El 21 de abril de 1972, hace 50 años moría Juan Carlos Castagnino, el célebre pintor, muralista, dibujante y arquitecto argentino.
Marplantense, vino al mundo el 18 de noviembre de 1908, en un hotel de la Avenida Luro. Su padre era herrero en un campo y en ese ambiente rural creció Juan Carlos Castagnino hasta 1914, cuando comenzó la escolaridad. Cuando llegó a las aulas, Castagnino era un chacarero de alpargatas que ni soñaba con educarse en París. Su vida había transcurrido entre carros, herramientas y caballos.
Sin embargo, desde el primer momento demostró una inteligencia sobresaliente y en tres años pudo completar el bachillerato en el Colegio Nacional Mariano Moreno.
Los fines de semana de varios veranos marplatenses logró trabajar en la conocida galería de arte Witcomb, que ya estaba en la calle Florida de Buenos Aires y ese primer contacto despertó su vocación por la pintura.
En 1928 ingresó a la Escuela Superior de Bellas Artes y Emilio Centurión y Ramón Gómez Cornet fueron uno de sus grandes maestros. Sin embargo, la participación en algunos talleres lo puso en contacto con grandes figuras de la época, como Lino Enea Spilimbergo. El pintor y grabador cordobés ejerció gran influencia en sus pinturas.
Castagnino, artista
Además de dedicarse a la pintura, en 1941, se recibió de arquitecto en la Universidad de Buenos Aires y se casó con Nina Haeberle. Pocos años después trabajó como ayudante del aclamado muralista mexicano, David Alfaro Siqueiros, uno de los más importantes de América.
La posibilidad de viajar por Europa, Asia y América Latina abrió su cabeza y su corazón a otros mundos totalmente diferentes y lo puso en contacto con problemáticas diversas que influyeron sus temas y pinceladas, pero sobre todo la manera en que comenzó a mirar el mundo.
En sus trabajos comenzó a denunciar las desigualdades sociales y lo llamaron "el pintor social”.
En la década del ’20 se afilió tempranamente al Partido Comunista de la Argentina y, en 1933, formó parte del primer sindicato argentino de artistas plásticos.
De todos modos, ya desde su atelier de la Av. General Paz 13545 en Villa Insuperable transmitió a sus telas su propia nueva mirada, sin abandonar la temática rural que fue su primera escuela en el mundo nunca lo abandonó y fue también una buena razón para explorar estéticamente con nuevos materiales
"Con un claro dominio de la figuración contemporánea (...), destinado a revelar imágenes que interpelen al espectador sobre diferentes aspectos del mundo contemporáneo, Juan Carlos Castagnino transita los años treinta y cuarenta aquilatando experiencias que vuelca productivamente en trabajos como La mujer del páramo", analizó la historiadora y crítica de arte Diana Wechsler.
En 1933 había tenido la ocasión de integrar junto a David Alfaro Siqueiros, Lino Enea Spilimbergo y Antonio Berni el equipo poligráfico que llevaría adelante lo que se convirtió en una desafiante propuesta: pintar un mural en el sótano de la quinta en Don Torcuato de Natalio Botana, quien fuera el director del diario Crítica. Los tres meses de trabajo en el sótano de Botana fueron para los artistas la oportunidad de explorar técnicas y modos de trabajo hasta el momento no transitados", continuó Wechsler.
"Esta experiencia de trabajo colectivo sentó las bases de amistades que se prolongaron por muchos años y que condujeron a la realización de otros equipos como el que integraron Castagnino, Berni y Spilimbergo con Urruchúa y Colmeiro para la constitución del Taller de arte mural que llevó a cabo los murales de las Galerías Pacífico de Buenos Aires en 1946. Señala Martha Nanni la 'permanente devoción por la naturaleza, por el paisaje de la llanura' como una marca de identidad del trabajo de Castagnino. A esto le suma su vocación por la observación de los seres que habitan esos espacios", añadió Wechsler para completar el retrato de la gran figura de la pintura nacional.
Muchas de sus obras se exhibieron en galerías y museos de París, Washington, Lima, Varsovia, San Francisco, Melbourne, Tokyo, Porto Alegre, México, Roma, Brasilia, Lima, Praga, entre otras, además de Buenos Aires.
Fue miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes y, entre otros premios recibió el Gran Premio de Honor Salón Nacional (1961), la Medalla de Honor en Pintura de la Feria Internacional de Bruselas (1958) y el Premio Especial de Dibujo II Bienal de México (1962).
Para los argentinos, además, siempre será el inolvidable ilustrador del Martín Fierro de José Hernández, que publicó la editorial Eudeba (1962).
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