Si no fuera por Julio II, ¿Miguel Angel hubiera empezado y terminado la Capilla Sixtina? ¿Qué hubiera sido de una de las mayores obras del siglo pasado si el entonces papa no hubiera tenido a Buonarroti con la lanza en la espalda?, es lo que se pregunta Juan Carlos Pallarols. “Creo más en los sponsors que en los artistas”, reconoce el orfebre detrás los cálices de Juan Pablo II y Benedicto XVI, y del que ahora prepara orgulloso para su compatriota, Francisco. “Los pedidos del Vaticano me dieron una nueva apertura en el arte. A mí siempre me vas a ver con un lápiz dibujando, pero las veces que llegué a hacer una obra importante, fue porque tuve a alguien que me impulsó”, explica en su atelier de San Telmo.
Pallarols encontró el empujón en encargos de los escalones más importantes de la religión y la política. También, según resalta, en la mujer que tiene al lado. Además de los famosos cálices, hizo el bastón de mando del retorno de la democracia en 1983, de una colección de platos que Máxima Zorreguieta le encargó para su palacio y de la rosa que le obsequiaron a Lady Di cuando visitó la Argentina.
La orfebrería es parte de una tradición familiar que empezó con el padre de su tatarabuelo, cuando inauguró el Taller Pallarols, en 1750. Con su papá, Carlos, un inmigrante catalán y también un reconocido platero, comenzó una relación fundamental en el crecimiento del famoso taller. “La Iglesia fue muy beneficiosa para mi familia por un montón de motivos. Uno de los primeros recuerdos que tengo es de cuando éramos chicos, que a mi papá le remataron la casa y el taller, y nos quedamos realmente sin nada. En ese momento le abrieron las puertas en un convento franciscano en Corrientes, así que ahí fuimos mi papá, mi hermano y yo, a trabajar por dos años. Fue fantástico, hicimos vida conventual pero del siglo XVIII”, recuerda Pallarols. Esa experiencia le permitió vincularse y entenderse con el primer papa hispanoamericano y jesuita, a quien conoce de cerca. “En la intimidad es igual que lo que la gente ve: humilde, despojado, muy sencillo. Parece un abuelito, un tío, un vecino. ‘Decime Jorge, no monseñor’, me pedía”, dice el platero y ciudadano ilustre de Buenos Aires desde 2012.
Con el entonces cardenal Bergoglio –hoy papa– viajaron al Vaticano a llevarle a Benedicto el cáliz que Pallarols había hecho martillar por la gente en un recorrido por todo el país, convirtiendo la obra en un trabajo colectivo. Ahora, Juan Carlos no sólo retomó la idea sino que irá más allá: pretende que el cáliz del nuevo papa recorra el mundo. “Es muy sencillo; la decoración principal será el efecto de los golpes que la gente le irá dando, formando una textura rugosa. Voy a viajar adonde me inviten. Primero a Roma durante todo mayo, para una exposición homenaje, de ahí a Barcelona y después vuelvo acá, donde ya me están invitando a Tierra del Fuego, a Mendoza, a Córdoba. Voy a salir a caminar por donde haga falta porque no hay ‘fecha de entrega límite’, y justamente el mayor valor para Francisco va a ser que trabajaron muchas personas. Eso sí que lo va a emocionar”, asegura. Además, Pallarols está terminando dos regalos que le encargaron amigos muy cercanos de Francisco. “Una cruz, que seguramente le va a servir para su escritorio, y una lapicera. Las dos cosas son en plata para que sea simple, no ostentoso, fiel al estilo jesuítico”, explica. El orfebre se siente un privilegiado con el rol que vive. “Me hace sentir que estoy cumpliendo con mi deber. Que estoy haciendo lo que me ha indicado alguien que está ahí arriba. Yo, aparte, no cobro nada por todo esto. El mensaje que quiero transmitir es de unión”, asegura Pallarols. “En ese sentido, no me cabe la menor duda de que el Papa va por ese camino. Siempre lo ha hecho”.