Antes de morir y de que las palabras se las llevara el viento, algunos famosos fueron más prácticos que otros en la lista del debe y haber para decidir qué se llevarían de este mundo.
William Shakespeare, por ejemplo, se ocupó de escoger el lugar donde quería ser enterrado para que lo recordaran cada 2 de noviembre, el Día de los Muertos, y compró su propia tumba en la iglesia Holy Trinity Church de su ciudad natal, Stratford-upon-Avon. El autor de Hamlet se encuentra allí desde el 25 de abril de 1616. Algo muy inusual en una época en que no había cementerios, y menos entierros en las iglesias para quienes no fueran miembros del clero.
Otros fueron más modestos. Y también abundaron los que se engolosinaron en palabras sin pedir nada a cambio. Esos que legaron innumerables frases y consejos póstumos antes del último viaje. Otros famosos, en cambio, solicitaron a sus deudos que los despidieran dejándoles en su propia sepultura los souvenirs más significativos de sus vidas.
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Objetos insólitos con los que fueron enterrados los famosos
Declarado Patrimonio Intangible de la Humanidad por la Unesco, el Día de los Muertos, el 2 de noviembre, es una suma de tradiciones y decisiones que honran a los seres queridos que ya fallecieron. Pasando revista al último deseo de unos cuantos, abundan las sorpresas. A continuación, algunas de las cosas más insólitas que eligieron llevarse primero a su tumba y, tal vez al más allá, diez personalidades de fama mundial.
1. Frank Sinatra (1915 a 1998)
Con su atado de cigarrillos rubios Camel, su whisky preferido –el Jack Daniel’s-, un encendedor Zippo y un dólar en monedas de diez centavos -por si en el camino no encontrara cambio-, Frank Sinatra, la Voz, eligió irse de este mundo “a su manera”, antes de que se quedara sin voz. Lo más insólito es que lo de las monedas fue por si las necesitaba para hablar por teléfono allí, donde estuviera.
Entrevistado por el periodista Gay Talese en 1966, el cantante dijo durante el reportaje: “Estoy a favor de cualquier cosa que te ayude a pasar la noche, ya sea la oración, los tranquilizantes o una botella de Jack Daniel's". Y Talese agrega que Sinatra solía decir que el whisky y sobre todo ése, era “el néctar de los dioses".
Fuera cierto o no, el hecho de que Frank Sinatra pidiera ser enterrado con una botella de whisky no fue desaprovechado por el fabricante que convirtió al cantante de New York, New York en su mejor auspiciante, a tal punto que le dedicó un whisky premium post mortem en su honor, el Sinatra Select ($ AR 100.000).
2. Humphrey Bogart (1899 a 1957)
Al morir en 1957 por cáncer de esófago y antes de que sus restos fueran cremados, se dice que Lauren Bacall, su esposa, agregó al crematorio de Humphrey Bogart, “Bogie”, una urnita con un pequeño silbato de oro que tenía grabada una frase legendaria: "Si quieres algo, solo silba”.
Cierta o no, la anécdota es fantástica porque se trata de una frase que Humphrey Bogart pronunció en una escena de la película Tener y no tener (Howard Hawks, 1944), en la que el actor, que ya iba por su tercer matrimonio y se había enamorado del whisky, conoció a Lauren Bacall, 25 años menor que él, su amor definitivo.
El parlamento de Bacall en el libro cinematográfico de William Faulkner no tenía que ver con un silbato sino con un silbido: “Sabes que no tienes que actuar conmigo. No tienes que decir nada, y no tienes que hacer nada. No es una cosa. Oh, tal vez solo silbar. Sabes silbar, ¿verdad, Steve? Simplemente junta los labios y sopla”, sugería ella en su rol de Marie “Slim”.
