“Siento que perdí mi identidad; perdí fotos, ropa, CDs de las bandas que me acompañaron toda la vida, los recibos de sueldo, mi casa. No sé como seguiré viviendo”, se lamenta Julián Stracan, vecino del barrio Villa Elvira, mientras recorre su casa, que quedó tapada por el agua. Alejandra lloró tres días y estuvo dos sin dormir pensando en lo que había perdido, incluyendo su auto cero kilómetro recién sacado de la agencia. Estos testimonios reflejan los de muchos que –con lágrimas en los ojos– limpian y secan lo poco que pudieron recuperar.
La desesperación y la angustia de perderlo todo desborda a los damnificados, y por ese motivo el Ministerio de Salud de la Provincia incorporó trabajadores sociales y psicólogos para asistir a los inundados en La Plata. El viernes se inició un operativo de contención para tratar casos de estrés postraumático. Los especialistas explican que el propósito es atenuar el impacto de las situaciones extremas para disminuir el riesgo del desarrollo de trastornos psíquicos posteriores.
También, en coordinación con la Dirección General de Educación, se trabaja para contener a los alumnos que fueron víctimas del desastre para que cuando retomen las clases tengan contención por parte de los docentes. Como ejemplo se pueden citar historias de vida de personas que sufrieron traumas psicológicos tras la inundación en Santa Fe, ocurrida el 29 de abril de 2003 por el desborde del Salado, que dejó cientos de casas sumergidas bajo cinco metros de agua.
“Perdí mi casa y mi trabajo, el esfuerzo de toda una vida. Es muy duro ver las imágenes desoladoras de hoy que muestra el noticiero”, comenta la santafesina Claudia Albornoz. “Mi seguridad psicológica vive jaqueada, es una herida constante. Desde aquel día, cuando hay alerta meteorológico dormimos con la mano apoyada en el piso. Tenemos pánico de morir ahogados”, agrega.
El terror y la incertidumbre constantes vuelven a sentirse en cada lluvia. La psicóloga Beatriz Goldberg explica los síntomas más comunes entre quienes atravesaron una experiencia límite. “En estos casos es común que las víctimas desarrollen un miedo a lo inesperado, que puede derivar en fobias y descontrol”, asegura.
Y Julia del Prete, otra damnificada en la inundación de Santa Fe, coincide. “Dos amigos de mi hijo llegaron en canoa e intentaron salvar a mi mamá pero ya había muerto. Fue un daño emocional enorme, y por estos días evito ver televisión porque ver lo que sucede en La Plata es como recordar mi desesperación, es una herida muy grande la que queda”, resume Julia.