SOCIEDAD
Se casó con una argentina

Habla un cubano en nuestro país: “Nos aseguraban un mínimo de comida para no morir ni salir a la calle”

La historia de Jorge Guerón, quien sufre el dolor de las represión en Cuba. Cómo lo obligaban a salir con banderas para recibir presidentes extranjeros, el temor a hablar con extranjeros y el "lujo" de tener un libro.

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Casamiento a "escondidas" de Jorge Guerón y María Laura Facal en una oficina que había sido autorizada a principio de los años '90 para casar a cubanos con extranjeros | Cedoc Perfil

Se llama Jorge Guerón. Tiene 60 años. Es matemático. Vivió media vida en Cuba y media vida en Argentina, pero no olvida sus raíces. De chico lo estigmatizaban y le decían “gusano” para hacerlo sentir como desechable por formar parte de una familia que estaba en contra de la "revolución". De adulto volvió a sentir el desprecio por haberse ido a vivir a otro país. Hoy, con un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos, decidió contar cómo se vive el día a día en su tierra de origen donde murieron sus padres y le quedan grandes amigos.

“Lo peor era la falta de libertad. Si me preguntan qué es la libertad, no lo puedo responder. Lo que sí sé es cuando me falta mucho, y allá, yo sentía que me ahogaba. Se vivía al son de las consignas”, comenzó su relato con PERFIL. Jorge detalló cómo las primeras tres décadas de su vida estuvieron marcadas por la carencia, la ropa que se podía conseguir y la lucha diaria por un plato de comida. “Con la cartilla de racionamiento la vida se hacía un infierno porque siempre estabas en función de conseguir el alimento. Nos aseguraban un mínimo para que ni nos muriéramos ni saliéramos a la calle. Mi madre se pasaba todo el día esperando por el poquito de arroz o pollo que se nos vendía”, recordó.

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También se los obligaba a salir con banderas para recibir a presidentes extranjeros, hecho que catalogó como “repulsivo”. El estudiar, el acceso a un buen libro era un lujo por el que “pagaban apoyando a Fidel Castro y con trabajo”. Si bien pasaba media sesión haciendo labor agrícola, manifestó que “la producción no era importante para el sistema sino que dependían enteramente del subsidio soviético”.

Este panorama era su moneda corriente, hasta que un día de verano, en febrero de 1991, en playa Varadero, conoció a la mujer que le dio su pase a la tan preciada libertad. María Laura Facal es fonoaudióloga y se encontraba en Cuba como turista. Eran momentos especiales porque, hasta ese entonces, sólo podían ingresar extranjeros vinculados ideológicamente a la ‘revolución’. Si bien regía el apartheid y los residentes no podían dialogar ni frecuentar con los visitantes, coincidieron a orillas del mar. A los 3 días ella volvió, pero continuaron en contacto por cartas y teléfono durante 6 meses.

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“Al principio desconfiaba de si era turista o turista ideológica, porque me comentaba sobre situaciones políticas que estábamos viviendo y de eso no se hablaba. Tuve amigos que a lo mejor emitían opinión alguna y después terminaban mal”, recordó Jorge. Las cartas tardaban mucho en llegar. Eran interceptadas, se perdían, las rompían; y la comunicación telefónica era cara –aún al día de hoy lo es–. “Cuando hablábamos, ella me preguntaba y me decía cosas a las cuales no podía responder porque me comprometían. Le decía ‘Sí, sí’ y nada más. Incluso me invitó a que viajara para acá (Buenos Aires) pero eso no era posible”, detalló.

Fue entonces cuando María Laura viajó nuevamente a Cuba para buscar una solución definitiva. Se casaron en secreto el 2 de agosto de 1991. Guerón recuerda que pasó un año con “mucha angustia” esperando a que le dieran permiso. “Estaba en un limbo en donde o salía o me quedaba sepultado ahí”, afirmó.

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Finalmente, le aprobaron su salida. Con emociones encontradas se marchó de su país el 8 de agosto de 1992. Allí, comenzó su vida en exilio, lejos de sus padres y amigos. Sin saber si volvería a verlos. Pero viviendo en libertad con la mujer que amaba. “En aquel momento, el cubano que se iba era tratado como un judío por los nazis. Éramos unos ‘perros’. Dos años pasaron hasta que pude traer a mis padres a Buenos Aires y cuatro hasta que fui a visitarlos yo a ellos”, relató.

En 1996, volvió a pisar las calles que tantas veces recorrió. Hubo quienes lo saludaron y quienes no se atrevieron por miedo. Mes a mes y año tras año, ayudó a sus padres hasta que fallecieron. “Fue difícil. Yo les enviaba plata  y el Estado aprovechaba para sacar beneficio de ello. Tanto a mí como a todos los exiliados nos consideran la gallina de los huevos de oro porque nos quedan nuestra familia allá, y nosotros desde lejos tratando de proporcionarles dinero para comida y las cosas que necesitan, que además, se venden carísimas”, indicó.

Lo cierto es que 25 años después, el miedo sigue intacto. Habla con sus amigos y el miedo les recorre el cuerpo y les genera escalofrío. Como la crónica de una muerte anunciada, hoy, estalla en Cuba el grito por la libertad.

RI