Entre la ecología y el fin del mundo
Autor de una obra provocadora, sofisticada y original, el filósofo inglés Timothy Morton publica en nuestro país Hiperobjetos (Adriana Hidalgo), término que acuñó para referirse a las cosas que se distribuyen masivamente en tiempo y espacio en relación con los humanos: un agujero negro, un campo petrolero, la biosfera o el sistema solar, y todos los materiales nucleares de la Tierra, entre otros. Productos directamente responsables de lo que Morton llama “el fin del mundo”. Entrevista en profundidad con un pensador del porvenir.
Día a día, lo complejo y lo incierto modelan la realidad. Uno de los más acuciantes vectores de incertidumbre es el ruido perturbador en los ecosistemas vía calentamiento global. El verificable trastorno climático demanda un pensar que retorne a los objetos, desde una conciencia de nuestro estar inmersos en los hiperobjetos, término acuñado por el filósofo inglés Timothy Morton, y que alude a masivas entidades distribuidas en el tiempo y el espacio como, por ejemplo, la biosfera, el sistema solar, la crisis ambiental, internet, el poliestireno o los agujeros negros; megaentidades carentes de una diáfana localización.
Los hiperobjetos hieren y desbordan la capacidad de comprensión del sapiens. Esto, según Morton, fuerza la revisión de nuestro modo de relación con el entorno planetario y cósmico. En este mirador del pensamiento contemporáneo, en el que convergen sensibilidad ecológica y una filosofía orientada a los objetos, se afincan las reflexiones del libro Hiperobjetos. Filosofías y ecología después del fin del mundo, de Timothy Morton, publicado por Adriana Hidalgo Editora, con presentación de Tomás Borovinsky y traducción de Paola Cortés-Rocca.
Morton dicta clases en la Rice University en Estados Unidos. La versión en español de su libro Humankind: Solidarity with Non-Human People (Humanidad: solidaridad con los no-humanos), fue también publicada por la editorial Adriana Hidalgo en 2019. Aquí, y a contracorriente de la tradición, el autor propone un abrazo de unidad entre humanos y no humanos.
A su vez, Morton rebate los lugares comunes de la teoría ambiental, lo que consuma en Ecología sin naturaleza (2009), o El pensamiento ecológico (2010) y su idea de “ecología oscura”, que atraviesa la catástrofe ecológica, ya acontecida según el pensador británico.
Morton se ubica en el movimiento filosófico de la OOO (Ontología Orientada a Objetos), que cuestiona el emplazamiento jerárquico y antropocéntrico de nuestra especie. Su pensamiento argumenta desde un cruce de filosofía, ciencias y arte.
Hoy por hoy, en la ecocrítica del mundo es fundamental el Antropoceno, concepto que señala nuestra época como era geológica signada por el efecto negativo de la acción humana en el clima, la geología, los ecosistemas. Sobre ese trasfondo, enHiperobjetos…, Timothy Morton diseña su crítica al empecinado antropocentrismo desde las características que les confiere a los hiperobjetos.
El filósofo inglés aceptó contestar unas preguntas para el diario PERFIL sobre su filosofía de los hiperobjetos.
—Hola Timothy, en la senda del nuevo realismo y el agotamiento de las “filosofías del sujeto”, en “Hiperobjetos. Filosofía y ecología después del fin del mundo” propones el concepto de hiperobjetos como una realidad no humana que no debe ser ignorada. ¿Qué son los hiperobjetos y qué es lo más relevante de la “viscosidad” y la “no localidad” que les atribuyes?
—Los hiperobjetos son cosas tan masivas en el espacio y el tiempo que un ser humano no puede verlos todos a la vez sin un equipo especial... e incluso así, el efecto puede ser como mirar por el extremo equivocado de un telescopio. Esto es especialmente cierto en el caso de los hiperobjetos de los que formamos parte, como la biosfera. La biosfera está “pegada” a nosotros físicamente, incluso si abandonamos la Tierra, ya que tendríamos que recrearla dondequiera que aterricemos. Esta es la idea de que los hiperobjetos son “viscosos”. Y son “no locales” porque lo que experimentamos aquí y ahora está influenciado por partes muy distantes del hiperobjeto, muy distantes en el espacio y en el tiempo.