3. Roald Dahl (1916-1990)
El autor de Charlie y la fábrica de chocolate (1964) no solo fue enterrado con varios chocolates, su golosina preferida, sino también con varios lápices, algunos tacos de billar, una botella de vino de Borgoña y una insólita sierra eléctrica, por si tuviera que usarla para regresar al mundo de los mortales.
El escritor británico contó en sus memorias (Boy, 1984) que lo que relata su novela más famosa entre los argentinos, Charlie y la fábrica de chocolate, se basó en uno de los recuerdos más vívidos de su propia infancia: los chocolates que el fabricante Cadbury enviaba a su colegio para que los alumnos lo probaran y le dieran su opinión.
Esas zambullidas periódicas de cacao le hacían soñar a Dahl: se decía entonces que, cuando fuera grande, tendría una propia fábrica de chocolates, tan estrambótica y fuera de serie que sorprendería al “gran Sr. Cadbury”.
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4. Harry Houdini (1874 a 1926)
El ilusionista y escapista de origen austrohúngaro más famoso de la historia, Harry Houdini, está enterrado junto a su madre en Queens, Nueva York, dentro de un ataúd de bronce que utilizaba en uno de los trucos que lo hicieron famoso en el mundo: escaparse de esa caja de bronce herméticamente sellada, en la que se encontraba esposado y rodeado por una pileta de agua.
Su cajón especial se encuentra en la tumba de su madre, que había fallecido en 1913, una pérdida que lo destrozó anímicamente y lo inclinó a experimentar con el espiritismo, con la esperanza de volver a tener contacto con ella. Sin embargo, esos “trucos” pronto lo decepcionaron y se convirtió en un detractor de los médiums.
5. Leonard Bernstein (1918 a 1990)
Es casi esperable que Leonard Bernstein, el creador de West Side Story, uno de los musicales más perdurables de Broadway, pidiera que lo enterraran con una partitura de la Quinta sinfonía de Gustav Mahler, sobre todo porque la admiración del compositor de Massachussetts por su par austríaco lo hizo revivir como un autor romántico al que valía la pena sacar del cajón de los recuerdos musicales.
Sin embargo, si pensamos en los otros souvenirs con los que Bernstein eligió transitar al más allá, el anonadamiento se agiganta. El director de On the Town pidió ser enterrado con una pieza de ámbar, una moneda de un centavo, un bastón y una copia de su libro de cabecera, Alicia en el país de las maravillas.
6. John F. Kennedy (1917 a 1963)
El relato de Herman Melville, Moby Dick (1951), luego llevado al cine por John Huston, habrá iluminado la imaginación infantil del más célebre integrante del clan Kennedy, John Kennedy. El 35º presidente de Estados Unidos pasaba sus vacaciones en las islas de Massachusetts y aprendió a navegar en Nantucket, puerto de varios barcos balleneros en la Nueva Inglaterra del siglo XIX.
Desde chico, JFK coleccionaba piezas de hueso de ballena y marfil, grabados con leyendas, imágenes, diseños. Varias de ellos adornaban su despacho de la Oficina Oval, en el Ala Oeste de la Casa Blanda de Estados Unidos.
Una de sus piezas de colección favoritas era un diente de ballena de 25 centímetros de largo, grabado con el sello presidencial por el artista de scrimshaw (tallado en marfil), Milton Delano. Su esposa, Jacqueline Kennedy, se la había encargado al tallador de huesos y fue su regalo de Navidad en las últimas Fiestas de Fin de Año que compartieron juntos, en 1962. La primera dama pidió que el mandatario asesinado en noviembre 1963 fuera enterrado con esa pieza a junto a él en el Cementerio Nacional de Arlington.
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Cartas de Jackie Kennedy, imágenes de sus dos hijos y un par de gemelos de oro también forman parte de su equipaje post mortem. Su hermano Robert, también asesinado cinco años más tarde, agregó a sus reliquias un rosario de plata y un alfiler de corbata de oro que es una réplica en miniatura de la lancha torpedera PT-109, en la que viajaba Kennedy cuando era teniente de la marina y patrullaba las Islas Salomón, en 1943. Un torpedo partió la embarcación el 2 de agosto y Kennedy salvó la vida de todos sus marineros. Por esa proeza había sido condecorado como héroe de guerra.
