Derivas autoritarias

Esto es exactamente lo que se votó

El auge global de las derechas radicales coloca a la Argentina en un clima político más inquietante.

Javier Milei. Foto: Pablo Temes

1. Es cierto, no hay un Auschwitz en el panorama político mundial. El gran filósofo Theodor Adorno dejó una afirmación que marcó la historia del pensamiento del siglo XX: “no se puede escribir poemas después de Auschwitz”. El horror, la irracionalidad, el delirio colectivo se produjo en una de las naciones más ricas y evolucionadas de Europa, Alemania. La pregunta del cómo pudo suceder, el “¿qué les pasó?” que derivó en una alerta: la generación de consensos en la sociedad en el siglo pasado. En la actualidad, mientras van muriendo los últimos testigos directos de la Segunda Guerra, la memoria es una cuestión más lábil. Y el totalitarismo para muchos –afortunadamente no para todos– vuelve a ser una dimensión de lo posible. De lo aceptable.

2. ¿Corresponde hablar de autoritarismo, de neofascismo en la Argentina de hoy, en el mundo en el que la Argentina se inserta? La respuesta a esa pregunta se torna indispensable en la semana en que Estados Unidos reformula la doctrina Monroe y Argentina compra los F-16 dinamarqueses, que se desfinancia por completo la ciencia desde el Estado, en que gran parte del Parlamento se muestra pasivo ante la irrupción de leyes cuando menos discutibles. Esto sucede mientras el gobierno de Milei se empodera de múltiples maneras: el alineamiento geopolítico, el empobrecimiento de la discusión pública nacional, la parálisis y el estado de shock de la oposición –de toda oposición– que apenas atina a formular algunos disensos.

3. No vivimos los tiempos Auschwitz. Ni a nivel local ni a nivel global. Pero sí parece haber una pregunta global sobre la ineficacia de la democracia y el decisionismo y existe la ICE, la policía antiinmigratoria en los Estados Unidos.

4. Mientras en diversos ámbitos se discute sobre la pertinencia del término para describir la situación actual, el historiador y filósofo Enzo Traverso prefiere hablar de posfascismo. En un reportaje reciente dijo que “se trata de una constelación muy heterogénea que está buscando formas de convergencia. Y aunque hoy esa nueva alianza entre el posfascismo y las élites globales es innegable, sigue estando marcada por tensiones y contradicciones. No se puede hablar todavía de un nuevo bloque histórico, en el sentido gramsciano del término. Es más una convergencia basada en intereses comunes que la constitución de un bloque”.

5. También académicamente se discute sobre la pertinencia o no del término. Mariano Schuster plantea un buen marco teórico: “Los especialistas en fascismo han sido particularmente cautelosos a la hora de extender la categoría más allá de su contexto original. De hecho, el debate sobre qué regímenes pueden ser propiamente llamados “fascistas” sigue abierto, a punto tal que incluso los regímenes de Franco en España o de Salazar en Portugal han sido objeto de controversia. Historiadores y sociólogos como Stanley Payne, Juan José Linz y Robert Paxton han subrayado el carácter conservador, clerical y contrarrevolucionario de estas experiencias, más próximo al autoritarismo conservador que al fascismo revolucionario de masas”.

6. No es el caso de Schuster –quien acepta el uso instrumental del concepto de “antifascismo”, pero existe entre muchos de los que se niegan a caracterizar como fascismo a la situación actual la tendencia a decir que la Argentina de hoy vive un proceso “igual al de Martínez de Hoz, Cavallo y Macri”. La caracterización de “neoliberal” sería la opción conceptual a quienes alertamos contra el avance autoritario.

7. Es indiscutible que existen recetas iguales y otras muy parecidas entre aquellos momentos históricos y el actual. Pero también resultados muy diferentes: Cavallo, por caso, eliminó la inflación y produjo crecimiento económico a los pocos meses del lanzamiento de su plan de estabilización mientras que esta semana nos encontramos con el sintomático 2,5% que habla de una inflación aún altísima. Tanto Menem como Macri tuvieron una relación muy distinta a la actual con la institucionalidad y estaban a años luz de la batalla cultural, aunque el apellido Menem sea parte del andamiaje del gobierno de Milei y haya muchos exmacristas entre las elites que parecen brindar (y también blindar) al experimento social al que asistimos.

8. Sin embargo, existe una diferencia aún mayor, que se contesta al responder a la pregunta por el autoritarismo. La diferencia es que asistimos a un movimiento global del que LLA es parte activa. Ni la dictadura, ni Menem (que sí correspondió al momento neoliberal de fines de los ochenta y los noventa, el de la sensación del “fin de la historia”, por llamarlo según su propio paradigma), ni Macri tuvieron un contexto internacional como el de ahora.

9. El hecho de que Martínez de Hoz y Videla tuvieran que convivir con Jimmy Carter y que el gobierno actual tenga a Donald Trump como principal aliado establece una diferencia que puede ser abismal. Varió la geopolítica, la geopolítica actual, y podemos estar frente a una nueva larga duración, con otros paradigmas: la revolución cultural, la desregulación del mundo tecnológico, el empoderamiento de las elites. Por dar solo un ejemplo: las ideas que defendió durante mucho tiempo Marcos Galperin durante el gobierno de Mauricio Macri, no son las mismas de ahora. Por entonces, sus argumentos estaban mucho más cerca de Barack Obama que del libertarianismo. Si se mira la trayectoria del propio Trump (más opaca, sin dudas) o de Scott Be-ssent nos encontraríamos ante formas similares de tornarse extremos.

10. De alguna manera, el poder internacional que apoya a Milei, el anarcocapitalista extremo, es incluso más fuerte que el que acompañó a Jorge Rafael Videla. Hoy, las ultraderechas, los posfascistas que desean ser fascistas, son un poder en el mundo.

11. Es cierto, no hay un Auschwitz en el mundo actual. No aún.