
—¿Qué rescata y qué critica de la televisión argentina actual? ¿Está de acuerdo con
adjetivarla como “basura”?
—El calificativo de televisión basura tiene que ver con el efecto causado por
cierto tratamiento de la noticia, sus detalles y matices. Cuando en otro tiempo se hablaba de
prensa sensacionalista o amarilla, antes de la televisión, se pensaba que era algo relacionado con
la elección temática. La prensa que ponía adelante todo lo que tenía que ver con el crimen, el
sexo, la sangre, el pecado en todas sus formas o las ocultas vergüenzas del individuo.
En realidad, en la prensa amarilla no aparecían muchos más datos que en la otra en relación
con los escándalos o el hecho policial. Era el tratamiento el que contaba: la extensión, el
énfasis, el detalle y, paradójicamente, una cierta implicación moralista. Desde el punto de vista
del juicio, que aparecía como del medio o del cronista, la prensa amarilla era más moralista que la
otra porque destacaba el carácter de perverso y bajo de eso que contaba. Claro, para decir que algo
es perverso y bajo hay que decirlo desde alguna moral.
Lo que está pasando ahora es que en general en toda la información y los géneros que tienen
que ver con el comentario de la información, como los talk shows, ocurre como un retorno de ese
amarillismo; pero con una diferencia:
la calificación moral puede postergarse o aparecer de una manera poco frecuente.
Si lo comparamos con el amarillismo de otra época, es como si fuera bastante menos culposo.
Lo cual lo hace también menos grotesco y, en principio, más soportable. Pero, en ocasiones,
lo hace falto de límites. Trato de no sorprenderme por esta falta de límites del
tratamiento de la noticia escandalosa, pero me asombro igual.
—Hay mayor banalización de la noticia y más morbo alrededor de ella. ¿No cree que el
género noticiero está cada vez más cerca de la ficción?
—Sí, hay mezcla de géneros y es una característica de los estilos
contemporáneos. Ahora,
esa mezcla no obliga a ese tratamiento sin límites de la noticia que siempre pone adelante
la focalización de la conducta de borde y la condición patológica del comportamiento. Son dos cosas
distintas. Por un lado está la mezcla de géneros, que no tiene por qué conducir a ese tipo
de focalizaciones. Tiene que ver con el hecho de que se cuida y se produce el relato del
acontecimiento en los programas noticiosos, dándole el carácter de una producción narrativa. O
también ocurre que en los géneros narrativos se privilegia el tratamiento de escenas que
incluyan personajes que tienen que ver con la actualidad. Lo otro tiene que ver con una
especie de atonía de los medios en términos de la perspectiva desde la cual tienen que considerar
(y se supone que el público espera que consideren) esos episodios que implicarían el apartamiento
con respecto a la norma.
—¿Usted ve que en el caso del crimen de Río Cuarto los medios enfatizan más la
sexualidad y la vida privada de Nora Dalmasso que el asesinato?
—
Se pone el foco en los detalles, casi como si se estuviera tratando de determinar dónde
estaba el goce. La falta de límites con que se hace esto es notable. No se duda un momento
en cubrir de detalles la imagen de cada uno de los personajes que podrían estar cerca de los
personajes del crimen. Casi como si se pensara que son todos actores voluntarios de una puesta en
escena. Esto no tiene que ver con la mezcla de géneros sino con otra cuestión. Una cierta
imposibilidad de encontrar la posibilidad de la definición de un espacio a construir, y de unos
límites de ese espacio, en términos de los efectos del discurso.
En cuanto a la aplicación de las leyes y reglamentaciones que rigen cada instancia jurídica,
todavía están vigentes ciertas prohibiciones, como la identidad de los sospechosos en determinada
instancia procesal. Pero, aunque en relación con los efectos de la cercanía la ley no dice nada, el
cuidado debería ser similar. Y no se tiene.
Los medios deberían tener este cuidado. Nadie ignora que un personaje en un crimen de estas
características queda asociado al rechazo y al horror nada más que por el conocimiento público de
esa cercanía. Es un tratamiento irresponsable, sorprendente en medios de los que se supone
una cierta posición de cuidado. Suponen un anhelo de diversión en relación con esa catarata de
detalles. Y no parece que piensen tener ninguna responsabilidad en ese lugar de operadores de la
transmisión.
—En relación con los límites, hay algunos programas periodísticos a los que se los
acusa de hacer una especie de apología del delito. Por ejemplo, cuando entrevistan a ladrones o
estafadores que explican el arte de robar. ¿Qué piensa usted?
—Ahí yo diría que el problema es muy complejo y debo confesar que yo
personalmente no siento el rechazo que siento por lo otro. Porque uno podría pensar, tal vez
simplificando un poco la cuestión, que lo que se está suponiendo con ese tipo de tematizaciones es
la consideración del carácter complejo de toda personalidad y psicología. Eso no está mal, no por
el hecho de que el crimen deba ser punido es necesario ocultar el carácter complejo de las razones
que llevaron a la comisión del delito.
