SOCIEDAD
ENTREVISTA A PABLO ALABARCES

"El fútbol argentino ofrece un cuadro absolutamente infame"

Este filósofo y sociólogo apasionado en analizar lo que expresa culturalmente el planeta futbolístico, radiografía con crudeza lo que pasa en la Argentina. No se salva nadie: hinchas, periodistas, dirigentes, jugadores, empresarios, políticos. Todos en una bolsa en la que la pasión se convirtió en un gran negocio.

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ARGUMENTO. Acadmico renombrado, docente de la UBA e investigador del Conicet, Alabarces cree que la violencia en el deporte le permite al que la ejerce acumular poder. | Cedoc
—El programa La pelota no dobla de FM Rock and Pop termina todos los días con un eslogan que dice “El fútbol es simple, lo complican los periodistas”. ¿Tendrán razón?
—El eslogan es una exageración, como todo buen eslogan. Creo que viene de una vieja frase de Carlos Bianchi que decía que el fútbol era simple pero lo querían hacer complicado. Ahora bien, los que vuelven complicado el fútbol no son sólo los periodistas. Aunque es cierto que los periodistas lo ponen bastante complicado. A grandes rasgos, no existe deporte en este siglo sin su relación con los medios de comunicación. Lo que ocurre es que en los últimos veinte años la relación de los deportes de masas con los medios se volvió una dependencia absoluta. Entonces, queda poco de deporte y mucho de espectáculo. Y, en tanto espectáculo, todo está armado y guionado por los medios de comunicación. Dentro de los medios están los periodistas. Y dentro de los periodistas, están los periodistas deportivos, que son una especie particular. No porque sean argentinos. A lo largo y ancho del mundo, son bastante parecidos. Lo que sí es cierto es que la relación del fútbol con los medios y periodistas argentinos es bastante particular por el tema del monopolio.

—En la Argentina ser “dueño” del fútbol no es menor...
—El fútbol factura mucho más que cualquier otro espectáculo. Y eso coloca a los periodistas deportivos en una posición bastante particular: muchos de ellos son miembros del jet set. Desde Macaya y Araujo hasta las estrellitas de hoy como Mariano Closs. Y, en general, además, tienen una relación difícil con el libro. Estoy convencido de que el deporte no se puede explicar bien si no está acompañado de una buena teoría cultural, una teoría sociológica. No es un fenómeno aislado. Y eso no lo podés esperar de la mayoría de los periodistas deportivos argentinos.

—¿Es absoluta la influencia del aspecto comercial?
—Es lo que ordena todo. La supervivencia de Julio Grondona durante 27 años al comando de la asociación civil más importante de la Argentina solamente se puede explicar a partir de estas relaciones camanduleras con el negocio. Grondona ha dejado el camino jalonado de montones de hechos que a cualquier medio le vendrían bárbaro para hincarles el diente y provocar su caída. ¿Por qué no lo hacen? Porque hay sociedades comerciales de por medio. Otro ejemplo: ¿cómo se puede explicar la afinidad entre Fox y Macri? Sólo se puede explicar porque Macri es el ariete de un proceso de privatización de los clubes con el que Fox estaría de acuerdo. Es más, Carlos Avila fue el responsable de varios procesos de intento de privatización de clubes. Ahí está la coincidencia. Porque, si no, tenemos que Macri es la cabeza visible de una de las barras bravas más conocidas de la Argentina, y sin embargo, Fox no se dedica a escarbar. Por el contrario, celebra a Macri como el adalid de una nueva dirigencia deportiva. Supongo que eso sólo puede explicarse en función de confluencias económicas.

—¿Qué otras cosas complican al fútbol?
—Los dirigentes de fútbol, los futbolistas, los árbitros, la Policía, la dirigencia política...

