ÉRASE UNA VEZ...

"Cuando ganar no es lo más importante"

Un maratonista renunció a la victoria en una carrera de larga distancia para ayudar a su competidor a cruzar primero la meta. Su gesto conmovió al público y hoy plantea una reflexión sobre cómo transmitimos la ética y el respeto a las nuevas generaciones.

. Foto: Redes

Cuando nos vemos obligados a decidir en una fracción de segundo, nuestros verdaderos colores quedan expuestos.

Eso fue lo que ocurrió con Iván Fernández Anaya, un corredor de larga distancia español que, en un hipódromo de Navarra, terminó mostrando al mundo qué significa ser un verdadero mentch.

En aquella carrera, el keniano Abel Mutai, quien lideraba con claridad, se confundió con la señalización y creyó haber cruzado la meta. Mutai, que no hablaba español, se detuvo a pocos metros de la victoria. Detrás de él venía Iván, que en ese instante tuvo la oportunidad perfecta de adelantarlo y quedarse con el primer puesto.

Pero no lo hizo. Al contrario, redujo su propio paso y empezó a gritarle a Mutai para que siguiera corriendo. El keniano no entendía, así que Iván terminó empujándolo hacia adelante, asegurándose de que cruzara la línea de meta como el legítimo ganador.

La escena conmovió al público, pero más aún la explicación posterior.

Un periodista le preguntó a Iván:

—"¿Por qué hiciste eso? Fue una tontería. Si lo hubieras adelantado, tú habrías ganado".

Iván respondió con serenidad:

—"Mi sueño es que algún día vivamos en una comunidad donde nos empujemos y ayudemos unos a otros a ganar".

El periodista insistió:

—"Pero, ¿por qué dejaste que ganara? Se equivocó. Era su problema".

Iván replicó:

—"No lo dejé ganar. Él iba a ganar. La carrera era suya. Él se lo merecía".

El periodista no se dio por vencido:

—"¡Pero podrías haber sido tú el vencedor!".

Entonces, Iván lo miró fijo y contestó:

—"¿Cuál sería el mérito de mi victoria? ¿Dónde estaría el honor de esa medalla? ¿Qué pensaría mi madre de mí?".

Ahí está la enseñanza más profunda: este es el poder de la educación. Los valores se transmiten de generación en generación, de padres a hijos, y de esos hijos a los suyos.

La pregunta que nos queda es: ¿qué valores estamos transmitiendo hoy?

¿Cómo estamos inspirando a vivir con integridad, bondad y sinceridad? ¿O estamos enseñando que lo importante es ganar a cualquier precio?

¿Cuántas veces mentimos diciendo: "decile que no estoy", o inventamos que "tiene cinco años" para que pase gratis cuando en realidad tiene seis?

Tengamos cuidado. Porque, al fin y al cabo, estamos entrenando y formando a la nueva generación.

Por eso, qué admirable es aquella madre que inculcó a su hijo verdaderos valores, no solo con poder sino con influencia, hasta el punto de que él mismo decidía según lo que pensaría su madre. (En el buen sentido, por supuesto).

Y esta es la lección más grande que Iván aprendió y nos dejó: no siempre el que cruza primero, la meta, es el verdadero ganador. A veces, la victoria está en la elección moral, en la integridad de un gesto, en demostrar que la vida no se trata solo de velocidad, sino de propósito.

Porque, al final, la única medalla que no se oxida es la que cuelga del alma.

Y esa se gana cuando entendemos que no hay victoria como la victoria de la verdad.

(*) Rafael Jashes - Rabino