Yo creo que aunque quisiéramos simplificar el retrato del personaje, no podríamos. No lo
lograríamos como lograban simplificarlo tanto la prensa amarilla como la prensa seria de hace
algunas décadas. Ahí sí, en la noticia y la información pasa lo mismo que en la ficción. Uno de los
rasgos importantes que diferencian un western de Clint Eastwood de un western clásico es que todos
los personajes tienen una psicología completa. En el primero, durante el duelo, el malo cae, pero
tiene una agonía de muchos minutos. En cambio en los westerns clásicos triunfa el bueno y el malo
cae como un muñeco. Eso tiene que ver con ciertos rasgos del estilo de época, con la caída de los
grandes relatos y las grandes simplificaciones.
—¿Esta falta de límites puede ser causa o consecuencia de la implementación del
rating minuto a minuto, donde pareciera que todo vale?
—
Yo pienso que lo del rating minuto a minuto profundiza la crisis de los géneros.
Hay un detalle de una determinada telenovela o programa periodístico que, según se demuestra, es
seguido con mayor atención por más público. Y ese rasgo no tiene por qué ser aquel que permitía
seguir limpiamente una historia, en el sentido de la organización coherente del relato, sino
justamente aquel que complicaba el relato, que nos hacía olvidar que eso era una telenovela o un
programa periodístico. Esto forma parte del estilo de época donde aparece la construcción del
discurso adelante.
En otro tiempo, la fuerte organización del discurso nos permitía olvidar que eso había sido
construido. Era más difícil pensar, aun cuando uno estuviera leyendo un diario y no viendo
la televisión, que eso había sido construido. Pasó con el cine antes. Era más complicado que a uno
se le presentara todo el tiempo la figura del que escribe, el que filma, o el hecho de que ese
personaje estaba representado por un actor. Uno podía dejarse llevar. Ahora es mas difícil porque
están los desvíos, las articulaciones entre géneros y la intrusión de un género en otro. Esta
condición hace que la mezcla de géneros y la producción como tal tomen la escena. Este es uno de
los efectos, el otro tiene que ver con una cierta atonía en relación con las normas. No sé si la
falta de límites es motivada por esta necesidad de cambiar todo el tiempo o de inventar todo el
tiempo. Inventar la continuidad de algo que se demostró como exitoso y que no se sabe bien qué es.
Yo no sé si es eso lo que provoca la falta de límites, o si es que la falta de límites está y ahí
se expresa de una manera más desmañada.
—Así como en algún momento el reality show fue el género en auge... ¿Hay uno nuevo
que lo reemplaza o éste sigue vigente?
—Es cierto que hubo un momento en que tenía, además de las distintas razones de su
atractivo, el atractivo de la novedad.
Pero hay tanta expansión de los procedimientos de los reality shows en los demás géneros (y
es tan poco posible que los demás géneros sean tomados por realities), que lo que se expande es la
visibilidad del carácter construido del efecto de reality show. Investigadores contemporáneos han
dicho que la construcción de la espontaneidad tiene una historia extensa. Por supuesto,
siempre se admiró a los actores que parecían estar viviendo sus escenas.
Ese parpadeo, ese ser y no ser, es posiblemente lo que queda instalado. Se ha difundido mucho
ya el carácter de irrealidad del reality show. No es que todo el mundo lo sepa, pero es como si
nadie quisiera ocultarlo. Por ejemplo, en términos de una transmisión puede haber una distancia
temporal, o la costumbre de producir la antología de los mejores momentos. Hay un placer del
parpadeo de la sensación y de la creencia. Como si no se necesitara que en este momento hubiera
tantos reality shows porque hay muchos programas en que ese parpadeo está.
—Usted ha dicho que “la novedad sería que en los programas en que se pelea, la
gente llevara cosas escritas y pensadas. Estamos abrumados de espontaneidad”. ¿Cree que hay
lugar en la tele para algo así?
—Son unos lugares muy acotados. Hay que pensar también que hay un mix de televisión de
aire y cable en la experiencia de la mayoría de la gente. En ciertos programas, la organización es
más fuerte y el plan más evidente: sucesión de las ideas, juicios y proposiciones críticas. De
todos modos,
este respeto pánico por el efecto de espontaneidad puede ser también de época y no ser
eterno. Por ejemplo, viendo la organización del canal de la Ciudad en las dos gestiones,
yo veo ahí una novedad.
Se estaba haciendo una programación para el espectador que continuamente ponía la
construcción, el carácter deliberado y de diseño de esa construcción por delante. Es el registro de
un lugar de la Ciudad con sus imprevisibles y pequeños acontecimientos. Muchas veces era para ser
mirado con atención y en otros momentos para acompañar el ambiente. A mí no me parece inútil eso.
Hay un autor francés, Jérôme Bourdon, que habla de la televisión empapelada. Cuando uno la recuerda
muchas veces es un elemento dentro de un contexto que también hay que describir: “Estaba en
el living o la cocina”. El reconocimiento de esa condición es un reconocimiento de diseño.
