Hay una ley periodística justa e injusta a la vez. Es la que da más espacio a una muerte en la esquina que a mil muertes en Rusia o en Japón. La lírica suele salirle al cruce con un verso de John Donne que Hemingway popularizó en "Por quién doblan las campanas". Es que la poesía es más humana que el periodismo. Vaya si no: "La muerte de cada ser me disminuye porque yo formo parte de la Humanidad, por eso no preguntes..." ahondaba el vate inglés. Tras recordarlo y ofrecerlo como argumento, no tengo empacho en confesar que hoy domingo 24 me importan tres bledos los comicios de Santa Fe, el final de la Copa América o el paradero de Schoklender. En mi cartabón personal, las siento noticias de décima. Y la que considero (lejos) la primera es la que desde el viernes, para desgracia y estupor de quienes tiemblen con Donne, sigue ululando desde la escandinava Oslo. Porque... ¿No es acaso el centenar de asesinados un nuevo aviso de que los 7.000 millones de pajaritos vamos camino de deshacernos los unos a los otros?
El siglo 21 advino envuelto en las más variadas ilusiones pero su primera década ya merece adjetivos tan perturbadores como "loca" o "fatal". No hay quien descifre hacia dónde va. La tragicomedia internacional apabulla por surrealista. Mientras miles de millones de civiles de campo y ciudad sufren el sinsentido social, concretos dueños del relato terrestre ponen a la actualidad colectiva a su servicio. Así en el mundo como en el país, magnos timos, bastardeo cultural y educación marginada, generan el ámbito propicio para degradar "lo actual" hasta dejarlo en presente vacío, inútil, incumplido. Estas operaciones perversas se practican tanto en Noruega, como en Suiza como en Cuba. En la Argentina son de público conocimiento (y a la vez, de público desconocimiento). En su tan glamorosa imagen internacional, Noruega posee claroscuros de peso. Cuando el armamentista inventor sueco Nobel se arrepintió de las muertes ocasionadas por Su Dinamita, testó que su fortuna fuera a un Premio anual a la Paz, "a la persona que trabajara mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición de los ejércitos y la celebración de la paz". Además dispuso que este premio fuera entregado en el Ayuntamiento de Oslo por el Comité Nobel de la Paz del Parlamento Noruego. Es este mandato el que las guías turísticas del país suelen destacar como medalla nacional, como también que sus seis millones de habitantes poseen el más alto standard de vida del planeta. Siendo así (y así es) cuesta creer que esa misma capacidad no les sirviera para no involucrarse en Afganistán primero y en la última Libia después.
Buenos Aires (1994), Oklahoma (1995), Nueva York (2001), Madrid (2004), Oslo (2011) son algunos de los clavos ardientes del cambio de época al que asistimos sin adivinar ni su dirección ni su destino. Como surgidos del absurdo, semana a semana se agregan nuevos datos de demencial incordio. Los que ya viborean por el escenario suspenden el juicio:
1.- El fantasma que este comienzo de siglo recorre Europa es ahora el Capitalismo no el Comunismo.
2.- Estados Unidos busca escapar del default, sin imponerse en las tres provincias afganas cuyo litio los talibanes no le aflojan.
3.- Siria, Egipto, Libia van y vienen por el filo de la navaja.
4.- Israel quedó encerrado en el mismo muro que alzó para "tapar" a los palestinos.
5.- Las Naciones Unidas prosiguen por enésima temporada su ya tradicional actuación teatral en Nueva York. Hay más síntomas. Ni siquiera se sumó a la lista la palabra China.
Más o menos así está la salud del mundo este domingo. No hay motivos fatales que justifiquen la peligrosa tendencia que se advierte en la mayor parte de las administraciones tribales del planeta. La historia (o lo que ella fuese) no parece acompañar los intentos de dar un progreso "humano" a la especie. El Poder recita lo contrario pero su primer mandato es "destruirás al hombre como a ti mismo" Su naturaleza oculta al escorpión. Al que ruega y al que pica. Son dos (pero en uno). Por ahora no queda otra que seguir rogando. Pero a un dios que se ocupe, ya es hora, de lo actual. Y hoy lo actual es el Oslo de los noruegos (y el de cada cual que hoy elija ser noruego, como haría Donne).
(*) especial para Perfil.com