SOCIEDAD
caen las vocaciones religiosas

Recetas de monjas y curas para mantener el voto de castidad

Los propios sacerdotes y monjas admiten que es la prueba más difícil y cuentan sus estrategias para evitar que “el pecado de la carne” arruine su compromiso con Dios y con la Iglesia.

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Para el común de los mortales, resulta difícil comprender por qué alguien puede comprometerse a que nunca más tendrá relaciones sexuales, a que renuncia para siempre al placer de la intimidad con otro cuerpo.

Hay quienes optan por este modo de vida, desde el siglo II antes de Cristo, como los esenios –monjes judíos– que practicaban el celibato. La historia cambió durante los primeros siglos del cristianismo, los sacerdotes podían casarse y tener hijos.

De hecho, San Pedro, el primer Papa era todo un padre de familia.

Pero a los ojos de la Iglesia, el asunto comenzó a descontrolarse, los sacerdotes se acostaban con otros hombres, entre otras cuestiones, y en el siglo III se decretó el celibato como una ley obligatoria para todo consagrado.

Quienes en plena era moderna eligen la castidad como modo de vida tienen sus argumentos y, en algunos casos, una vida plena. Lo cierto es que las estadísticas actuales muestran que así como cada año la Iglesia pierde fieles, también le está costando incorporar hombres y mujeres para el ejército de Dios.

Una de esas encuestas, por ejemplo, de la Universidad de Georgetown, Estados Unidos asegura que entre 1965 y 2009, la cantidad de religiosas y monjas en ese país cayó de 180 mil a 60 mil (ver recuadro).

A modo de flexibilizar ciertas reglas, cada vez son más las congregaciones de monjas que dejaron el tradicional hábito para vestirse con ropa común, la misma que podría usar un ama de casa clásica. De todos modos, en lo profundo de la cuestión, nada ha cambiado demasiado en seminarios y conventos.

La educación sexual, según algunos integrantes de la misma Iglesia, continúa siendo un tema complicado de abordar a la hora de instruir a los seminaristas y a las novicias. Los formadores tienden a disuadir a los jóvenes aspirantes de entablar vínculos demasiado cercanos, como si éste fuera un factor que los expusiera a la tentación y pusiera en riesgo la castidad.

El padre Hugo Almirón, cura del clero, psicólogo, teólogo y licenciado en Filosofía opina que “no hay una buena educación en la castidad. No basta la formación teológico moral. La moral te da algunas herramientas para el área espiritual o social. Pero falta hacer hincapié en lo psicológico. Algunas veces se habla de sexo en los seminarios, por lo menos en la orden de los franciscanos. Pero el tema no se toca mucho en otras congregaciones. No se habla y se persigue. Se desconfía del seminarista o de la religiosa que tiene una relación particular con alguien de su mismo u otro sexo. Les cortan las salidas, las entrevistas. Hay congregaciones que forman muy bien pero también tenemos formadores muy inmaduros”.

El caso del padre Hugo es bastante atípico. Al mismo tiempo que escribe sobre “El narcisismo patológico en el líder religioso” para su tesis de un máster en Psicoanálisis, este correntino de 48 años reparte sus días entre Kharis, la fundación que preside y que el mismo fundó, su profesión de psicólogo –es especialista en clínica y en terapia de pareja–, da clases en varias universidades y celebra misa en diferentes iglesias.

Reconoce que sus superiores no ven con buenos ojos su profesión de psicólogo, pero para él, esta carrera es clave para mantener saludablemente su castidad. Cuenta que en su pubertad fue ateo hasta que sintió el llamado divino e ingresó al seminario. Tenía apenas 16 años y a sus padres en contra. Desde aquel momento hasta la actualidad, atravesó varias crisis que lo alejaron durante años de la Iglesia. Se enamoró, estuvo en pareja, tuvo relaciones sexuales y volvió a elegir a Dios. Como sacerdote hecho y derecho, sintió atracción por alguna que otra mujer y no tiene pudor en admitir que la excitación genital es algo de lo más usual.

“El aspecto psi es muy importante como también el espiritual. Mis armas para la castidad son las psicológicas y las espirituales. En una oportunidad me enamoré. Era una mujer que me entendía y captaba algunos de mis problemas, era como un paño. Nos juntábamos una vez por semana para el trabajo pastoral. Así surgió el amor. En ese momento, empecé a hacer terapia. Dudé en dejar los hábitos. Puedo afirmar que el celibato crece con la crisis. Desconfiaría de una monja o de un sacerdote que nunca tuvo una excitación sexual o que nunca tuvo un deseo o que nunca se haya enamorado”, desafía Almirón.

La opinión de la hermana Alejandra, de la congregación Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor, es bien diferente. Musicoterapeuta, flamante acompañante del noviciado, cuenta con casi 20 años de vida como religiosa.

“Nunca me intrigó tener relaciones sexuales. Sólo una vez un hombre me movió el piso. Lo viví como una reafirmación de mi vocación. Si uno está casado o en pareja, se te puede cruzar otro que te mueva el piso. Y una tiene que reafirmar ese sí que dio. Con este muchacho no pasó nada, fue algo platónico. Me sentí valorada, atraída”, detalla esta mujer de 38 años y agrega que nunca sintió deseo, ya que la sexualidad puede expresarse en muchísimas formas: en la amistad, en el abrazo, en la pasión por lo que una hace. Desde ese lugar, lo genital pasa a un plano, al que se le pone toda la atención, lo que se conoce como la sublimación”.

Sigmund Freud consideraba a este concepto como el más maduro de todos los mecanismos de defensa y es para los religiosos una herramienta fundamental para mantener la castidad.

El padre Alejandro Giorgi, rector del seminario de Buenos Aires, explica que esto se logra “encauzando su fuerza vital en la donación total de sí a los demás, en especial a los más pobres, débiles y sufrientes”.

Y agrega: “Creo que la fuerza vital propia del instinto sexual se puede encauzar hacia la genitalidad, hacia la procreación; o bien se puede encauzar (sublimar) hacia la donación total de sí en el amor. El problema no está –hablando mal y pronto– en no tener sexo sino en no tener amor. A veces se tiene sexo sin amor: puedo experimentar placer, pero no sé si eso me llena el corazón”.

Según Giorgi, la formación para el celibato durante el seminario debe, antes que nada, valorar y respetar la belleza de la sexualidad humana que es un valor positivo del amor. “La sexualidad es buena y querida por Dios. Como dijimos, se puede ejercer y encauzar de distintos modos”.

Para el padre Almirón, muchos curas usan la represión para lograr la castidad, conducta que no ayuda.

“Lo que ocurre es que la represión manda al inconsciente la carga energética y la meta. En cambio la sublimación no manda al inconsciente la carga energética de la líbido, la deja desarrollar pero cambia la meta. Yo logro sublimar la sexualidad a través de la cultura, de la ciencia. Puedo sublimar la pulsión sexual a través de la religión, esto no lo dice Freud porque era ateo”, sostiene.

Ser parte de la Iglesia requiere de una postura firme y de ciertos sacrificios que Almirón compara con la infancia. “El niño debe renunciar a algunos placeres, no puede seguir siempre en la lactancia; la vida implica renuncias y gratificaciones, y la castidad te lleva a una renuncia y es posible”.