Eso no está del lado de la espontaneidad, por más que tenga material no del todo previsible.
La Argentina mediatizada.
—¿Cómo ve la relación de Néstor Kirchner con los medios? ¿Por qué cree que casi no
concede entrevistas?
—Hay
un estilo de Kirchner que incluye un fuerte componente confrontativo. Eso a una
cierta parte del público lo puede molestar profundamente y a otra parte del público no sólo puede
gustarle sino que le puede dar tranquilidad: una parte muy apreciable del público, que en algún
momento puede llegar a pensar: “Menos mal que tenemos un tipo que discute, que pelea, que se
le va la sangre a la cabeza, menos mal.” Porque no hay que olvidar que nosotros hemos vivido
momentos en los que parecía que no había solución. Que la cosa reventaba. Y no solamente que
reventaba, sino que los que estaban en el poder tenían una serenidad preocupante. Esa condición,
tal vez el hecho de dar muy pocas entrevistas, tiene que ver con esto. Elegir el momento de la
palabra, el interlocutor y el espacio. Yo no digo que esté bien, digo que es un rasgo de estilo que
se continúa. No creo que como rasgo característico de este Gobierno se pueda decir que no hay
libertad de prensa. Estemos contra la censura, pero no sinonimicemos situaciones que no son
similares.
—¿Cuál es la figura del argentino que construyen los medios de comunicación?
—Hubo un tiempo en el que, si bien siempre se retrataban personajes que pertenecían a
un segmento, podía existir la idea o esperanza de que fueran representativos en términos generales.
Siempre se retrataron segmentos. Pero del otro lado, es cierto que hay una cierta figura del lector
que se construye. En la construcción de una escena comunicacional supuesta en el diario o en el
noticiero televisivo o en la radio, hay alguien de quien hay que suponer que está terriblemente
interesado y quiere recibir noticias todo el tiempo; por ejemplo sobre el crimen de Río Cuarto. Se
está recortando una figura del lector, la de alguien que tiraría todas las otras noticias para
poder seguir leyendo esto. En términos de ese tipo de espectador que construyen los medios, hay una
suerte
de voyeur con buen nivel de expresión y con una escolaridad aceptable. Un tipo que quisiera
leer esas cosas todo el tiempo, pero que habla con un vocabulario rico y con un discurso que
contiene referencias a ciertos saberes del psicoanálisis y de las ciencias sociales.
El marketing político.
—Jorge Telerman fue docente en su cátedra de Semiología. Pensando en estrategias como
intendente on line o el slogan “Actitud Buenos Aires”, ¿cree que esta experiencia le
sirvió para aplicar sus conocimientos al marketing político?
—
El contenido muchas veces sale de la forma. Y yo creo que nunca el contenido ha sido más
importante que en la forma. En los tiempos bíblicos, tampoco. Dios era un escritor
formalista. Pero en cuanto a la gestión de la Ciudad, yo creo que en la comunicación, en unos
personajes más y en otros menos, lo que aparece es la necesidad del cuidado del momento de la
exposición. Yo no creo que Telerman esté sacando especialmente elementos de su experiencia como
docente en alguna cátedra (aunque para él deben contar), sino que está procesando a su manera un
cierto estado de la comunicación contemporánea.
—¿Cómo definiría ese nuevo estado?
—La posibilidad de percibir que este fenómeno –el de que un noticiero televisivo
aparece como forma de contar las noticias, en tanto como noticia o verdad o mentira, como si
estuvieran en un mismo plano la forma de contar y lo que se cuenta– dice, propone o promete.
Yo creo que ahora nos estamos dando cuenta (otros ya lo estudiaron antes), que esto pasó siempre.
El radicalismo en tiempos de Yrigoyen tenía un lenguaje obstruso y rebuscado. El lenguaje del
peronismo fue completamente diferente y los personajes representados en la palabra del peronismo
eran otras. Eso permitía vivir políticamente al que estaba incluido en ese espacio. Eso no es menos
importante que tener todos los días la comida necesaria para sobrevivir. Es igual.
Curriculum Vitae.
* Es semiólogo y escritor. Profesor consulto de la Universidad de Buenos Aires y
jefe de cátedra en la materia de Semiología en la carrera de Ciencias de la Comunicación Social.
* Es uno de los más reconocidos investigadores de los lenguajes de los géneros y discursos en
la comunicación de masas.
* Director de Investigaciones del Area de Crítica de Artes del Instituto Universitario
Nacional del Arte.
* Preside la Asociación Argentina de Semiótica y fue vicepresidente de la Asociación
Internacional de Semiótica Visual.
* Entre sus libros se cuentan
La recepción del género,
Semiótica de los medios masivos,
Leyendo historietas,
Estilo de época
y comunicación mediática, en colaboración con Oscar Traversa y
El pretexto del sueño.
* Además, publica en forma periódica en revistas nacionales y extranjeras y dirige diversas
investigaciones académicas.