—¿No se salva nadie?
—Yo calculo que el cocacolero de la cancha de Ferro puede salir indemne... Si uno se fija, desde el 17 de octubre para acá todos los actores salieron a mostrar cuáles son sus acciones. Las barras mostraron que convirtieron el aguante y la pasión en mercancía y la venden al mejor postor. Y entonces se la pueden vender, por ejemplo, a sindicatos en pugna. Después están los dirigentes, que le dieron al presidente de Gimnasia seis meses de prohibición de ¡concurrir al edificio de la AFA! como castigo por amenazar a un árbitro. También, los jugadores: en el partido Gimnasia–Colo Colo, en la última jugada del partido, uno de La Plata le patea la cabeza al arquero sólo para mostrarle a la tribuna que él defiende los colores. Y de los jugadores, podríamos hablar no sólo dentro de la cancha. Los jugadores también financian a las barras, son mentirosos, son tribuneros, son mercenarios, malos actores. Y después, para terminar el recorrido de todos los actores, está el policía que fue filmado con una sonrisa de oreja a oreja mientras les disparaba a los hinchas de Newell’s, como si estuviera cazando perdices. Eso va en la línea de lo que la Policía hace para que la violencia se reproduzca y aumente. La violencia es un negocio maravilloso para la Policía. Y no existe comisario de seccional que no esté en transacciones, la mayoría de las veces ilícitas, con los miembros de las hinchadas. ¿Quién me queda afuera? Los dirigentes políticos.

—¿Y qué pasa con la dirigencia política? ¿Cuál es su relación con la violencia?
Buena parte de los dirigentes políticos tienen carreras, paralelas o anteriores, de dirigentes deportivos. Y eso es porque la política empieza a hacerse territorialmente. Si un tipo va a ser intendente de Bragado, primero tiene que ser presidente del club de Bragado. Y, entonces, en su paso por los clubes los dirigentes ya entran en componendas con los otros dirigentes, con los muchachos de la hinchada, con la Policía. Nadie puede pretender que la violencia en el fútbol termine si el ministro del Interior, del cual depende la Secretaría de Seguridad Deportiva, es un dirigente en las sombras del club Quilmes. Y si el jefe de Gabinete es un dirigente en las sombras de Argentinos Juniors. Nadie puede pensar seriamente que se vaya a modificar algo.

—Entonces, ¿el fútbol es un juego de farsantes?
—Y sí. Cuando sumás todo, esto te da un cuadro absolutamente infame del cual tampoco se salvan demasiado los hinchas. Porque dejando de lado a los barrabravas, uno se encuentra con que, además de esos 300 barras, hay un primer círculo de hinchas militantes que participan en los hechos de violencia con corazón y con pasión, y otro círculo más grande de 10 mil tipos que aplauden entusiastas. No se salva nadie. Cualquier periodista deportivo, fuera de micrófono, te empieza a contar todos los casos de corrupción que conoce. Y ninguno lo puede poner por escrito porque no tiene pruebas y se arriesga a una demanda. Todo el mundo sabe que éste es un fútbol en el cual se arreglan partidos, se compran árbitros, etc. Y todo el mundo, salvo los hinchas más románticos, participa de ese estado de cosas.

