El 27 de octubre de 1492 Cristóbal Colón pasó a la historia como el primer europeo que pisó la isla de Cuba. Y quedó deslumbrado: “la más hermosa que ojos humanos hayan visto”, escribió de puño y letra en el diario que acompañó su travesía, desde que partió del puerto de Palos de la Frontera, en Huelva, el 3 de agosto, con un nao capitán, Santa María, y dos carabelas atlánticas, Niña y Pinta.
Juan Sebastián Elcano todavía no había dado la vuelta al mundo, así que su redondez sólo eran suposiciones. El dato más cierto y aventurero con el que el genovés embaucó a los Reyes Católicos era que la longitud total de la tierra sería de 30.000 kilómetros (andaba "cerca" frenta a los 40003,2 km reales) y que desde España hasta Cipango, “la isla de los tejados de oro”, como Marco Polo había denominado a Japón, estaba a 700 leguas navegando hacia el Oeste desde Canarias.
Así que cargó sus naves y se encomendó a las estrellas.
Cuando ya habían navegado 800 leguas hacia el sol poniente, sin avistar más que algún pájaro, su predicción parecía cada vez más fallida y temeraria hasta que la noche del 11 de octubre, el marinero Juan Rodríguez lo salvó de un motín. “¡Tierra!” gritó desde la Pinta y a todos les sonó la palabra más feliz del mundo.
Esa era la isla de Guanahaní, que Cristóbal Colón bautizó San Salvador, sin preguntar siquiera a sus dueños si ya tenía nombre. Ya estaba en las Islas Bahamas.
Bueno, o por ahí, porque en 1986, la revista National Geographic sorprendió a todos con otra afirmación: la primera isla en la que Colón tiró el ancla no era Guanahaní (Watling) sino Cayo Samana. El estudio de su travesía con el instrumental moderno del siglo XX, determinó que era ese el destino de su rumbo y no el que anteriormente se había dado por cierto.
Sea donde fuere, es cierto que quienes le dieron la bienvenida eran unos "desnudos como sus madres les trajeron al mundo" que “hacían la señal de la cruz alzando las manos al cielo y rezaban el Salve y el Ave María”, creyó ingenuo al principio.
Pese a su salvajismo, subió a seis aborígenes a su nave, para que fueran sus intérpretes –es difícil imaginar cómo llegaron a entenderse.
Con la única compañía de sus guías emplumados, se internó en su improvisado selva-tour cubano y la noche del 26 de octubre divisó unas seis islas a las que llamó “las islas de Arena” y al día siguiente, “entró en un río muy hermoso y muy sin peligro”.
Colón en Cuba
Cristóbal Colón no dejó pasar un solo día sin volcar sus descubrimientos del “Nuevo” Mundo en un diario de bitácora que llegó hasta nuestros días gracias a la visión de futuro de Fray Bartolomé de las Casas, que lo leyó, tradujo y compendió. Nunca se supo que fue del original del navegante; se lo tragó la Tierra.
“Dice el Almirante que nunca tan hermosa cosa vio, lleno de árboles, todo cercado el río, hermosos, verdes y diversos de los nuestros, con flores y con frutos, cada uno a su manera. Aves muchas y pajaritos que cantaban muy dulcemente; había gran cantidad de palmas diferentes a las de Guinea y las nuestras”, escribía el Almirante.
“Dice que es aquella isla la más hermosa que ojos humanos hayan visto, llena de muy buenos puertos y ríos hondos, y con un mar que parecía que nunca se debía alzar porque la hierba de la playa llegaba casi hasta el agua”, continuaba y a semejante preciosura le dio el nombre de la primogénita de sus mecenas, los Reyes de España, Juana.
“Dice que la isla está llena de montañas muy hermosas” y cuanto veía lo comparaba con algo ya conocido. Las colinas cubanas le hicieron recordar a las de Sicilia.
El primer europeo en Cuba
Entusiasmado con su buena suerte, el mismo Colón descendió de la Santa María y subió a un bote con sus aborígenes Guanahaníes para llegar hasta la orilla. Asomaron dos canoas con nativos que en cuanto vieron a las visitas, salieron espantados. En vez de seguirlos, Colón quedó fascinado con el relato de sus guías:
“Decían los indios que en aquella isla había minas de oro y perlas” y como el Almirante vio almejas, lo consideró una buena señal de todas las riquezas que estaban esperándolos tierra adentro.
Por Cuba, Colón anduvo bautizando ríos “de agua salada”, De la Luna, de Mares, etc y cuando llegó hasta los caseríos, al ver al blanco estrafalario y armado, los habitantes salieron despavoridos con lo puesto, aunque los perros se quedaron y nunca les ladraron. Sin pedir permiso, las inspeccionaron y a Colón le sorprendieron esas chozas de ramas de palma, muy limpias y repletas de esculturas femeninas.
Prosiguieron el recorrido isleño, hasta que el 1 de noviembre, 10 canoas fueron a su encuentro con una ofrenda de prendas de algodón hilado. Colón no las quiso y ordenó al resto rechazarlas, para que los anfitriones tuviesen claro que no buscaban nada más que oro, al que los locales llamaban “nucay”.
El oro, sin embargo, no aparecía, y lo más parecido que encontraron a una piedra preciosa fue un trozo de plata colgando de la nariz de un nativo.
“Mostróles oro y perlas, y respondieron ciertos viejos que en un lugar que llamaron Bohío había infinito y que lo traían al cuello y a las orejas y a los brazos y a las piernas. Y también perlas”.
¿Caníbales en Cuba?
