ÉRASE UNA VEZ...

No vinimos solo a coser botones: la historia que invita a replantear el propósito de la vida

Un relato entre un Rebe y un sastre pone en jaque la lógica de vivir en automático y propone una pregunta incómoda pero esencial: para qué somos necesarios. Un llamado a revisar el sentido profundo de nuestra existencia, más allá del éxito y las rutinas.

Coser botones, buscar propósito en la vida Foto: Gemini IA

No vinimos solo a coser botones.

Todo ser humano tiene una necesidad profunda, casi instintiva: sentir que vino a este mundo por algo. Sin embargo, muchas veces, en lugar de vivir para descubrirlo, nos distraemos. Nos llenamos de ruido, de ocupaciones y de excusas, solo para no enfrentar esa pregunta incómoda pero inevitable: ¿para qué vinimos a este mundo?

Intuimos que nuestra vida debería tener un propósito más grande, un “por qué” que nos trascienda. El problema es que, la mayoría del tiempo, no vivimos de acuerdo con esa intuición. En la teoría estamos todos de acuerdo; en la práctica, algo no termina de funcionar.

Hay una historia que lo explica con una claridad incómoda. Es la historia de un Rebe y un sastre. El Rebe vivía en Polonia. Era un hombre profundamente conectado con el alma de su pueblo, sensible incluso a las caídas espirituales de personas a las que jamás había conocido.

5 por 5: la historia real que demuestra que todo lo que damos vuelve

Del otro lado del océano, en Estados Unidos, vivía un gran sastre. Un profesional brillante, reconocido y admirado. Su vida giraba en torno a telas finas, hilos precisos y botones perfectamente alineados. Su taller era su mundo. Su éxito, su identidad. Pero algo, lentamente, se había ido apagando en su interior.

Cuando el Rebe escuchó sobre la distancia espiritual en la que estaba viviendo aquel hombre, no escribió una carta ni envió un mensaje. Tomó una decisión radical: viajar él mismo. Un viaje largo, incómodo y costoso. Desde Polonia hasta Estados Unidos. Solo para verlo.

El día que el Rebe entró a la sastrería, el sastre levantó la vista y quedó paralizado.

—Rebe… —dijo casi en un susurro—. ¿Qué hace usted acá? ¿Por qué una figura tan grande viene a visitar a alguien como yo? ¿Cuál es mi mérito?

El Rebe lo miró con ternura, sin reproche ni juicio. Se quitó el saco, lo apoyó con cuidado sobre el mostrador y dijo con absoluta sencillez: —Vine porque tengo un pequeño problema con mi camisa. Necesita un arreglo… y me faltan un par de botones. ¿Podrías cosérmelos?

El sastre creyó no haber escuchado bien.

—¿Perdón, Rebe? ¿Usted cruzó océanos, atravesó países, dejó su comunidad… solo para coser un par de botones? Había ironía en su voz, pero también desconcierto.

El Rebe guardó silencio unos segundos. Lo miró a los ojos. Y entonces habló, despacio, con palabras que no gritaban, pero que golpeaban el alma:

—Decime algo —le dijo—. ¿Te parece absurdo que una persona viaje desde Polonia hasta Estados Unidos solo para arreglar un par de botones?

—La verdad… sí —respondió el sastre—. Es un viaje demasiado grande para algo tan pequeño.

El Rebe asintió lentamente. —Entonces dejame hacerte otra pregunta. ¿No te parece infinitamente más absurdo que un alma viaje a través de mundos infinitos, desde lo más alto del cielo, para llegar a este mundo y vivir solo cosiendo botones? El sastre se quedó en silencio. El Rebe continuó:

—Un alma no baja a este mundo por comodidad. No baja para entretenerse. No baja para perderse en el ruido. Un alma baja porque hay algo que solo ella puede reparar. Algo que nadie más puede hacer en su lugar. Si te parece absurdo mi viaje ¿Cómo no te parece así de absurdo el tuyo?

Construir un puente comienza con un simple y pequeño acto de valentía

El sastre no respondió. No pudo. Por primera vez en mucho tiempo, dejó de verse solo como un hombre exitoso y empezó a verse como un alma con una responsabilidad. Y tal vez ahí está el punto que a todos nos incomoda. Porque la mayoría de nosotros pasa la vida preguntándose: ¿Qué quiero? ¿Qué necesito? ¿Qué me haría feliz?

Llega un nuevo año y, una vez más, escribimos listas interminables de pedidos y deseos. Qué quiero. Qué necesito. Qué me haría bien. Pero tal vez este año valga la pena hacer algo distinto. Al lado de esa lista, escribir otra. No la lista de lo que necesito. Sino la lista que responda otra pregunta: ¿Para qué soy necesario? Porque no vinimos solo a coser botones. Vinimos por algo mucho más grande.

La pregunta no es qué más podemos pedirle a la vida. La pregunta es qué espera la vida de nosotros. Y quizás, cuando empecemos a escribir esa lista, entendamos por fin para qué vinimos a este mundo.

Buen fin de semana.