El regreso arqueológico de Michel Foucault
Originalmente escrito en 1966, “El discurso filosófico”, de Michel Foucault, permaneció inédito hasta su primera edición en Francia, en 2023, a raíz de que los originales dormían en los anaqueles de la Biblioteca Nacional de Francia, confundido con el texto de un curso que Foucault habría dictado en el año académico de 1966-1967 en la Universidad de Túnez. En realidad, se trata de un largo ensayo del período arqueológico previo a su ingreso al del filósofo al Collège de France.
Publicado por primera vez en Francia en 2023 y unas semanas atrás en español por el sello Siglo XXI, El discurso filosófico de Michel Foucault (1926-1984) fue escrito en 1966, en la residencia familiar de Vendeuvre-du-Poitou, en Nueva Aquitania (Mediodía francés), dos meses después de publicar Las palabras y las cosas en abril del mismo año y de solicitar a continuación en la Universidad de Clermont-Ferrand, donde enseñaba psicología, un puesto como profesor de filosofía –lo que no había procurado con anterioridad– en la Universidad de Túnez, que se le otorgó. El manuscrito de la obra se guardó en los archivos de la Biblioteca Nacional de Francia, considerado por error el texto de un curso que Foucault habría dictado, en el año académico de 1966-1967, en la Universidad de Túnez. Sin embargo, era un largo ensayo de Foucault del período arqueológico previo a su ingreso al Collège de France, que permaneció inédito. El hecho es que El discurso filosófico ocupa un jalón intermedio entre Las palabras y las cosas y La arqueología del saber, publicada en 1969. El interés que ha generado este libro esencial radica en que el método arqueológico foucaultiano se focaliza aquí –de lo que no había documentación conocida– en el discurso filosófico de la modernidad desde Descartes a los filósofos posnietzscheanos del siglo XX.
Se trata de un estudio arqueológico quizá más fluido, pero no menos complejo que las obras que lo escoltan como cúspides del período. En términos generales, complementa lo que había quedado trunco, esbozado no del todo marginalmente, en Las palabras y las cosas (una arqueología de las ciencias humanas) respecto de la relación de la filosofía con la episteme –el a priori histórico de los saberes– del siglo XVII y de la época moderna. Se acentúa mucho más, sin embargo, la incidencia en ese corte de la alteración y ruptura de los regímenes de discurso que llevan, de un modo sinuoso, a una serie de mutaciones en el campo filosófico. Este mismo, además, es aprehendido como discurso, descripto en base a funciones y funcionamientos diversos, tipificado y analizado –desmembrado, podría decirse– en sus objetos y procedimientos formales, no en cuanto a los conceptos o principios lógicos. Ni tampoco en referencia, lo que pone en aprietos a la historiografía especializada, al hilo milenario de la tradición. De hecho, hasta Descartes no habría existido el discurso filosófico como formación discursiva diferenciada de otras (ciencia, teología, ficción, etc.), es decir, no estaban dadas las condiciones discursivas de posibilidad para algo así como “la filosofía”.
El historicismo radical de Foucault, por otra parte, no excluye las continuidades, las superposiciones, las equivalencias en el discurso filosófico que empieza en el siglo XVII y se ocupa de su presente, del “ahora”, hasta cierto punto –más bien un giro interno antropológico– en que la cadena discursiva se fractura con la crítica kantiana. Con Kant, del cual no se terminaría de salir, la metaphysica specialis de Dios, el alma y el mundo, instancias heredadas de la escolástica y transmutadas diversamente a través de la episteme de la representación (gran capítulo Las palabras y las cosas), se vuelven inaccesibles, irrepresentables, sombras más allá de la experiencia posible y del entendimiento finito del sujeto. Con ello se daría una escisión en el proceso poscartesiano de discursos filosóficos que distingue, y en detalle, la arqueología foucaultiana. Por un lado, la teoría del develamiento del hoy (origen, verdad, apariencia y enciclopedismo), por el otro, el modelo de la manifestación del ser (sentido, verdad, determinaciones inconscientes, memoria histórica), cada una con sus funciones propias de legitimación, interpretación, crítica, certeza, etc. Todos esos intentos de destruir la metafísica y conservar la ontología, en cualquier caso, entran en crisis o se vienen abajo en el siglo XIX con la irrupción de la filosofía disruptiva de Nietzsche, que produce no solo una descomposición del discurso filosófico (profusión de significados, mezcla de géneros, intempestividad) sino de la figura del filósofo.
Desde ya, para Foucault, eso no quiere decir que la mutación nietzscheana, más profunda que la de Kant, en la medida que cuestiona la filosofía y los filósofos como especie hablante, fue posible solo gracias a Nietzsche. Se debió –y eso hace que se entienda su obra de cierta manera– a que mediante y alrededor de ella se reorganizó el régimen de los discursos. De aquí que la posibilidad misma de la filosofía, en el siglo XX, se replanteó, porque no estaba claro cómo podía seguir existiendo, en un discurso que ya no era filosófico. A estas emergencias en los límites de la filosofía –en cohabitación o fusión con aquello que se le oponía: ciencia, poesía, religión, política– pertenecerían el positivismo lógico (Russell y Wittgenstein), la ontología (Heidegger, Derrida), el existencialismo (Sartre y Jaspers) y el estructuralismo. Todas ellas, definidas por la arqueología foucaultiana como posnietzscheanas, estarían marcadas por varios defectos. Entre otros, el no liberarse lo suficiente de la fenomenología de Husserl, que retorna al cartesianismo, ni tampoco, a su pesar, de la metafísica de la representación y el apoyo de la antropología, aunque transfiguradas según otras funciones. En otras palabras, se les sustrae el correlato entre el estallido del discurso filosófico prenietzscheano y la recomposición del orden de los discursos. De tal manera que mantienen el juego filosófico dentro de un discurso que perdió identidad y, por consiguiente, no pueden más que declarar la ausencia y el fin de la filosofía.
A fin de cuentas, El discurso filosófico, que dormía en los archivos de la Biblioteca Nacional de Francia, muy posiblemente se celebre como el regreso inesperado y problemático del Foucault arqueólogo. Hoy, habida cuenta del despliegue de internet, es más fácil darse cuenta de aquello que el pensamiento foucaultiano procuraba comprender en 1966 sobre la reorganización del régimen de discurso y la proliferación universal del lenguaje y las estructuras lingüísticas. Según esto, las mutaciones del discurso filosófico desde Nietzsche estarían implicadas en ese surgimiento de un “archivo integral” –al cual se dedica la última parte del libro– que determina para una cultura entera la conservación, la selección y el flujo de los discursos. No en vano quizá este estudio arqueológico recuperado explica mejor que otros textos por qué Foucault, después de redactarlo, cierra la etapa de la arqueología y, movido por los martillazos nietzscheanos, inicia la propia genealogía del poder.
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