Una carta de finales del siglo XVI refleja la pasión muy mal disimulada: “Espero tener un momento o dos para estar con Mi Querida… Quisiera tener un querido abrazo, el cual anhelo más de lo que puedo expresar”. En otra carta, la joven le rogaba: “¡Ven a mí tan pronto como puedas, para que me abrace a ti (…) No puedo ir a la cama sin verte … Si supieras en qué condición me has dejado, estoy segura de que tendrías lástima".
Esta correspondencia es muy íntima pero dentro de los estándares pasionales de cualquier persona enamorada. Sin embargo, la autora de las apasionadas cartas no era una mujer común y corriente, sino Ana, que se convirtió en la reina de Gran Bretaña en 1702. Y lo que hace a las cartas aún más intrigantes es que el destinatario del deseo de la joven princesa era otra mujer.
Parte de la historia de este romance puede verse en "La favorita", la nueva película de Yorgos Lanthimos, con 10 nominaciones al Oscar, que llegó este jueves a los cines argentinos.
Se trata de un drama de celos, pasión, deseo y venganza ambientado en el palacio de Kensington del siglo XVIII y relata la relación entre la reina Ana y dos hermosas mujeres con las que estaba obsesionada: la duquesa de Marlborough y su camarera Abigail Masham.
Tres cientos años después de la muerte de la soberana, ningún historiador está seguro de que haya habido amor físico entre la reina y sus dos mujeres, y todavía muchos se preguntan si Inglaterra estuvo realmente gobernada por una reina lesbiana.
Miss Morley y Mrs. Freema
Para cuando fue coronada, Ana amaba con un ardor que iba mucho más allá de la amistad a Sarah Churchill, la bella, carismática e intrigante Duquesa de Marlborough, cuyo vínculo con reina era tan íntimo que escandalizó a la corte de Londres.
Las cartas revelan lo encantada que estaba con la duquesa: “Aunque escribiera volúmenes enteros, nunca podría expresar lo mucho que te amo”, le escribió. Como Sarah confesó más tarde, la princesa “deseaba poseerme completamente”. En cartas, las dos mujeres se llamaban entre sí por apodos. Ana era “Miss Morley” mientras la duquesa era “Mrs Freeman“, para subrayar que la relación no era una de una reina y su sirviente, sino de iguales.
Con Ana en el trono, la duquesa se convirtió en la mujer más poderosa en la corte y ejerció el cargo de “Groom of the Stool”, el puesto más alto e influyente de la corte, que tenía por objetivo asistir a la reina mientras hacía sus necesidades más íntimas.
Durante los siguientes años, la duquesa de Marlborough intrigó e influyó poderosamente en la corte, haciendo notar a todos que la reina no era más que un títere suyo, una mujer vaga y poco interesada en los asuntos del gobierno.
Nadie sabe si la refinada Sarah en realidad amaba a Ana, pero se quejaba constantemente de los celos de su amante y de su manía de controlarla y retenerla consigo todo el tiempo posible, algo que llegó a aburrir a la duquesa. Ana, por su parte, comenzó de a poco a atormentarse por las otras amistades femeninas de Sarah, provenientes de la alta sociedad y a las que consideraba más bellas que ella.
Muy afectada por la actitud de su favorita, Ana se refugió en la tierna compañía de la joven Abigail Masham, una mujer sencilla que desde el principio se mostró dispuesta a escuchar, y consolar a la atribulada Ana, que para principios del siglo XVIII ya estaba muy enferma.
La llegada de Abigail desató una tormenta
La duquesa fue expulsada y, como tantos cortesanos, exigió una venganza por lo que consideraba su traición. Primero, ella acusó públicamente a Ana de mantener relaciones lésbicas con Abigail. Luego escribió sus memorias, poniendo al descubierto las cartas de amor que la inocente y enamorada princesa le había escrito. Posesivas, apasionadas y vibrantes, las cartas plantean interrogantes acerca de la relación "antinatural" entre la reina Ana, la duquesa y su dama.
Cuando Sarah se dio cuenta de que Abigail la había reemplazado en el corazón de la reina Ana, reaccionó con furia amarga, llamando públicamente a Abigail como “la víbora” y la “perra desagradecida”. La duquesa acusó violentamente a la reina de mantener “una pasión tan grande por tal mujer” y le advirtió que si el mundo se enteraba de su “intimidad” con Abigail y que la reina “no tenía inclinación hacia nadie del sexo opuesto”, su reputación quedaría arruinada para siempre.
Uno de los aliados de la duquesa de Marlborugh escribió una balada vergonzosa acerca de la relación “antinatural” de Ana con su “puta de Estado”, describiendo cómo le encantaba la “sucia camarera” Abigail ofrecer sus “dulces servicios” a la reina por las noches. Los chismes comenzaron a extenderse.
La corte murmuraba el “vicio femenino” de la reina, que se entregaba a los actos “más detestables de la naturaleza” y Sarah insinuaba que, mientras el príncipe Jorge estaba vivo, Ana y Abigail habían disfrutado de encuentros amorosos durante sus siestas de la tarde.
Ana se negó a ser chantajeada, respondiéndole: “Yo puedo amar a quien yo quiera”. Celosa, la duquesa comenzó a difundir rumores sobre la reina y su dama, insinuando que el país estaba siendo gobernado por "un par de lesbianas".
Desde su exilio cortesano, la furiosa duquesa amenazó insistentemente a la reina con publicar las cartas privadas que le había enviado a través de los años: “Si esto se conoce, podrías perder la corona”. Pero esta vez las amenazas funcionaron: la reina pagó generosamente por las cartas y las ocultó para siempre.
Para ese entonces la duquesa de Marlborough era la mujer más rica de Inglaterra, con una fortuna equivalente a más de 100 millones de dólares actuales y era ama y señora del esplendoroso palacio de Blenheim. Ana, en tanto, declinaba. Sarah, su antigua favorita y manipuladora, escribió entonces un relato condenatorio de su amistad que retrata a la reina como “una mujer miserable, aburrida, infantil y extremadamente grosera y corpulenta”.
Cuando murió en 1714, a la edad de 49 años, la reina fue colocada en un ataúd descrito por un espectador tan ancho que era “casi cuadrado”, y “más grande que el del príncipe, su marido, que se sabía que era un gordo y voluminoso hombre”, según un cronista. Algunos incluso afirmaron que el ataúd no cabía dentro de la bóveda y que otros ataúdes reales tuvieron que ser movidos para acomodarlo.