En los años en que la televisión era en blanco y negro, El show de Carlitos Balá era una cita impostergable, una necesidad primaria para buscar la risa fácil, “el gestito de idea” y ese humor naif, inocente, y junto con Pepe Biondi y José Marrone (algo más picante con sus participaciones en la revista porteña) alegraban las tardes de nuestras infancias.
Carlitos fue un símbolo de una televisión que ya no existe más. Esa pantalla que te devolvía una imagen bufona, con cara de payaso pero no tan payasesca como la que vemos ahora donde los gritos, las chicanas y las frases llenas de odio lo inundan todo.
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Carlitos vivió mucho y bien, dejó un legado inolvidable y un flequillo que lo acompañó hasta sus últimos días. Como todo ser humano de bien, cometió errores que quedaron plasmados en algunas películas que filmó conPalito Ortegadurante la dictadura genocida que le valieron algunas críticas.
Pero la historia lo exoneró y el cariño de la gente lo transformó en uno de esos íconos populares, estrella que muy pocos logran en un país donde el deporte de destruir al otro es cosa de todos los días.
