Juan Darthés se sentó con Mauro Viale en la mesa de la cocina de su casa para pasar de acusado a acusador, para negar la violación que denunció públicamente Thelma Fardin, y aclaró, antes que nada: “Yo estoy muerto”.
Después, indignado por la reacción de la gente, dijo: “Si esto es cierto, soy yo el primero que me mato, soy yo el primero que me condeno”.
No dijo “si esto fuese cierto”. Habló en presente y se refirió a la muerte como castigo. Fue un discurso circular, más cercano a una involuntaria confesión que a la refutación categórica de todo lo dicho por Fardin.
No soy psicoanalista, solo un paciente de años. No teorizo, solo presto atención al contexto, las palabras, al discurso, porque soy periodista y me dedico a eso: a analizar lo que sucede y lo que se cuenta; lo que se oculta detrás de lo dicho, del armado de las frases.
No afirmo, no podría hacerlo. Solo señalo. No se trata de creer. Acá no está en juego la fe. Se trata de entender. Se trata del manejo del poder, del sometimiento, del extraordinario poder de la negación.
Los dos hijos de Darthés, de 18 y 22 años, no quedaron conformes con el relato de su papá y le pidieron a Viale que no mandara al aire la nota. Ellos sintieron que lo que decía no era lo que le convenía decir. Y tenían razón.
Hace años, cuando todos negaban, Uby Sacco, tal vez el boxeador más estético y con talento natural que haya visto, se convirtió en “el drogadicto nacional”.
Cuando el tema drogas sobrevolaba el ambiente de la farándula o de algún político, casualmente metían preso a Uby en Mar del Plata y el clima se calmaba. El mal estaba aislado. Foucaultianamente.
Darthés fue denunciado por varias mujeres y, salvo que exista una extraña conspiración de género en su contra, su conducta negadora es la típica en todos los casos de violación.
Pero no es el único, claro. Hay muchos, muchísimos Darthés, que cobran el peaje del casting sábana para dar trabajo, ascensos, trato preferencial. Pasa en todos lados. En el Congreso, las redacciones, las peluquerías, el fútbol, los estudios de abogados, una panadería.
Uby Sacco y Darthés han sido víctimas de su propia enfermedad, de sus propios fantasmas, y han causado dolor a la gente que los rodea.
Hay más. Hay mucho perverso, gente como Peter Lorre en M, el vampiro, y también mujeres como El ángel azul, que usa y maltrata al viejo profesor. Somos humanos, demasiado humanos.
¿Y ahora? Es hora de concentrarse en cambiar el paradigma, la herencia cultural que ha hecho de la mujer un objeto para la satisfacción masculina, y eludir la tentación de la furia, la estigmatización, la caza de brujas.
Es hora de pensar, de usar la cabeza. Siempre es hora de eso.