En Argentina, la llegada del Año Nuevo suele estar acompañada por rituales que se repiten generación tras generación, brindar a la medianoche, comer determinados alimentos y elegir cuidadosamente el color de la ropa —especialmente de la ropa interior— según lo que cada persona desea atraer para el año que comienza.
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El amarillo para la prosperidad, el rojo para el amor o el blanco para la paz forman parte de un imaginario colectivo muy arraigado. Aunque la tradición se replica en distintos países de América Latina, en el país adquirió un sello propio, donde conviven el humor, la costumbre familiar y, en los últimos años, el lenguaje del bienestar emocional y las “intenciones” para el nuevo ciclo.

Psicología del color: qué aporta y qué no
Desde la psicología del color, se estudia cómo ciertos tonos se asocian a emociones, estados de ánimo y conductas. Sin embargo, los especialistas aclaran que no se trata de reglas universales ni de fórmulas mágicas: el significado del color depende del contexto cultural, la experiencia personal y la situación en la que se utiliza.
Vestirse de un color determinado no cambia la realidad por sí solo, pero sí puede cumplir una función emocional concreta: ayudar a ordenar expectativas, expresar deseos y marcar simbólicamente el inicio de una nueva etapa.
Amarillo: prosperidad, optimismo y energía
El amarillo es, históricamente, el color más elegido para recibir el Año Nuevo en Argentina. En la tradición popular se asocia con el dinero, la abundancia y la buena suerte.
Desde lo psicológico, es un color vinculado a la energía, el optimismo y la activación mental. Transmite entusiasmo y una actitud positiva frente a los desafíos, por lo que también representa el impulso para encarar proyectos laborales y objetivos económicos.
Rojo: amor, pasión y determinación
El rojo es el tono elegido por quienes buscan fortalecer vínculos afectivos o abrirse a nuevas relaciones. En el imaginario colectivo, simboliza la pasión y el deseo.
A nivel emocional, se asocia con la acción, la intensidad y la toma de decisiones. Vestirse de rojo también puede expresar la necesidad de animarse a cambios importantes, asumir riesgos y encarar el año con mayor determinación y confianza.
Blanco: paz, claridad y nuevos comienzos
El blanco aparece como una opción recurrente entre quienes desean empezar el año con serenidad y dejar atrás etapas difíciles. Simboliza la paz, el orden y la renovación.
Desde lo psicológico, se vincula con la claridad mental y la sensación de “borrón y cuenta nueva”. Elegir blanco para el brindis de Año Nuevo funciona como un gesto simbólico de cierre y apertura, ideal para quienes buscan un 2026 más liviano en lo emocional.

Verde: equilibrio, salud y crecimiento sostenido
El verde representa la esperanza, la estabilidad y el crecimiento a largo plazo. Es un color asociado a la naturaleza y al equilibrio, por lo que suele elegirse cuando la prioridad es el bienestar integral.
A diferencia de otros tonos más intensos, el verde simboliza procesos constantes y sostenidos: avanzar paso a paso, cuidar la salud física y mental, y apostar a la estabilidad antes que a los cambios bruscos.
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Azul: serenidad, confianza y equilibrio emocional
El azul está ligado a la calma, la confianza y la estabilidad emocional. Quienes lo eligen suelen priorizar la paz interior, la claridad mental y la reducción del estrés.
Es un color que transmite seguridad y favorece la concentración y la comunicación serena. Más que transformaciones drásticas, simboliza el deseo de transitar el nuevo año con mayor control emocional y equilibrio.
Rosa: armonía, afecto y amor propio
El rosa se asocia con la ternura, la empatía y los vínculos afectivos equilibrados. En los últimos años, además, ganó fuerza como símbolo de amor propio y autocuidado emocional.
Elegir este color refleja la búsqueda de relaciones más amables —con otros y con uno mismo— y el deseo de un año marcado por la contención, la armonía y el bienestar emocional.
Más allá de la ropa, el simbolismo del color también aparece en otros gestos de fin de año: decoraciones, accesorios o pequeños rituales familiares. Sin prometer resultados mágicos, estas prácticas siguen vigentes porque ayudan a canalizar deseos y a comenzar el año con una intención clara.
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