El 20 de marzo, Lucía Cabrera caminaba por la avenida Federico Lacroze cuando un taxista la persiguió dos cuadras pidiéndole el número de teléfono en tono insistente, hasta que la joven se cruzó con un policía y logró que le tomen la denuncia. ¿El resultado? El chofer, de 47 años, fue el primer condenado por la ley porteña contra el Acoso Callejero; y la determinación de la Justicia, que tome un curso de convivencia, diversidad y derechos humanos que la Ciudad dicta en la sede de la exESMA.
El caso de Cabrera y el chofer es paradigmático porque es el primero bajo el cual el acoso callejero resultó penado, pero no el único: desde hace cinco años, la subsecretaría de Derechos Humanos porteña lleva adelante cursos como parte de condenas de probation (suspensión de juicio a prueba) que, sólo en 2016, tomaron unas 2 mil personas, divididos en tres subtemas: convivencia urbana, niñez y adolescencia y el que debe hacer el chofer, diversidad y género. Esto, independientemente de que además la contravención en la que se incurre exija además el pago de una multa y trabajo comunitario como parte de la condena.
En esos talleres -que en el caso del taxista duran hasta tres meses, con asistencia obligatoria de dos horas semanales- “se trata de que los ciudadanos reflexionen y aprendan, pero fuera de la judicialización. Nos damos cuenta de que muchas veces la gente incurre en delitos por desconocimiento, porque la violencia no tiene costo, está naturalizada. Buscamos que este proceso no sólo los haga cambiar sino también que sirva para fomentar exigir nuestros derechos”, explica David Cohen, director general de Convivencia en la Diversidad y responsable del área.
¿En qué consisten? Abogados, psicólogos y una antropóloga explican cuestiones de género y muestran, a través de ejercicios y ejemplos prácticos, conductas naturalizadas de machismo y patriarcado: “Nos ha pasado que vemos cómo estos hombres violentos son muchas veces víctimas ellos mismos de los estereotipos: fueron criados con el lema 'los hombres no lloran' o 'sos macho si...'”, cuenta Cohen. “Les contamos cómo se produce la tensión entre los géneros a través de los mandatos sociales, les damos herramientas para cambiar sus propios discursos héteronormativos y cómo ellos mismos pueden darlos vuelta.
Algo que resulta muy impactante es que en uno de los primeros encuentros les pasamos un video donde las conductas de género están 'al revés': las mujeres corren con el pecho desnudo y los hombres, tapados; y así sucesivamente hasta que, en el final, cuatro mujeres violan a un hombre en un callejón oscuro. El impacto de ver esos roles cambiados los hace reflexionar enseguida”, grafica.
Cuando los cursos finalizan, se les consulta si se los puede llamar a los cuatro o seis meses para el seguimiento de los casos. “La mayor parte accede y colabora. Más allá de descomprimir el sistema judicial, hemos visto que los 'probados' cumplen con los pedidos y asisten, porque la ventaja -además del cambio de conducta, al que apuntamos- es que la probation deja al imputado con el prontuario 'limpio'”, señala Cohen. “El cambio cultural es de los dos lados: denunciar es una responsabilidad ciudadana y luego, la otra parte tiene que entender que la condena no es un castigo, sino que también puede ser un beneficio para llegar a una perspectiva distinta en la convivencia”, concluye.