Desde el año 1993, en todos los rincones de la Tierra cada 22 de marzo se celebra el Día Mundial del Agua. Y es muy alentador que así sea, gracias a la iniciativa de la ONU, ya que según estudios recientes publicados por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y puestos sobre el escritorio de la misma ONU, en el 2022 estamos muy lejos de donde soñábamos estar en materia de agua.
Según el trabajo presentado por PNUMA, el 18 de marzo pasado, “el mundo no está en camino de lograr la gestión sostenible del agua para 2030”, que era el gran propósito, puesto incluso por escrito, en el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 6: “Garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y el saneamiento para todos”.
Hoy por hoy, para ponernos a tono con ese objetivo, tendríamos que esforzarnos el doble durante los próximos nueve años.
Algunos números lo aclaran todo:
- A nivel mundial, más de 3.000 millones de personas (43% de la población total) corren el riesgo de enfermarse porque toman agua de ríos, lagos y aguas subterráneas, de calidad muy dudosa.
- Al mismo tiempo, una quinta parte de las cuencas hidrográficas del mundo están dejaron de ser vertientes: a veces se secan de forma dramática
- 2.300 millones de personas viven en países que padecen “estrés hídrico”
- Entre ellos, 721 millones de personas viven en zonas donde el acceso y la calidad del agua es “crítica”.
“Nuestro planeta se enfrenta a la triple crisis del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación y los desperdicios. Estas crisis tienen un grave impacto en los océanos, ríos, mares y lagos”, dijo Inger Andersen, directora ejecutiva del PNUMA.
Evaluar la situación del agua dulce en el planeta requiere una actualización constante, algo que no sucedió siempre.
El PNUMA, sin embargo, echó mano a tecnologías que permitieron observar la Tierra desde el espacio y rastrear, durante períodos prolongados, hasta qué punto están cambiando los ecosistemas de agua dulce.
De ese modo, los investigadores estudiaron más de 75.000 superficies de agua en 89 países y llegaron a una conclusión nada feliz: Más del 40% de ellas estaban severamente contaminadas.
Dicho de otro modo: el mundo se está quedando atrás en el impulso global para proporcionar agua potable a toda la humanidad.
Agua contaminada y escasa
Visto desde el espacio, nuestro planeta es azul, porque el 70% de su composición es agua. Sin embargo, el mundo está lleno de injusticias y como siempre, el reparto es desigual.
Hay puntos del planeta en donde el agua es un regalo, mientras para otros, su escasez es una maldición.
Aunque en principio cueste creerlo, los puntos más desértico del planeta no son los desiertos de Sahara en Africa y el de Atacama en Chile.
La Antártida es un desierto de 13.829.430 km² y es el mayor desierto del mundo por la combinación de sequedad, frío y viento. Por eso al continente blanco se lo llama “desierto antártico”.
El punto más árido y seco del planeta es exactamente McMurdo Dry Valleys, en la Antártida. Los Valles secos de McMurdo no tienen hielo y son la mayor zona de la Antártida sin hielo, es decir, sin agua.
La última vez que llovió en los Valles Secos de McMurdo fue hace… ¡2 millones de años! Sin embargo, en este desierto helado, hay dos lagos, pero ambos son salados: el Bonney, siempre cubierto por una densa alfombra de 4 metros de hielo; y el Vanda, tres veces más salado que el Atlántico.
El Sahara africano, en cambio, mide aproximadamente 9 millones de kilómetros cuadrados y es el mayor desierto “cálido” del mundo.
Agua dulce y agua salada
Ahora bien, el 97% del agua planetaria es salada; y sólo el 3%, dulce; y precisamente es la dulce la que necesitamos los humanos. Dentro de este mínimo 3 %, 70 % está en los glaciares, 1% es superficial (ríos y lagos) y el 29% restante es subterránea.
Nuestro país, Argentina, ocupa una posición envidiable en este mapa: sólo considerando el acuífero guaraní –compartido con Brasil, Uruguay y Paraguay-, esta “cuádruple frontera acuática” atesora un volumen descomunal de 40 mil kilómetros cúbicos de agua, suficientes para abastecer diariamente a 360 millones de personas.
A pesar de que el porcentaje de la población mundial que puede acceder al agua potable fue aumentando significativamente en el año 2000, alcanzando el 71% en 2017, las desigualdades persisten, cuando no lo inexplicable.
Agua y aridez
Según FAO, el 47% de las tierras del planeta son áridas. Aridez no es lo mismo que "desierto".
En las tierras áridas, la falta de lluvias es menor que la pérdida de humedad. Según el Atlas Mundial de Desertificación (UNEP, 1992), las zonas áridas son geografías en donde llueve menos de 0,65 mm por año. Si el déficit del agua persiste durante todo el año, se habla de “zona hiperárida”, en las que no podrían existir cultivos, excepto con riego artificial.
Vivir sin agua: ejemplo africano
La mayoría de las imágenes que llegan de Asuán, en Egipto, es la de los turistas navegando a bordo de una felluca sobre el Río Nilo. Y aunque también lleguen noticias sobre la temporada de pesca y las regatas bianuales que organiza la Federación Asiática de Sailing, no hay que engañarse.
Los 71 años que demandaron la construcción de dos represas sobre el Nilo terminaron con el río Nilo, el oro líquido del imperio egipcio.
El Nilo ya no es fuente de vida: desaparecieron especies y apareció la malaria; por falta de caudal, el agua de mar penetró en el río; y el agua se contaminó con fertilizantes agrícolas.
Súmese que, alejada del Mediterráneo, Asuán –en donde funciona una de las represas- es una de las ciudades más calurosas del país, con 45º C en verano y lluvias casi inexistentes: 0,86 mm anuales.
Como decíamos ut supra, hay regiones, como nuestra “cuádruple frontera argentino- uruguaya-brasileña-paraguaya” que están bendecidas por acuíferos subterráneos. Sin embargo, la explotación excesiva los seca. Hoy somos ricos en agua; pero cuidado, porque con la mala administración y aprovechamiento del agua podríamos pasar a ser pobres en agua.
Según Naciones Unidas, cada año se desertifican 24 millones de toneladas de suelo fértil y lo que sucede en el Sahara de Libia y Egipto, dentro de 24 años, le pasará también a otros 135 millones de personas del resto del mundo: ya no tendrán acceso al agua y deberán emigrar.