Sobre la impregnación “viscosa” de ciertos entramados de objetos masivos que nos rodean, Timothy Morton propone en su libro que “cuanto más me esfuerzo por entender los hiperobjetos, más descubro que estoy pegado a ellos. Los tengo por todos lados. Ellos son yo mismo”, y más adelante: “Los hiperobjetos acechan mi espacio social y psíquico”. Y la no-localidad es escrutada en Hiperobjetos… mediante una intensa interpretación de las consecuencias de la teoría cuántica respecto al funcionamiento profundo de las micropartículas, pero también en el espacio más convencional, lo no-local se revela cuando, por ejemplo, “si busco un hiperobjeto, no lo encuentro. El petróleo es solo gotitas, flujos, ríos y fugas de petróleo”.
—El Antropoceno se refiere a la modificación global de los sistemas naturales debido a la acción humana acelerada, como la máquina de vapor de James Watt, patentada en 1784, que incrementó la presencia de carbono en la atmósfera y la corteza terrestre. ¿Cuál es la innovación filosófica fundamental que trajo consigo el Antropoceno a tu entender?
—El Antropoceno pone fin a la idea de que los humanos son especiales y diferentes del resto de la creación, de que son capaces (y tienen derecho) de dominar todo lo demás. La configuración occidental básica de sujeto y objeto se disuelve, lo que significa que el modelo basado en amo versus esclavo se esfuma. La sociedad está intentando ponerse al día con esta comprensión en este momento.
En esta entrevista que avanza, Morton nos indica un “ponerse al día” respecto al error de una cosmovisión occidental que, desde el Renacimiento en el siglo XVI, emplaza al humano en el centro de una escena para dominar a los animales, las cosas y otros humanos. Seguimos.
—Propones diferenciar la dimensión de los hiperobjetos del concepto moderno de naturaleza. ¿En qué consiste esta diferencia, Timothy?
—Lo que quiero señalar es que el término “naturaleza” se usa comúnmente de forma “normativa”, es decir, se usa para distinguir entre lo “natural” y lo “antinatural”. Esta distinción es muy peligrosa. Así es como los seres humanos deshumanizamos a los demás. Esa es la primera parte. La segunda es que formamos parte de una serie de hiperobjetos superpuestos. Esto significa que lo que se llama “naturaleza” ya no es efectivo, porque, sea lo que sea, se supone que está muy, muy lejos de “mi” idea de mí mismo, de la “civilización humana”, etc.
Más allá de su confrontación con la civilización, la naturaleza debe ser repensada desde lo que Morton llama “el pensamiento de la interconexión” que remite, a su vez, al concepto de “malla”. Todas las formas de vida, tanto los seres vivos como no vivos, son la malla de una interconexión compuesta por infinitas conexiones. Ya no se trataría simplemente de vivir dentro de la naturaleza como una generalidad, “muy lejos de ‘mi’ idea de mí mismo”, sino a partir de “hiperobjetos superpuestos”, como el petróleo que se introduce en nuestros hábitats de modo que, por ejemplo, los automóviles se mueven gracias a un combustible que proviene de la descomposición y acumulación de materia orgánica, como algas o dinosaurios.
—Tu pensamiento se vincula fuertemente con la ecología, y criticas la confusión entre el cambio climático y el calentamiento global. ¿Por qué piensas que es tan importante diferenciar ambos conceptos para comprender mejor la realidad ambiental del siglo XXI?
—Bueno, te diré: el término “cambio climático” fue inventado por un propagandista republicano en EE.UU. para confundir a la gente. El clima está en constante cambio, así que ¿para qué preocuparse? Pero el calentamiento global es un hecho científico comprobable.
Este calentamiento que menciona Timothy provoca el derretimiento de los hielos y el consiguiente aumento del nivel de los mares. A su vez, la génesis de dicho calentamiento expone lo “interobjetivo”, el modo por el cual los hiperobjetos se forman mediante relaciones entre más de un objeto. Por ejemplo, el recalentamiento atmosférico surge de las interacciones entre el Sol, los combustibles fósiles y el dióxido de carbono, entre otros objetos.
—En el capítulo “Ondulación del tiempo” de tu libro, afirmas que una mayor información sobre los seres vivos nos permite comprender lo poco que sabemos sobre ellos. ¿Cómo se construye esta dinámica, según la cual más información equivale a menos conocimiento, y qué consecuencias tiene esto?