—Lo que no está claro es por qué, si las cosas son así, y todos saben cómo son, el fútbol sigue siendo el factor que determina el humor de la mayoría de los argentinos. ¿Cómo puede ser que nuestro ánimo dependa de una farsa?
—Lo que pasa es que es una de las farsas más magníficas que inventó la modernidad. Esa farsa se inventa en la modernidad en el mismo momento en que se inventan las sociedades democráticas. El deporte es juego más regla, y lo que la regla le agrega al juego es la garantía de condiciones de igualdad y equidad. Lo que ocurrió es que eso en el deporte se cumplía; y en las sociedades democráticas, no. En la sociedad, la democracia era formal, y en el deporte era real. Esto es: el árbitro garantizaba una justicia que la Justicia burguesa no garantizaba, y la igualdad de los competidores aseguraba que iba a ganar el mejor. Entonces, sobre eso se monta ese fantástico imaginario democrático de que hasta el hincha de Cambaceres tiene la secreta esperanza de que un día ascienda a Primera y salga campeón. Por otro lado, el dramatismo del relato deportivo es fantástico. En el fútbol nuestro, hay dos: el dramatismo del minuto 0 al 90, y el de la fecha 1 a la 19. Ahí hay dos relatos dramáticos de gran eficacia. Cuando uno ve una telenovela, siempre sabe cómo termina. Uno sabe cómo va a terminar Montecristo pero se regodea en el camino. En cambio, el fútbol es una de misterio en la cual uno no sabe cómo termina. A todo eso, hay que agregarle las respuestas a la pregunta de por qué uno es hincha de un equipo. Y entonces ahí aparecen trayectorias familiares o cuestiones territoriales. Y empiezan a activarse memorias, tradiciones, recuerdos y la carga afectiva que significa todo eso. Como un gran amigo mío, hincha de Vélez como yo, que cuando salimos campeones lloraba y lloraba, y decía: “Si mi viejo estuviera acá”. Evidentemente, hay cosas muy lindas del territorio de los afectos en el fútbol. La trampa, en todo caso, es que esto activa el territorio de las pasiones que los hinchas insisten en defender como lo único absolutamente auté ntico que sobrevive en la cultura argentina. Todo lo demás es careta, es hipócrita, todo lo demás se compra o se vende. Simultáneamente, la pasión se vuelve argumento de ventas. Es un tironeo complejo del cual los hinchas son perfectamente conscientes.

—¿Ya no es democrático el fútbol?
—El problema es que, tarde o temprano, aparece la cuestión del poder. Y en el deporte de alto rendimiento, la cuestión económica aparece de una manera durísima. Un chico no llega a la Primera División si tuvo un déficit alimentario en la niñez. Antes, el fútbol era la vía del ascenso social para las cla ses populares; ya no lo es más, salvo que te detecte un cazador de talentos a los seis años. De la misma manera, yo sostengo que el “riverboquismo” de los últimos diez años en la Argentina es el equivalente en el fútbol al proceso de concentración de la riqueza que vivió el país. Y entonces, al almacén le cuesta disputar con Carrefour como le cuesta disputar a Estudiantes de La Plata con River y con Boca.

—¿La violencia también se explica por el poder?
—Lo que hay que entender es que la violencia no busca matar al otro. Busca generar un significado. La violencia no consiste en suprimir al otro. Y acá, el solo hecho de ser miembro de la hinchada te garantiza el acceso a determinadas redes. Entonces, un miembro de la hinchada no hace más cola en los hospitales, consigue antes el Plan Jefes y Jefas, y así. Entonces, ejecutar violencia le permite acumular capital simbólico. Y las clases marginales, pero también las medias, no tienen ningún tipo de poder, y ven que con violencia pueden acumularlo... La violencia permite acumular poder. ¿Podría esa gente conseguir ese poder por vías democráticas y aceptadas? No. Y bueno...

La cultura del “aguante”
Ustedes trabajan el tema de la violencia en el fútbol desde hace diez años: ¿qué cambió en ese tiempo?
Lo que se agravó fue el peso de la cultura del aguante. Cada vez es más masivo. Ya se desplazó del fútbol: ahora también cruza el mundo de la cumbia, el del rock y el de las organizaciones territoriales.

