Unas horas antes de que el príncipe Harry se casara con Meghan Markle, la reina Isabel II le hizo el regalo más especial de todos: el título de Duque de Sussex, que podrá usar de por vida.
Se trata de un título que no se utiliza desde hace 175 años, tras la muerte de su anterior dueño, el príncipe Augusto Federico, un avaro mujeriego que fue capaz de dejar a la mujer con la que estaba casado a cambio de dinero.
Augusto Federico y Harry tenían mucho en común: eran inteligentes, inquietos y grandes fanáticos de las mujeres. Pero a diferencia del príncipe de nuestros días, aquel duque del siglo XVIII nunca sentó cabeza.
Augusto Federico fue uno de los muchísimos hijos del rey Jorge III y la reina Carlota y nació en 1773. Asmático, inquieto, culto y tan apasionado por la lectura como por las aventuras nocturnas, fue el tío favorito de la poderosa reina Victoria y en un momento pensó en abandonar los placeres del mundo y dedicarse a la religión.
Los hermanos de Augusto fueron educados en el ejército mientras otro hermano, Guillermo, duque de Clarence se convirtió en marino. La vida de estos gordos y desagradables príncipes navegaba entre cabarets y prostíbulos, y ninguno le interesaba en lo más mínimo el trabajo.
De la numerosa prole de Jorge III, sólo Augusto se dedicó a cultivar la vida cultural e intelectual en su juventud, lo que le permitió, en la adultez, alternar con científicos y literatos con los que congeniaba muy bien. Según The Times Augusto no fue víctima de lo que calificaba como "la ignorancia de la educación principesca".
Augusto Federico tuvo una vida sentimental agitada, casándose dos veces con plebeyas, lo cual escandalizó a sus padres por violar la ley de matrimonios reales. Sus padres no quisieron ni siquiera conocer en persona a las dos sucesivas esposas que tuvo su hijo. Sólo su sobrina, la reina Victoria, se mostraría amable con la segunda esposa de su tío.
Sin embargo, lo que más le gustaba a Augusto Federico no eran las mujeres, sino la fiesta, la buena ropa, la buena comida y el buen vino. Los amigos de dudosa reputación y los juegos de azar eran parte de su vida cotidiana, lo que lo llevó a contraer deudas de una manera escandalosa.
Llegó un momento en que estuvo tan sumergido en tales préstamos que el Parlamento inglés tuvo que ir en su ayuda ofreciéndole 12.000 libras para pagar a sus acreedores. La única condición que pusieron los lores fue que se buscara una esposa de “sangre azul” y tuviera hijos.
Augusto Federico aceptó de buena gana el dinero y se separó de su esposa, Augusta Murray, a quien no volvió a ver nunca más. La noticia recorrió el reino y fue comentada por todo el mundo: ¿se casaría por fin con una princesa?
El Parlamento premió la patriótica actitud de Augusto Federico con una cuantiosa pensión vitalicia y el importantísimo título de Duque de Sussex…. Pero él jamás cumplió su parte del trato y al poco tiempo consiguió otra amante, tan plebeya que la anterior.
El último duque de Sussex -hasta la llegada de Harry- murió en 1843 en el palacio de Kensington sin haber visto cumplido su sueño de que los hijos de su primer matrimonio fueran reconocidos como príncipes. Sin embargo, la joven reina Victoria le ofreció un funeral digno a su querido "Tío Sussex", quien con mucha emoción la había conducido al altar en 1839 en su boda con el príncipe Alberto.