Sólo se sabe lo que cuenta el Evangelio de Mateo: “Nacido, pues, Jesús en Belén de Judea en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?” - Mateo 2,1-2-. “Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra. -Mateo 2:11.
Según cuenta la historia más conocida, la visita de los bienintencionados reyes despierta la desconfianza del rey Herodes que ordena matar a todos los niños menores de dos años del lugar, mientras que José es advertido en sus sueños por los ángeles y huye a Egipto. A partir de ese relato, tanto la Iglesia Católica como las personas en general han ido elaborando una leyenda sobre los hechos y la personalidad de estas tres figuras, incluyendo el presunto estatus real.
La tradición más difundida cuenta que vinieron del Oriente, en número de tres, y que iban guiándose por una estrella que los condujo hasta Belén. Allí buscaron al Niño Jesús recién nacido y le adoraron, ofreciéndole oro (representando su naturaleza real, como presente conferido a los reyes), incienso (que representa su naturaleza divina, empleado en el culto en los altares de Dios) y mirra (un compuesto embalsamador para los muertos, representando el sufrimiento y muerte futura de Jesús).
Hombres de ciencia. Aunque resulte un poco contradictorio que hombres practicantes de magia, calificados de herejes en el Antiguo Testamento, sean admitidos como adoradores del Mesías, el término “mago” no era utilizado únicamente para referirse a los hechiceros, sino que también se lo usaba para nombrar al hombre sabio, o más precisamente al hombre de ciencia.
San Mateo nos deja ver que eran astrónomos que conocían con precisión el movimiento de las estrellas: “Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella”, (SM 2:7).
En la iglesia de San Apolinar Nuevo, en Rávena, Italia, es la primera vez que surge el nombre con que hoy conocemos como los Reyes Magos. El friso de la imagen está decorado con mosaicos de mediados del siglo VI que representan la procesión de las Vírgenes. Esta procesión está conducida por tres personajes vestidos a la moda persa, tocados con un gorro frigio y su actitud es la de ir a ofrecer lo que llevan en las manos a la Virgen que está sentada en un trono y tiene al Niño en su rodilla izquierda. Encima de sus cabezas se pueden leer tres nombres, de derecha a izquierda: Melchor, Gaspar y Baltasar.
Poco a poco la tradición ha ido añadiendo otros detalles a modo de simbología: se les han adjudicado tres razas conocidas en la antigüedad, se los ha tenido como representantes de las tres edades del hombre y de los tres continentes, Asia, África y Europa.
Con el tiempo, en España y en otros países de tradición católica, se adoptó la costumbre de celebrar al mismo tiempo el día de la Epifanía (el 6 de enero) y la festividad de los Reyes Magos, conjugándose así la manifestación de Jesús al mundo no judío con la fiesta de estos personajes que representaban justamente ese mundo de gentiles. Poco a poco, el vulgo fue olvidando el significado verdadero de la palabra “epifanía” y la convirtió en un sinónimo de adoración de los Magos.