“Por primera vez estamos haciendo las cosas bien, estamos tomándolo a tiempo, tratemos cada uno de ser conscientes”. Estas fueron las primeras palabras que, con una nueva ronda de aplausos mediante, escuchamos los más de 300 argentinos ni bien aterrizamos del vuelo AF228 procedente de París. La frase fue enunciada por parte de la médica responsable del operativo de control que, junto a otros tres colegas voluntarios, procederían a tomarnos la temperatura de cada pasajero.
Minutos antes y luego de 14 horas, las ruedas del Boeing 787 tocaban territorio argentino y con la prisa de quienes estábamos esperando ese momento desde hacía días (que parecieron años), todos los pasajeros liberamos los primeros aplausos. “Señoras y señores, bienvenidos a Buenos Aires, Argentina, la temperatura actual es de unos 28 grados centígrados”, escuchamos decir al capitán de la tripulación. El segundo aplauso, aún más enfático que el anterior, estaba en marcha. Nadie de nosotros se iba a animar a frenarlo. Atrás quedó la incertidumbre de los vuelos que sistemáticamente nos habían cancelado, la estadía en distintos aeropuertos europeos, los llamados de los familiares que nos transmitían desesperación a la distancia y nos graficaban lo oscuro de la situación. Había empezado como una anécdota y, a esta altura, sumaba en el conteo 328 mil casos y más de 14 mil muertos en 177 países.
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Espera en París. En la sala de embarque del aeropuerto Charles De Gaulle me topé con Marcos: 22 años, llevaba cuatro meses recorriendo distintas ciudades buscando suerte como DJ. También con Julieta: 18 años, se había animado a vivir en Francia después de una vida estudiando el idioma.
La motivación de mi viaje había sido visitar a mi hermano en París. Ahora estabamos unidos por el mismo deseo: dejar atrás la frustración de un viaje que no pudo ser para transformarlo por la certeza de que siempre es mejor transitar la cuarentena en casa. Días enteros esperando mensajes de la Embajada, una noche logré acceder a un vuelo que Cancillería había gestionado para que saliera por otra aerolínea que no fuera nuestra empresa de bandera. Y ahí estaba, volviendo 15 días antes de lo pensado por una pandemia que puso en vilo al mundo entero.
Regreso. “Tomen conciencia, es por ustedes”, nos pedía la médica sanitarista. Los repatriados, si todavía no lo habíamos hecho, tomaríamos magnitud de lo que el COVID-19 había generado al ver el aeropuerto de Ezeiza completamente diferente al que habían conocido al salir del país. Decenas de ambulancias municipales y nacionales a la espera del traslado de casos positivos, miembros de Cascos Blancos ayudando a organizar los traslados de pasajeros de múltiples ciudades de todo el país, cuerpos de la Policía Aeroportuaria codo a codo con unidades médicas llevando a cabo los controles necesarios para detectar potenciales casos. Trabajando entre todos para evitar la propagación de un virus del cual todavía no existe cura.
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“Ocúpense y preocúpense; llegan y se ponen en cuarentena”, recalcó. Estamos a tiempo, la responsabilidad es enorme y tendremos que estar a la altura de lo que las circunstancias nos exigen. Además, una vez llegado, no hay nada más lindo que decir “Yo me quedo en casa”.