SOCIEDAD

Gesell: campaña contra las "paradas asesinas"

Un albañil perdió las dos piernas cuando una garita se le cayó encima. Fotos.

La Jueza de Paz Graciela Jofré ordenó la clausura de las 88 garitas.
| Cedoc

Aunque le cortaron las dos piernas, una pequeña luz de vida parece encenderse en el camino de Ramón Amarilla, el obrero paraguayo mutilado luego de que se le cayera una garita de cemento en Villa Gesell. Tras varias semanas en coma, el joven de 22 años recuperó el conocimiento, esbozó sus primeras palabras y ya no necesita de oxígeno asistido.

Sin embargo, los médicos del Hospital Interzonal de Mar del Plata, a donde fue traslado de urgencia en la madrugada del 26 de diciembre pasado, siguen buscando la forma de salvar uno de sus brazos, aún comprometido por las serias lesiones que le provocó la mole de cemento.

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"Lo tiene enyesado, van a ponerle unos clavos y, si es necesario, le harán injertos de piel”, explica José Rolón, amigo personal de Amarilla, que estaba junto a él en la noche trágica, aunque él logró escapar del refugio antes de que este se desplomara.

Ambos aguardaban el colectivo de la línea 504 local en la parada de Paseo 133 y Boulevard, la misma que utilizan durante todo el año las decenas de jóvenes que cursan en la EEM Nº1, el colegio estatal que está en la zona. De golpe, la garita de concreto se descerrajó de sus bases y cayó por la fuerza de su propio peso justo en donde estaban los dos jóvenes. Rolón logró correrse, pero Amarilla fue atrapado por la estructura de hormigón.

Recién una hora más tarde pudieron removerlo, con la ayuda de bomberos, la policía, más de 40 personas y un cricket, aunque para ese entonces Amarilla ya había sufrido graves lesiones que obligaron a un presuroso traslado al Hospital Interzonal de Mar del Plata, nosocomio de alta complejidad recurrido por casi 20 ciudades de toda la región.

Mientras los médicos del lugar se enfrentaban a un cuadro delicado (además de las piernas y los brazos comprometidos, Amarilla presentó una infección pulmonar), la Municipalidad de Villa Gesell hacía su propia cirugía fina, tratando de evitar las responsabilidades de una obra que fue desarrollada bajo su decisión y supervisión.

Los 88 refugios de hormigón, construidos entre fines de 2011 y principios de 2012, recibieron duras críticas de parte del Colegio de Arquitectos de la Provincia de Buenos Aires, que al cabo de un breve estudio objetó la estructura de base (en marzo del año pasado ya se había caído otro, aunque sin víctimas). El argumento oficial fue que el piso, en su mayoría de arena, había sido socavado por el fuerte temporal que había caído un día antes de la tragedia, provocando la caída de toda la estructura.

"Lo que dicen es una estupidez, no tienen perdón de Dios. La garita no se cayó, sino que se quebró desde la base. Nosotros somos albañiles y nos dedicamos a trabajar el hormigón, así que sabemos de que se está hablando. Parecía que se rajaba la tierra, ese sonido me va a quedar grabado para toda la vida. Además, le están faltando el respeto a la jueza", dice José Rolón.

Aunque la Municipalidad colocó luego del tragedia unos parantes provisorios (reconociendo, de algún modo, la debilidad de los refugios), la Jueza de Paz Graciela Jofré ordenó la clausura de las 88 garitas, considerando el potencial peligro de que otra de estas construcciones vuelva a caerse en plena temporada alta.

Pero solo fueron colocadas unas cintas que se desvanecieron o que ni siquiera fueron advertidas por los usuarios, hecho que motivó la reconfirmación de la medida por parte de un Juzgado Correccional de Dolores, departamento judicial del que depende Villa Gesell. Mientras tanto, una campaña gráfica entre vecinos hizo circular una imagen alertando a los turistas sobre los riesgos de esperar el colectivo debajo de las garitas.

Amarilla sigue internado en terapia intensiva, acompañado de su madre, quién vino desde el Paraguay cuando se enteró de la noticia y alquila una modesta piecita enfrente del hospital. "La Municipalidad le había pagado un hotel por la zona del puerto, muy lejos, y ella tenía que pagarse el traslado todos los días para ver a su hijo y asistirlo. Nosotros, con la gente del trabajo, hacemos colectas para que ella pueda estar más cerca", cuenta José Rolón, quién va a visitar seguido a su amigo junto a algunos compañeros de la obra.

El joven albañil es asistido por dos psicólogos, quienes lo contienen después de la crisis que se desató cuando se enteró que le habían cortado las piernas. Su ánimo, cuentan, va evolucionando, mientras a su alrededor suceden cosas que escapan a su entendimiento.

"Se acercó gente para pedir que no se haga la denuncia, que se podía hacer algún arreglo. Le quisieron hacer firmar cosas y la madre los sacó rajando", asegura Rolón. "Acá nadie quiere nada, sólo que se haga justicia, y vamos a luchar hasta el final para que esto no quede impune".