El 17 de diciembre de 1989 era domingo y el republicano George Bush, el presidente de Estados Unidos. Sin embargo, nada de eso era tan importante como el estreno del primer capítulo de la primera temporada de Los Simpsons por la señal de televisión Fox.
En esos días previos a la Navidad de 1989, el disco más escuchado en Estados Unidos era We Didn't Start The Fire, en la voz rasposa de Billy Joel. Oliver Stone demostraba ser el director de cine más taquillero del año, con Nacido el 4 de julio, pero Marge Simpsons, en el capítulo estreno de Los Simpsons, el que inauguró las 34 temporadas, se sentaba a escribir su carta de fin de año:
“Nuestro gato Bolita fue arrollado y se fue al cielo de los gatitos, pero compramos uno nuevo, Bolita Segundo, así que la vida continúa”, deletreaba al escribir.
“Y hablando de que la vida continúa, el abuelo sigue con nosotros, como siempre. Maggie ya camina sola; Lisa tiene solo ‘dieces’ y Bart… bueno, queremos mucho a Bart! La magia de esta época nos ha tocado a todos…”, resumía el ama de casa, entonces desconocida.
“¡Marge! ¿No has terminado esa estúpida carta? Le grita Homero, con pocas pulgas.
“Homero envía su afecto, ¡Felices Fiestas!” continúa escribiendo Marge, en su propio mundo, que es el de la familia amarilla de Springield, por momentos ácida, en otros tierna, espontánea, irónica o mordaz en su elaborada candidez.
Los Simpsons: primer capítulo
Sin saltear ningún rito, en ese primer capítulo de estreno de la serie que pegó un flechazo en el talón de Aquiles del capitalismo, Marge le pide a sus hijos, Bart y Lisa –que escriben iluminados por el fuego encendido del hogar-, que le den sus cartitas para enviárselas a Santa Clause al Polo Norte.
“¡Ay, mamá, por favor! ¡Solo hay un hombre gordo que trae regalos y no se llama Santa!”
Desde hace 3 años, Lisa pide un pony que “Santa” nunca trajo, pero por suerte, de Bart sólo puede esperarse un pedido “más realista”: “¡un tatuaje!”. “¡¿Un quééé?!” ladra Homero, asomándose desde otro cuarto.
Homero, “el niño grande al que le encanta la Navidad”, se aburre en la fiesta de fin de año del colegio, cuando Lisa aterroriza al auditorio bailando salvajemente con máscara maorí y antorchas de fuego. Y, mientras el canto desafinado de Bart enorgullece a la madre, altera al director del colegio que de un tirón lo arranca del coro.
Y el capítulo trae cola: las hermanas de Marge visitarán a los Simpsons para Navidad y Homero se pone un dedo en la boca, para vomitar…
Homero, el padre de familia, llegará a las Fiestas sin un centavo (no le pagaron el cheque navideño y para salir del paso, consigue una changuita en el departamento de Santa Claus.
Está desesperado y Bart lo acompaña a las carreras de galgos; apuestan lo que acaban de pagarle a un perro que pierde. Su dueño, frustrado, abandona al perro y Bart y Homero se lo llevan a la familia como regalo sorpresa de la Navidad.
Los Simpson no son la familia Ingalls sino una disfuncional, en la que nada sucede como se espera sino apenas como se puede en la clase media estadounidense. ¿Sólo en la estadounidense?
Los Simpsons, ¿casi argentos?
Ese capítulo sería la presentación de los personajes y se llamó Simpsons Roasting on an Open Fire: The Simpson's Christmas Special, algo así como “Los Simpsons rostizándose junto al fuego en un especial de Navidad”.
Su creador, Matt Groening dijo que se inspiró en su propia familia para pintar ese peculiar mundo de relaciones. Groening, un dibujante de Portland, Oregon, estaba casado entonces con Deborah Caplan y tenían dos hijos.
Tras 13 años de matrimonio, se divorciaron en 1999 y en 2007, Groening se unió a la artista plástica argentina, Agustina Picasso, 23 años menor que él y ex esposa de Eduardo Constantini Jr, con quien ya tenía un hijo.
Casados desde 2011, el flamante matrimonio que vive en Los Angeles tuvo seis hijos más, sin contar los tres de sus vínculos anteriores, familia ensamblada si las hay.
La cuenta de Instagram de Agustina Picasso comparte en redes muchos momentos íntimos y felices de la familia.
“Mi Mattttttute ... casi 10 años y cada día aprendo más de vos… sos el mejor artista…. El Warhol de este siglo, el mejor papi que alguna vez existió…. El Buddha con toda la paz y la felicidad, el mejor marido y amante… nadie me amó como vos… y nunca lo haría… sos divino. Wahe guru!!!!!”, dice con orgullo la esposa feliz.
Y una seguidora (IG: jesibombom) comenta sobre Los Simpsons, para que llegue a oídos del creador, Matt Groening:
(…) “Tuve una infancia muy dura y siempre me preguntaba uh ganaron un premio... bueh a ver cómo lo pierden, y eso ya me deprimía. Que mala q es la vida, me decía, nunca se gana. Yo era re chiquita. Hubiera sido tan lindo q cuando les pasaba algo copado terminara bien, no es necesario q en el otro capítulo sigan con lo mismo, entonces porqué quitarlo.