—A mi entender, esto significa algo muy interesante: la ciencia no desencanta al mundo en absoluto. Lo reencanta. También significa que estamos empezando a ver que cómo buscar saberlo todo es muy diferente a saberlo todo.
El desencantamiento del mundo es la famosa postulación del sociólogo alemán Max Weber (1864-1920) sobre la supuesta desacralización o despojamiento de una impresión de asombro y maravilla ante la arquitectura física del mundo desde la ciencia materialista contemporánea. Lejos de eso, Morton afirma que el aumento del conocimiento científico “reencanta el mundo” en cuanto inyecta admiración ante la complejidad no comprendida de los seres y las cosas. En este punto, cuanto más sabemos, menos sabemos. La pretensión de “buscar saberlo todo” es así muy diferente a efectivamente “saberlo todo”.
—En el Capítulo II, al adentrarnos en la “era de los hiperobjetos”, te refieres a una ética de los hiperobjetos. ¿En qué consiste esta ética?
—Esto tiene varios aspectos diferentes. La ética tiene que ver con cómo nos comportamos. Tenemos que comportarnos de manera diferente porque ahora somos conscientes de los hiperobjetos. Algunas formas antiguas de comportamiento, como intentar dominar el mundo, no funcionarán, y sabemos que no funcionarán.
La vieja estrategia de “dominar” el mundo físico naufraga ante los hiperobjetos, que intervienen y condicionan nuestras vidas y que están muy lejos, por tanto, de ser “dominados”. Y continuamos...
—¿Cuál es la idea central de los aspectos de esta época que llamas la “Era de la Asimetría”?
—Veamos, en relación con los hiperobjetos, siempre estamos “equivocados”, como dijo Kierkegaard sobre Dios. Ahora somos conscientes de lo que me gusta llamar “belleza gigantesca”, es decir, belleza a escalas no humanas. Algunos artistas y arquitectos ya son conscientes de ello. Esto es consecuencia de la Era de la Asimetría, en la que el conocimiento humano sobre el universo ha crecido enormemente, pero con él, un sentido humano de vulnerabilidad y humildad.
—Y dices: “El arte orientado a objetos nos confronta con la posibilidad de adaptarnos a cosas viscosas, pegajosas y lentas. Un arte que se adhiere a nosotros y fluye sobre nosotros”. ¿De qué maneras es el arte una fuerza poderosa en el camino de los hiperobjetos, y qué sugiere, por ejemplo, en este sentido, el poema de John Keats “Una urna griega”, que mencionas en relación con la poeta contemporánea Brenda Hillman?
—Entiendo que el arte nos permite explorar futuras formas de ser y relacionarnos. El arte funciona muy bien cuando se acerca a cosas que aún desconocemos. Los hiperobjetos encajan en este espacio tentador. Mi amiga Brenda Hillman tiene una maravillosa adaptación de Keats, sobre un vaso de poliestireno, en el que el poema mismo parece haberse degradado, una vez que terminas de beber. Ya no es “para” un ser humano, es algo muy diferente, algo para lo que no tenemos un nombre claro.
Para Timothy Morton, por las representaciones artísticas surgen nuevas ideas sobre la naturaleza, y una “ecopoética” que, más allá de la “ecopoesía” o la “poesía ambiental”, analiza, por ejemplo, la relación intrínseca entre el acto de escribir y el entorno. Timothy se relaciona con artistas como Björk, Olafur Eliasson, Haim Steinbach, Pharrell Williams o la mencionada Brenda Hillman.
—Por último, quiero también preguntarte: la modernidad como antropocentrismo sitúa en el centro al sujeto del conocimiento y al sujeto capitalista productivo que transforma y busca dominar el entorno natural. Ante esto, ¿una filosofía de los hiperobjetos refleja simplemente una nueva estrategia conceptual para criticar este antropocentrismo, o pretende ser el preludio de una posible transformación cultural futura?
—Esto último. Comprender los hiperobjetos tiene mucho que ver con comprender cómo podría ser el comunismo, qué podría hacer… Estoy trabajando en esto ahora mismo con Treena Balds. Estamos escribiendo una secuela llamada Paraíso: vivir el hiperobjeto. El capitalismo, al igual que el feudalismo antes, imagina lo que ahora llamamos hiperobjetos como una especie de infierno. El libro que estoy escribiendo, Paraíso..., es una topología fenomenológica de lo opuesto. El Infierno es una especie de campo de concentración, saturado de significado; el Paraíso es un alivio o un refugio de esto. El comunismo se ha concebido erróneamente, en términos de automatización y tiranía. No hay más remedio que hacerlo de otra manera. Así es como se vería “vivir el hiperobjeto”.
