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Nueva Zelanda siglo XXI

Proponen que las plantas y animales del mundo recuperen sus nombres aborígenes

Dos neocelandeses consideran colonialista haber cambiado el nombre de las especies nativas de todo el mundo. Piden restablecer las denominaciones en lenguas originarias.

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Nueva Zelanda plantas y bosques | SHUTERSTOCK

El segmento Communication Biology de la prestigiosa publicación Nature nos sorprendió este miércoles con la publicación de un artículo científico que propone cambiar la denominación de plantas y animales por sus nombres nativos originarios. 

El artículo, que recibieron en abril y aceptaron en septiembre, pertenece a dos neocelandeses, Len Norman Gillman, Técnico en diseño y creatividad de la Universidad de Auckland, y a Shane Donald Wright, de la Escuela de Ciencias Biológicas del mismo organismo.
La iniciativa busca superar una herencia colonial, ya que considera que muchos seres vivos que ya tenían un nombre en lenguas aborígenes, fueron cambiados por otros en inglés.

Ni latín, ni anglosajón, los autores quieren que la comunidad científica toda debata su propuesta: "Ha llegado el momento de cambiar las reglas que rigen la denominación científica para que se puedan restaurar los nombres indígenas", pontifica Gillman.


La tarea de universalizar el cambio de nombres de los reinos de la naturaleza no sería, en principio, nada sencilla. Todas las denominaciones existentes responden a protocolos y leyes de nomenclatura establecidos y compartidos por sociedades científicas, investigadores, editores, autoridades locales, autores de estudios de campo, editoriales e incluso sitios web. 

Sí, son muy ciertos los casos que apuntan Gillman y Wright: en su tierra, Nueva Zelanda, existen no sólo binomios sino a veces pluralidad de nombres para la misma especie. Por ejemplo, el árbol Prumnopitys taxifolia, que recibe cinco nombres diferentes, entre los cuales matai, es el que le otorgaron los maoríes. 

Y es así no sólo en Nueva Zelanda, sino en muchos rincones del planeta, en donde las nomenclaturas se apilan sobre las cosas como capas arqueológicas. Así, el artículo cita el caso del término “kaffir”, un insulto despectivo que terminó aplicándose también a algunos vegetales comestibles de Africa. Según el Diccionario Cambridge, el término tiene origen musulmán y es un “insulto racial” hacia los negros que no profesan la misma religión en ese continente. Agréguese a esto, la pila de nombres que se improvisaron para rebautizar especies en honor a recolectores, auspiciantes, colegas o empleados, que tal vez nunca pisaron el suelo en donde creció la planta en cuestión.

Así, los nombres científicos de especies como el kauri, que cambió de Agathis australis a Agathis kauri, ahora volvería a cambiar para restaurar el nombre aborigen Aotearoa, con el que se designó a Nueva Zelanda durante siglos. “El árbol del árbol caducifolio comestible de América del Norte, Diospyros virginiana incorporaría el nombre indígena y se convertiría en Diospyros pessamin”, como apunta la agencia Europa Press que se hizo eco de la publicación biológica. 

“Más generalmente, las autoridades de varios países están reinstalando nombres indígenas en cuestiones geográficas y locales y la comunidad científica está ahora reconociendo el conocimiento indígena en el manejo de ecosistemas. Los taxonomistas están también cada vez más comprometidos en la consulta de los pueblos indígenas sobre nombres y utilizando nombres indígenas para las nuevas descripciones o asignaciones taxonómicas”, apuntan los autores de la propuesta.


“El nombre de las especies es una unidad fundamental. Sin embargo, para la Poblaciones Indígenas, el nombre en su forma vernácula también envuelve la historia, el sentido de un lugar y el derecho de pertenencia"

Y conttinúa el trabajo Gillman-Wright: "Como el binomio latino, los nombres indígenas de plantas y animales también pueden ser conductores de conocimiento”, asegura la propuesta y sin duda deben tener razón, a pesar de que huele más a reivindicación social (el ímpetu co1nquistador británico diezmó a más de 50.000 maoríes) que a necesidad científica. 

"Con frecuencia, muchas especies dispares pueden recibir el mismo epíteto. Por ejemplo, colensoi se aplica al menos a 19 especies de plantas, dos especies de aves y dos hongos en Nueva Zelanda", añade Gillman. Sin embargo, el nuevo reordenamiento debería comenzar por separar la paja del trigo, porque si dos decenas de cosas responden al mismo nombre, sea guaraní, maorí, latín o mapuche cualquier comunicación, a partir de un acto de habla sin contexto, sería prácticamente imposible.

Para el caso, mucho más eficaz parece haber sido el sistema lingüístico de los ranqueles, al que el estudioso Pedro Eduardo Steibel, Profesor Asociado de la Cátedra de Botánica de la Facultad de Agronomía, Universidad Nacional de La Pampa, le dedicó 15 años de su vida, pero con final feliz, ya que logró identificar 128 nombres para 129 plantas de uso cotidiano.

O en definitiva, como decía William Shakespeare en Romeo y Julieta: “La rosa no dejaría de ser rosa, y de esparcir su aroma, aunque se llamase de otro modo." Aunque es cierto… el bardo era inglés.