—¿A qué atribuye el crecimiento de las Iglesias Evangélicas en el mundo, y si en alguna medida indica alguna falta de representación de la Iglesia Católica en algunos sectores?
—Una anécdota, yo tuve dos reuniones aquí cuando Lula estaba preso con un grupo de gente que trabajaba por la liberación de Lula. El jefe era...
—¿Amorim (Celso, excanciller de Lula)?
—Sí, y en una de esas reuniones vino una teóloga brasileña, mujer joven, 45 años, protestante luterana y al final nos quedamos charlando un rato y le dije: “Decime, ¿vos cómo vivís el asunto de los diputados de la Iglesia Reino de Dios?”. Y ella me dijo: “La Iglesia del Reino de Dios no es evangélica, es demoníaca porque es política, usan a la gente, todo es pago allí, todo es con fuerza y de alguna manera buscan el poder”. Esa mujer me distinguió lo que es una religiosidad realmente religiosa, de lo que es una religiosidad política, que también dentro del catolicismo hemos conocido desvíos de ese tipo. Creo que en gran parte de esa división en Brasil hay que hacerla para dejar bien claro qué es lo político y qué es lo religioso. Hay movimientos religiosos que no son religiosos, son políticos y hay movimientos religiosos que son religiosos, y no es fácil discernirlos, pero hay que hacerlo. Hoy día, con lo que usted llamó sectas evangélicas, son movimientos evangélicos, algunos que son religiosos y otros que no lo son.
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—¿Encuentra alguna correlación entre el crecimiento de ciertas Iglesias Evangélicas, tanto en Brasil como en Estados Unidos, con la emergencia de líderes como Trump y Bolsonaro? Y más allá de estos dos países, ¿hay alguna correlación entre ciertas corrientes evangélicas y la mayor popularidad de ideas de derecha?
—No sabría responder, tendría que estudiarlo. Hay algo que ahí puede estar relacionado, pero no sabría responderlo.