7. Bela Lugosi (1882 a 1956)
El húngaro Bela Lugosi decidió probar suerte como actor en Estados Unidos y allí saltó a la fama con su hierática interpretación de Drácula (Tod Browning de 1931), un éxito que le hizo pasar la mayor parte de su vida inspirando miedo y durmiendo en ataúdes.
A pesar de que muchas veces quiso despegarse de su interpretación más icónica, Bela Lugosi no logró superar su propia leyenda. Continuó interpretando el personaje de Drácula u otros roles hematófagos casi siempe, incluso en la comedia Abbott and Costello Meet Frankenstein (1948) y Plan 9 from Outer Space, casi una parodia de sí mismo, una película de culto que se estrenó después de su muerte.
Morir podría haberlo librado del tormento de vivir en la piel de Drácula, pero familiares y amigos sugirieron enterrarlo rodeado de la parafernalia de su vampiro y envolvieron su cuerpo con la famosa capa negra.
8. Andy Warhol (1928-1987)
Tal como se cuenta en el libro The Philosophy of Andy Warhol: From A to B and Back Again, el mayor ícono del arte pop de Estados Unidos adoraba los perfumes y por eso, está enterrado junto a un frasco de su aroma preferido, Estée Lauder, en el cementerio católico bizantino St. John the Baptist, ubicado en un suburbio de Pittsburgh.
En ese trabajo, Warhol cuenta: “A veces, en las fiestas, me escabullo al baño solo para ver qué colonias tienen. Nunca miro nada más, no husmeo, pero tengo la compulsión de ver si hay algún perfume oscuro que no haya probado todavía, o un buen viejo favorito que no haya olido en mucho tiempo. Si veo algo interesante, no puedo dejar de verterlo. Pero luego, por el resto de la noche, estoy paranoico de que el anfitrión o la anfitriona me huelan y noten que huelo como alguien que conocen”, confesaba.
9. William S. Burroughs (1914 a 1997)
La tumba del novelista de la Generación Beat, visitante infaltable de los bares del Greenwich Village neoyorkino, está en el cementerio de Bellefontaine en St. Louis, Missouri. Allí, dentro de una parcela familiar –fue hijo del inventor de una calculadora-, uno de los artistas más influyentes y controvertidos de los años 50, fue enterrado con su bolígrafo preferido, un bastón fabricado con nogal americano y madera de India. Pero eso no es todo.
En el bolsillo de su pantalón, sus amigos le deslizaron una moneda de oro simbólica. "William tendría suficiente dinero para comprar su camino en el inframundo", escribió su amigo el poeta John Giorno, en el texto que describe su entierro.
Y, como era de suponer en el autor que hizo un culto del consumo de drogas, un "porro de hierba realmente buena", junto a un paquetito de heroína. Además, Giorno y los editores de Burroughs decidieron sumar a su funesto equipaje "su arma favorita", un revólver calibre 38 que él denominaba "The Snubby". Así de pertrechado, "William, enjoyado con todos sus adornos, viajaba por el inframundo", según describía John Giorno.
10. Tony Curtis (1925 a 2010)
El actor de Fugitivos, Espartaco y El gran Houdini, el compañero de Marilyn Monroe en Some like it hot ("Con faldas y a lo loco") y El bebé de Rosemary, entre otros insoslayables de Hollywood, fue sepultado con una larga lista de sus objetos favoritos: el sombrero Stetson con que aparecía en muchas de sus fotos de los últimos años, un par de guantes de automovilismo, los zapatitos de bebé de uno de sus nietos, las cenizas de su perro, una bufanda Armani y su teléfono celular.
MM/ff