Unas doce mujeres, en provincias diferentes, comparten un Zoom. Se ríen, debaten, terminan los comentarios de la otra. Hay, claro, una complicidad compartida de dos tardes por mes juntas que las convirtió en amigas, aunque la mayoría no se conozcan personalmente. Podrían hablar de casi cualquier cosa, pero se escuchan frases como “lo que pasa con las novelas es que si uno no tiene con quién comentarlas, se las olvida”. Hablan, sí, de literatura. En este caso, de clásicos, que muchas leyeron de chicas y reencuentran en su adultez con relecturas que no se imaginaban. Otras encuentran mundos nuevos y, como acaba de decir Felicitas, encontraron también con quién comentarlas, para no olvidarlas pero también para disfrutarlas el doble.
El encuentro del club de lectura El Señalador, fundado por dos amigas –una licenciada en Letras, la otra comunicadora social, pero que a su vez ya compartían un espacio presencial que el encierro potenció y duplicó–, se convirtió, según muchas de sus integrantes, “en un oasis” en el medio de uno de los momentos más aciagos en la vida de todos. “Hay un consenso total sobre los libros que elegimos: agrupamos los libros por ciclos porque eso ya es proponer un eje. Empezamos a navegar el fantástico a través de institutrices y monstruos. Luego hablamos de las intrusas, ahora de los secretos”, explica Susana Estévez, la “guía” en esa travesía. El “corazón” del club está a cargo de María Luna, quien agrega que “no encontramos nada malo en el desafío virtual: tenemos gente que vive en el interior o en otras ciudades que de otra manera no hubiesen podido participar. El único problema es que muchas veces los libros no se consiguen en todos lados, y los descartamos por eso”.
Estévez dice que cada vez se va haciendo más profunda e interesante la charla y “eso es muy inspirador: se va creando una confianza muy interesante en el grupo, cada una desde su profesión. Sumamos el tema de la escritura, que también enriquece la experiencia de las lectoras”. Ahora, tras un año de virtualidad, están pensando en incorporar encuentros presenciales. “Ver la evolución de las percepciones de las lectoras por sobre los libros es muy gratificante”, aporta Luna.
Otro espacio ligado a la escritura a través de talleres que adoptaron la virtualidad llevó casi orgánicamente a su fundadora, la dramaturga y docente de escritura creativa Marian Mazover, a fundar su propio club de lectura y experimentar con esa nueva faceta. “Cuando largué el Atlético de Escritura (N. de R.: un programa gratuito que lleva adelante), encontré que quería también transmitir mi propio mundo de lectura para difundir escritores contemporáneos argentinos de prosa o poesía no tan conocidos”, cuenta. “Tengo una comunidad de más de 4 mil suscriptores, que ya está formada, y encontré en la pandemia el momento para generar el club de lectura. Lo armé como un misterio, era salir de mi zona de confort. Enseguida se sumaron unas cincuenta personas, y a partir de ahí empecé a elegir los ejes de análisis y materiales que me permitieran transmitir el entusiasmo por esa lectura”, detalla la también directora teatral.
Sus encuentros comienzan a partir de clases grabadas y una guía de lectura. Luego hay un encuentro presencial sincrónico. “La lectura está muy asociada a lo solitario, y la posibilidad de conversar sobre lo que uno lee y compartir con quien esté en el proceso a la par lo hace más interesante”, dice Mazover. El club se convirtió en “un espacio que te generás para vos, como ir a yoga. Tiene que ver con habilitarse”.
Revivir el pasado. La película Jane Austen Book Club inspiró su camino, pero ella lo hizo propio: Yerimen Iglesias fundó su propio club de lectura en homenaje a la autora de Orgullo y prejuicio en 2013.
Enseguida, encontró una comunidad afín, con la que comparte también ropa de época de la Regencia, bailes, picnics y charlas sobre las costumbres inglesas del siglo XIX. Pero la virtualidad cambió todo. “No estamos muy estructuradas por temática, pero durante la cuarentena sí: elegíamos una novela y, al estar en casa, podíamos tener más tiempo.
Generalmente, lo que hacemos es tener charlas, que abren debates muy interesantes. Creo que a pesar de que muchas estamos desde el comienzo en el grupo, en las relecturas encontramos cosas nuevas que no habíamos visto. Quizá es porque nos ha llegado un poco más la adultez”, ríe la joven. “Nos gustan los temas libres, quizá los relacionamos con adaptaciones, algunas películas que se toman algunas libertades creativas o debatimos una novela en particular”, detalla.
“Pasar a los encuentros online fue un desafío, pero al mismo tiempo nos dio herramientas como las lecturas en vivo por Instagram, los zooms con gente que no se había animado o no había podido volver a participar. Sumamos amigas de México”, enumera Iglesias. “No pretendo que las reuniones sean académicas: nos reímos de chistes y memes y compartimos ese espacio feliz”. Se reencontrarán el 28 octubre. Desde 2014 hacen un picnic anual. “Ahora queremos hacer un festival: baile, caminata y talleres de danza histórica. Como Austen se merece”.