—¿Por qué?
—Tiene mucha relación con la crisis argentina. Pero no sólo con la crisis económica. No hay una correlación tan estricta con lo económico. Tiene que ver con la crisis de fragmentación y descomposición social. Con cómo se relaciona la gente entre sí. Y entre los pibes de entre 15 y 28 años hay un crecimiento de la idea de que la única manera de relacionarse es con el cuerpo. Porque el cuerpo es lo único indiscutible, lo único que no puede mentir nunca. Entonces, eso hizo que la cultura del aguante se hiciera más masiva. Yo diría que involucra a todos los chicos de sectores medios y bajos, y también a algunos de sectores altos. Entonces, lo que pasó en estos diez años es eso: se expandió poderosamente la cultura del aguante. Y lo que organiza las relaciones sociales es un cuerpo contra el otro. La única manera de verificar que uno está vivo es poniendo en acción el cuerpo y no dialogando con el otro. Cuando hay una alteridad, ya sea un territorio, una banda de rock o un club de fútbol, la relación se arma dirimiendo quién tiene más aguante. Además, también fue creciendo el grado de hipocresía de los sectores con algún tipo de responsabilidad. Los dirigentes políticos y deportivos niegan que fuman, con el cigarrillo en la boca.

—¿Es un error suponer que para un político sería un gran negocio de imagen terminar con la violencia en el fútbol?
—Por supuesto que no. Castrilli hace eso porque quiere pavimentar su carrera política. Pero nadie le ha demostrado a un dirigente deportivo que es negocio para él prescindir de la barra y de los arreglos con la Policía. Y un presidente de la Nación sacaría sus réditos si terminara con las barras. Pero un presidente tiene acuerdos políticos que lo obligan a negociar con Hugo Moyano o con Aníbal Fernández. No pasa por una decisión individual de una máxima jerarquía. Tendría que producirse una reacción consciente de un montón de gente. Pero tendría que producirse en este país donde no existe conciencia. En este país donde no hay disputa ideológica sino disputa de intereses. En ese sentido, soy cada vez más pesimista.

Los nuevos códigos de la pelota
—¿Por qué será que se escucha tan seguido hablar de “los códigos” en el fútbol?
—La cuestión de la masculinidad es central en la cultura del aguante y del fútbol. Tiene que ver con los códigos masculinos. Antes había una serie de instrucciones sobre cómo ser hombre: no patear al caído, no pegarles a las mujeres ni a alguien con anteojos, etcétera. Pero en los últimos 20 años la cultura del fútbol empieza a ganar autonomía y empieza a funcionar cierto registro mafioso, una especie de familia dentro de la cual se deben mantener los secretos. Ahí es donde aparece el código: un manual de instrucciones sobre cómo pertenecer a determinado universo.

—Las reglas de antes eran honorables...
—Ahora se habla de que no hay códigos. Y es al revés. El código es distinto. Se han suprimido las reglas honorables. Y la regla no escrita es “sálvese quien pueda”. Sin embargo, todavía persisten ciertas reglas. Por ejemplo, cuando la hinchada de Chacarita no quiso testificar en contra de la de Boca. Porque el código es “ esto se arregla a las piñas, no se arregla en la Justicia”. Lo que define todo es el “no existís” que cantan las hinchadas. Antes de la dictadura ninguna hinchada le cantaba a la otra eso. A la otra hinchada había que provocarla, burlarla y, si era necesario, agarrarla a piñas. Pero había una absoluta conciencia de que uno existe porque el otro existe. Cuando Racing se va al descenso la hinchada de Independiente celebra el descenso e inmediatamente se pone a pedir que vuelva. Y es lógico: el que no existe no es Racing, el que no existe es Independiente si no está Racing.

Currículum vitae
* Pablo Alabarces se licenció en Letras en la Universidad de Buenos Aires, en 1987.

* Obtuvo, en 1999, un Magister en Sociología de la Cultura, en la Universidad. Nacional de San Martín. Y en 2002, un doctorado en Filosofía en la Universidad de Brighton.

* Es secretario de Posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.

* Es profesor titular del Seminario de Cultura Popular, en la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA.

* Es investigador del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA e investigador independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas (Conicet).

* Especialista en análisis cultural y culturas populares, ha trabajado principalmente sobre el rock, la juventud y el mundo del fútbol.

* Publicó, entre otros, los libros Cuestión de pelotas; Peligro de gol y Crónicas del aguante.