Concluimos. Una filosofía para recuperar la materialidad del mundo, mientras el Antropoceno continúa el calentamiento de nuestro planeta que, silencioso, entre las tormentas que enojan los cielos, contiene los hiperobjetos, y nuestros conflictos, y la esperanza de un gran cambio que se demora y oculta.
*Esteban Ierardo es filósofo, escritor, docente, su último libro es La red de las redes, Ed. Continente; su página cultural, La Mirada de Linceo: www.estebanierardo.com.
El fin del mundo ya ha ocurrido*
Los hiperobjetos son los que han traído el fin del mundo. Es obvio que el planeta Tierra no ha explotado, pero el concepto de mundo ya no es operativo y los hiperobjetos provocaron su desaparición. La idea del fin del mundo funciona mucho en el ambientalismo. Sin embargo, sostengo que esta idea no es efectiva para todo intento y propósito, ya que aquello por lo que deberíamos preocuparnos y que deberíamos cuidar se ha esfumado. Esto no significa que no haya esperanza para la política y la ética ecologistas. Muy por el contrario. De hecho, como sostendré, la creencia firme de que el mundo está a punto de terminar “a menos que actuemos ahora” es paradójicamente uno de los factores más potentes para inhibir un compromiso real con nuestra coexistencia ecológica en la Tierra. La estrategia de este libro, entonces, es despertarnos del sueño de que el mundo está a punto de terminar, porque de eso depende la acción sobre la Tierra (real).
El fin del mundo ya ha ocurrido y podemos precisar, de un modo inquietante, la fecha en que terminó. …Fue en abril de 1784, cuando James Watt patentó la máquina de vapor, un acto que inició el depósito de carbono en la corteza terrestre, es decir, el momento en que la humanidad se volvió una fuerza geofísica a escala planetaria. Dado que para que algo suceda a menudo tiene que suceder dos veces, el mundo también terminó en 1945, en Trinity, Nuevo México, donde el Proyecto Manhattan probó el Gadget, la primera bomba atómica, y más tarde ese mismo año, cuando se lanzaron las dos bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki. Estos acontecimientos marcan el aumento logarítmico de la acción humana como fuerza geofísica. Tiene importancia “histórica mundial” para la humanidad y, de hecho, para cualquier forma de vida que puede ser afectada por ellos, y marcaban un período geológico a gran escala de las eras terrestres. Utilizo las comillas para “histórica mundial” porque lo que está en cuestión, de hecho, es el destino del concepto de mundo. Pues lo que se presenta ante los seres humanos en este momento es justamente el fin del mundo provocado por la invasión de los hiperobjetos, uno de los cuales es seguramente la propia Tierra, cuyos ciclos geológicos exigen una geofilosofía que no piense simplemente en términos de significación y acontecimientos humanos.
(…) La preocupación no es si el mundo se acabará, como en el viejo modelo… sino si el fin del mundo ya está ocurriendo, o tal vez si ya ha ocurrido. Se produce un estremecimiento profundo de la temporalidad. Es más, los hiperobjetos parecen continuar lo que Sigmund Freud consideraba la gran humillación del ser humano después de Copérnico y Darwin. Jacques Derrida añade, con razón, a Freud en la lista de los humilladores –después de todo, él desplaza al humano del centro de la actividad psíquica–. Pero también podríamos agregar a Marx, que sostiene que la organización económica desplaza a la vida social humana. Y podríamos añadir a Heidegger y al mismo Derrida que, con un pensamiento similar, produce sutiles desplazamientos de lo humano del centro de la producción de sentido. Podríamos extender la lista agregando a Nietzsche en ese linaje que ahora va desde Deleuze y Guattari hasta Brassier: “¿Quién nos dio la esponja para limpiar todo el horizonte?” (Nietzsche). Lo que tenemos, pues, desde el siglo XVI hasta el momento de los hiperobjetos, es la verdad del copernicanismo, si se puede llamar así: no hay centro y no vivimos en él.
*Fragmento de Hiperobjetos. Filosofías y ecología después del fin del mundo, de Timothy Morton, Adriana Hidalgo Editora.
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