivieron entre sí, en armonía. Hasta que llegó el hombre: entonces, se extinguieron. Hace “sólo” unos 10.000 años. ¿Las razones de la extinción? Según revela Novas , se cree que los protoporteños que vivieron por entonces contribuyeron a su final con protoasados, aunque no hay certezas científicas al respecto.
Ciudad abierta. “Buenos Aires se construyó sobre un cementerio repleto de criaturas prehistóricas, así como Roma se hizo sobre restos de antiguas ciudades”, le dijo el paleontólogo a PERFIL. Pero aclaró que, aunque los hallazgos de estos “bichos” sean múltiples, eso no significa que Buenos Aires haya tenido algo especial para que semejantes animales vinieran a morir aquí.
“Las excavaciones que se hicieron para construir la ciudad fueron las más grandes de toda la Argentina; quizá tanto como cuando se construye una represa. Entonces, los descubrimientos son casi naturales”, añadió el especialista.
Novas también explicó que los mamíferos adquirieron enormes proporciones porque aprovecharon el nicho ecológico que dejaron los dinosaurios. “Cuando se extinguieron casi todos ellos (sólo sobrevivieron las aves), los mamíferos eran muy pequeños. Pero durante millones de años crecieron hasta llegar a esos tamaños”, indicó.
En su libro, Novas rescata la figura de los pioneros de la ciencia en la Argentina, como Francisco Muñiz o Florentino Ameghino. “El primer descubrimiento de este tipo en toda América fue en 1786, cuando el fraile Manuel Torres se encontró a orillas del río Luján con la osamenta de un megaterio y se la envió de regalo a Carlos III de España”, relató el paleontólogo. Y concluyó: “ Lo curioso es que el rey agradeció... ¡y pidió que le enviaran uno vivo!”.