El grafiti clandestino es una actividad de riesgo: entrar, pintar y salir antes de que llegue la policía, todo eso sin perder la calidad artística. Pero no todo es adrenalina, también hay que ser organizado. Tener un boceto previo del diseño es indispensable para hacerlo en el menor tiempo posible. Por eso surgió el blackbook del subte porteño, un pequeño cuaderno con los distintos modelos de coches preimpresos para poder esbozar la idea en papel antes de irrumpir en los depósitos con los aerosoles.
El término "blackbook" viene de la jerga del arte callejero de Nueva York. Según describe la autora Janice Rahn en su libro Painting Without Permission: an ethnographic study of hip hop graffiti culture, es la propiedad más preciada de un grafitero: allí guarda desde ideas para nuevos murales hasta las firmas (tags) de otros colegas.
Por lo general, se trata de un cuaderno en blanco. Pero pintar un tren no es lo mismo que dibujar una pared. Todos son diferentes: tienen su forma distintiva, su textura y tamaño, su personalidad.
Lea la nota completa en la edición impresa del Diario PERFIL.