“La Argentina sigue y siguió desde siempre a los Simpson, y no se dan cuenta pero es un mensaje muy negativo para el q lo mira. No digo q si Homero es un bruto se transforme en genio. Se pueden poner situaciones bizarras y divertidas y q acaben bien, tan extraordinariamente difícil es? Como dije, una niñez difícil y me hubiera gustado ver que también se puede ganar. Va con onda. Que hermosa familia, me encanta ver una argentina q le metió a la vida, todas las ganas. Te felicito”.
Los Simpsons, mordaz desde el primer capítulo
Antes de radicarse con su imaginación en el mundo ficticio de Springfield, Matt Groening ya se había hecho un nombre con Life in Hell (Vida en el infierno), una fábula moderna en tira “cómica” en la que mezclaba su inevitable cosmovisión ácida con las reflexiones cotidianas que le inspiraba el universo de los conejos.
El primer capítulo de Los Simpsons fue visto por 26.7 millones de personas y en Argentina se estrenó recién el 8 de febrero de 1991 por Telefé, que sólo pagaba por ellos US$ 200, el mejor de los negocios de Pavón 2444, en una época en que el mayor éxito familiar del canal era ¡Grande, Pa! (1991-1994), con Arturo Puig, María Leal y “las Chancles”.
Cuando nadie soñaba con el boom que se avecinaría, el productor televisivo Ken Estin había llamado a Groening para que dibujara una tira identificatoria de su programa, The Tracey Ullman Show, conducido por una presentadora bastante conocida en el Norte.
La tira en realidad apareció allí y duraba un spot de un minuto, pero como producto con propia personalidad asomó al mundo el 17 de diciembre de 1989.
Para el programa de Tracey Ullman, en principio, Groening no pensó en hacer algo especial y sacó de la galera lo que en realidad ya tenía en la cabeza aunque pareciera recién salido del horno y marchando con fritas.
Para plantar su tira en dibujos –en esa época todavía a mano - no se tomó ni dos minutos para pensar el nombre de los personajes (Homer es su padre, pero también el homónimo de su hijo mayor; Marjorie su mamá; y Lisa y Maggie, sus hermanas; ¿Bart sería Groening?).
Los Simpsons, amarillos
Hasta entonces, el único personaje amarillo que había sido famoso en Estados Unidos era The Yellow Kid, el dibujito de Richard Outcault, también mordaz, que había inspirado la prensa amarilla un siglo antes y que se disputaron Joseph Pultizer y William Randolph Hearst.
El color amarillo de la piel de los Simpsons y el pelo azul de Marge fue una idea de otra animadora que se sumó al grupo, Gyorgyi Peluce.
A poco de cortar lazos con Tracey Ullman y tomar vuelo propio, en horario central y en emisiones de 30 minutos, la serie Los Simpsons se fue metiendo en el mercado.
No explotó de entrada, porque un dibujito animado para adultos era algo que rompía el molde. Sobre todo un domingo a la noche y para competir con la sitcom The Cosby Show, el programa familiar más famoso del momento.
El contraste con el desparpajo de Los Simpsons fue imponiéndose y en dos años hizo furor. En septiembre de 1990, Barbara Bush, primera dama de Estados Unidos, comentó que ella y su marido no veían Los Simpsons porque les parecía “la cosa más estúpida que habían visto en su vida”. En la siguiente temporada, el matrimonio amarillo tenía nuevos vecinos enfrente de casa, los Bush.
Con su caos y desfachatez, la familia amarilla cuestionaba todos los tópicos instalados de la cultura estadounidense. Imposible perdérsela. Lejos de elegir el dedito alzado, sus cachetazos hacían reír. ¿Qué más se podía pedir?
Los Simpsons, éxito de 33 años
Muchas de las calles de Portland, en Oregon, terminaron adoptando los nombres de los personajes de la serie (Flanders, Burn, etc), que ya estrenó su temporada 34 en Estados Unidos y puede seguirse en streaming por Disney Plus.
Realizar cada episodio demanda seis meses de trabajo y Matt Groening y James L. Brooks son los productores ejecutivos. Los actores que ponían sus voces a los personajes cobraban US$ 30.000 por cada episodio hasta 1998 y hoy, rondan los US$ 400.000, tras muchos conflictos sindicales mediante, en los que intervino el mismo Groening para interceder por ellos ante Fox Entertainment.
En 33 años, Los Simpson ganó 33 Premios Emmy entre muchos otros. La revista Time la eligió, el 31 de diciembre de 1999, “ la mejor serie del siglo XX. Quince días más tarde, se le concedía una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood.
La señal más pintoresca de que Los Simpsons cuestionaron lo dado e hicieron repensar los tópicos culturales establecidos es que el típico gruñido de Homero Simpson (“d’oh) es una entrada en el Diccionario Inglés de Oxford.
“D’oh” tiene valor de sustantivo y significa “Ese fue el mayor error de todos”. Se usa cuando se acaba de decir o hacer algo que se sabe que es estúpido. Y en el ítem “origen de la palabra”, el diccionario de Oxford University Press aclara “utilizada por Homero Simpson en la Serie de televisión Los Simpsons”.