Desde temprano, decenas de fanáticos que parecían sacados del mundo ficcional de Potter, aguardaban, merodeando la librería, el lanzamiento de la última (y definitiva) obra de J.K.Rowling. Chapeando con sus trajes, la mayoría hechos a mano, daban entrevistas para la televisión y posaban para las fotos, en un estado de éxtasis puro. "Yo tengo el 560", decía uno, escoba en mano y vestido con indumentaria de Quiddich. "Yo, el 332", se consolaba otro, a pesar de que la espera por su libro garantizaba ser larga.
"Agárrense, que en minutos viene el caos...", avisó un guardia de seguridad. Ese tiempo se consumió rápido, entre apretujones, libros pisados y excesivo calor humano. La cuenta regresiva anunciaba un apocalipsis frenético y un camarógrafo con los modales suspendidos por la urgencia de tomar imágenes empujaba niños sin culpa alguna.
"Cinco, cuatro, tres, dos, uno…". Gritos, aplausos y flashes. Más empujones, y cuellos estirados para ver a la privilegiada en destapar el secreto mejor guardado de los últimos tiempos: la tapa del libro final de Harry Potter. Algunos soltaron lágrimas, como la autora al terminar de escribirlo. La emoción daba paso de nuevo a la anarquía. Empezaban a repartir los ejemplares reservados. ¡Sálvese quien pueda!
Una fiesta, seguro… un caos, también.