Colón entendió muy rápido que cerca había caníbales: “allí había hombres de un ojo y otros con hocicos de perros que comían los hombres y que tomando uno lo degollaban y le bebían su sangre y le cortaban su natura”, escribió sin ahorrar detalles. Tal vez fueran los guerreros haitianos, fieles al Gran Can, en relación a los caribes, caríbales o caníbales, tema que también fue recurrente en su segundo viaje al Nuevo Mundo.
En resumen, Juana –o Cuba- se parecía bastante al paraíso recuperado: “Esta gente es muy mansa y muy temerosa, desnuda como dicho tengo, sin armas y sin ley. Estas tierras son muy fértiles: ellos las tienen llenas de mames, que son como zanahorias, que tienen sabor de castañas, y tienen faxones y habas muy diversas a las nuestras y mucho algodón, que no siembran. Nacen por los montes árboles grandes, y creo que en todo tiempo hay para recoger, porque vi los cogujos abiertos y otros que se abrían y flores todo en un árbol, y otras mil maneras de frutas que me es imposible describir; y todo debe ser cosa provechosa”.
Aunque finalmente más buenos que Lassie, Colón les llevó de muestra a los Reyes Católicos y al Príncipe Juan, estos seis infieles de estos “grandes pueblos” porque confiaba que ellos los “tornarían a la Iglesia”, porque “Vuestras Altezas los convertirán, así como han destruido aquellos que no quisieron confesar el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo”. Y los pobres americanos viajaron hacia el futuro de la literatura fantástica, como el moteca de Julio Cortázar .
Regalos de Cuba para Europa
Ya arribado a España, en abril de 1493 Cristóbal Colón fue recibido por los Reyes Católicos en Barcelona y se lució:
“Presentó a los reyes el oro y las cosas que traía del otro mundo; y ellos y cuantos estaban delante se maravillaron mucho en ver que todo aquello, excepto el oro, era nuevo como la tierra donde nacía. Loaron los papagayos, por ser de muy hermosos colores: unos muy verdes, otros muy colorados, otros amarillos, con treinta pintas de diverso color; y pocos de ellos parecían a los que de otras partes se traen. Las hutias o conejos eran pequeñitos, orejas y cola de ratón, y el color gris. Probaron el ají, especia de los indios, que les quemó la lengua, y las batatas, que son raíces dulces, y los gallipavos, que son mejores que pavos y gallinas”, detalló el historiador Francisco López de Gómara.
“Marvilláronse que no hubiese trigo allá, sino que todos comiesen pan de aquel maíz. Lo que más miraron fue los hombres, que traían cercillos de oro en las orejas y en las narices, que ni fuesen blancos, ni negros, ni loros, sino como triciados o membrillos cochos. Los seis indios se bautizaron, que los otros no llegaron a la corte; y el rey, la reina y el príncipe don Juan, su hijo, fueron los padrinos, por autorizar con sus personas el santo bautismo de Cristo en aquellos primeros cristianos de las Indias y Nuevo Mundo”, escribió Francisco López de Gómara, en Historia General de las Indias (1552). El capellán historiador, fue el cronista de la conquista de México, aunque nunca había pisado la tierra azteca.
Colón creyó que había llegado a Borneo
Aun antes de emprender el viaje por el Atlántico, Colón sabía que su “brújula” (una aguja imantada fija sobre una caja de madera, a la que había agregado una rosa de los vientos que indicaba 32 direcciones) no era un instrumento muy preciso.
Lo dejó escrito en su Bitácora rumbo al Nuevo Mundo, cuando señalaba que “de noche, las agujas nordesteaban; y a la mañana, noruesteaban”.
Colón decía que la aguja “se desmagnetizaba” y que debía magnetizarla cada tanto, para que funcionara mejor; se daba cuenta de que la brújula tenía una imprecisión irregular, según el mar por donde navegara. No sabía cómo corregir ese “defecto” que no era sino la declinación magnética, la diferencia entre el polo magnético y el polo real.
Cuando Colón llegó a Cuba pensó que había estaba en las Indias, pero un año más tarde, durante el segundo viaje, sus cálculos le hacían sospechar que había llegado al archipiélago malayo, en el sudeste asiático. Jamás sospechó que había llegado a un continente desconocido
Borneo, Malasia insular
Colón creyó que había llegado al Quersoneso áureo, el nombre griego que recibía entonces la península de Malaca (actual Malasia, en el sudeste asiático), justo por arriba de la línea del Ecuador. Colón dedujo que estaría en la Malasia insular, formada por los estados de Sabah y Sarawak, que ocupan el norte de la isla de Borneo (isla que Malasia comparte actualmente con Brunei e Indonesia).
Recién en su tercer viaje al Nuevo Mundo, Colón tuvo cada vez más la convicción de que estaba en un continente y que debía encontrar un estrecho que le permitiera seguir navegando hacia el Oeste, rumbo a las Indias.
Fue la inmensidad del delta del Orinoco lo que le abrió los ojos, el 1º de agosto de 1498. Eso no podía ser Asia. Una vez pasada la isla Trinidad, escribió:
"Yo estoy creído que esta es tierra firme, grandísima, de que hasta hoy no se ha sabido, y la razón me ayuda grandemente por este tan gran río y este mar...”
"La intención del Almirante cuando iba por el Océano era ir a reconocer la tierra de Paria y continuar por la costa, hasta dar con el estrecho… siguió su intento de descubrir el estrecho de Tierra Firme, para abrir la navegación del mar de Mediodía, de lo que tenía necesidad para descubrir las tierras de la especiería …", explicó a oracero.es la historiadora, Anunciada Colón de Carvajal, una de sus descendientes.