La condición humana ante la técnica
Las nuevas tecnologías podrán modificar los sistemas, alterar cómo miramos la época y las modas, pero no podrán enmendar la esencia cruel del hombre. Sus vicios y bajezas de siempre están ahí omnipresentes desde tiempos antiguos. La mente de muchos seres humanos está perturbada, no por la tecnología necesariamente, esta ha venido a ser una consecuencia de su enfermedad, es un instrumento nuevo, solo que se han sofisticado las formas de efectuar sus infamias.
A partir de la década de los 80, recordada frecuentemente con nostalgia, poco a poco algo que ya existía de manera imperceptible comenzó a mostrarse: la tecnología digital. Para los 90 aparecen las computadoras domésticas y el acceso masivo a la Internet. Ahora no solo podríamos utilizar las máquinas como lo habíamos hecho siempre, podríamos además mejorarlas, alimentarlas, dotarlas de contenido propio. Con la radio y con la televisión hasta entonces teníamos una relación unilateral. Éramos pasivos ante la programación impuesta. Con la llegada de la Internet amanecía una nueva afinidad con las pantallas. El espectador dejaba su condición de tal para convertirse en un cibernauta, es decir, pasaba a ser un actor fundamental: no solo recepcionaba datos sino que también los fabricaba, los compartía, se transustanciaba así en un ser interactivo. Y las posibilidades se apreciaron infinitas.
Pronto esas páginas web primitivas y estridentes se esfumaron en la nada, quedaron en las profundidades de un ciberaverno, y las que aparecían sobre la superficie se fueron mejorando notablemente. Las redes sociales, los blogs, los buscadores estrella, los chats. Todo fue evolucionando. Cartas manuscritas que tardaban semanas en llegar se hicieron inmediatas gracias a los correos electrónicos. Los periódicos de papel seguidamente pasaron en su mayoría a ser portales de noticias en tiempo real. El mercado se sofisticó, todo podía ahora comprarse y venderse con un solo click. La amistad se convirtió en un “me gusta”, la educación pasó al Zoom o a plataformas similares y junto con dichos avances, fascinantes, facilitadores, surgieron nuevos medios para vincularse con el otro, con la lectura, con la forma con la que interactuamos con el saber, con la naturaleza y con la que adquirimos bienes. Un nuevo “comunismo” aparecía en el horizonte, el paradójico “comunismo de la individualidad”, mientras los viejos ídolos eran absorbidos por el tardocapitalismo de las masas solitarias. De a poco, sin que nos diésemos cuenta, se estaba desmaterializando el cosmos ante nuestros ojos. La vida cotidiana al igual que la política se transportaba a las pantallas y transmutaba el modo en que nos relacionábamos con las cosas. Cosas que dejaban de ser entes dimensionales y táctiles en el espacio, en el tiempo, con un volumen, para adoptar otro espacio, otro tiempo, otra densidad intangible, otra perspectiva perceptual. El ámbito de la imagen digital y de los nuevos “objetos” virtuales se imponía. Las estampas originales se reproducían indefinidamente. La inmanencia del cuerpo se alejaba. Se trascendía en una para-realidad alterna. Se fragmentaba. Para la consciencia del observador los algoritmos llegaron a ser tan sustanciales como las piezas reales. No obstante es otro orbe y sus consecuencias aún están por verse.
¿Hay que adaptarse? ¿Hay que resistir? ¿O hay que rebelarse? Son cuestiones complejas. Adaptarse sí, en tanto y en cuanto no se prostituyan los valores y no se ponga en tela de juicio lo que somos. Rebelarse, ¿hasta qué punto? Si la amenaza por delante es una tecnodictadura que parece estar en todas partes y aparenta no encontrase en ningún lado. Resistir, ¿cómo? Para que haya una resistencia hace falta una sociedad que piense por sí misma en vez de ser pensada por las redes. Pocos son los que avizoran su aspecto negativo, como la cercanía de una neo-Edad Media, oscura, ciber-bárbara, como consecuencia de esta técnica que nos está llevando poco a poco a una condición posreal, poshumana; sin embargo, muchos son los que se endulzan con su lado positivo, disfrutan de los nuevos juguetes y predicen “un mundo feliz”. No nos engañemos: detrás de los espejos de colores de la Inteligencia artificial –ese monstruo colectivo perverso–, hay un tétrico ámbito orwelliano, hay trabajo esclavo reclutando a miles de personas en el Sur Global con salarios paupérrimos y nulas garantías de trabajo, y ni que hablar del cuidado de su salud física y mental. No parece haber cambiado la lógica colonialista, solo cambió el soporte. El Primer Mundo explotando a la periferia.
Así pues, hay que decir que el problema no son las herramientas tecnológicas en sí, sino los operadores que habitamos este globo. Lo sabemos: el ochenta por ciento del contenido de la red es basura, mucho de ello fue creado por mentes viles. Y aunque nos definamos como personas probas todos nosotros hemos contribuido de alguna manera en engordarla. Como todo adelanto, los beneficios para el común de los mortales tiene sabor a poco, más bien somos sus productos; en cambio, para los grandes poderes que dominan el planeta estos datos que nosotros inocentemente les hemos regalado ya están siendo utilizados para que ellos acumulen capital. Todas estas ciberestructuras no parecen estar destinadas para el bien, sino para el goce de los sentidos, para el agravio y, sobre todo, para la guerra.
Las nuevas tecnologías podrán modificar los sistemas, alterar cómo miramos la época y las modas, pero no podrán enmendar la esencia cruel del hombre. Sus vicios y bajezas de siempre están ahí omnipresentes desde tiempos antiguos. La barbarie de las guerras antes se hacían con hachas y espadas, hoy con misiles hipersónicos teledirigidos, pero el crimen es el mismo. La mente de muchos seres humanos está perturbada, no por la tecnología necesariamente, esta ha venido a ser una consecuencia de su enfermedad, es un instrumento nuevo, solo que se han sofisticado las formas de efectuar sus infamias. Desde que el mundo es mundo el hombre ha sido el lobo del hombre y sus prótesis han avanzado a pasos agigantados; pero las guerras, el crimen, el dolor, la soledad y el hambre, así como las injusticas y la corrupción no han logrado erradicarse, al contrario, se han exacerbado, se han viralizado. El lobo habrá perdido su pelo pero es el depredador de siempre, y lo que es peor, sus mañas se han convertido en “meme” y sus víctimas en show.
También te puede interesar
-
La UBA distinguirá al Indio Solari con el título de Doctor Honoris Causa por su aporte a la cultura
-
Martín Kohan: “La chatura aplastante de Milei hace recordar a la mediocridad de Videla”
-
Duki con su show 60 del año se consolidó como el trapero más importante de Argentina
-
San Urbano V, el papa que intentó devolver la Iglesia a Roma en tiempos de crisis
-
Día Internacional del emo: su origen musical en los 80s, la explosión cultural de los 2000 y el valor de la expresión emocional juvenil
-
Cinco River, guitarras al rojo vivo y un pogo eterno: Airbag cerró su año con rock en estado puro
-
El Premio GCH anunció a los artistas ganadores que intervendrán el vallado de Aura Núñez
-
El famoso centro cultural Kennedy Center, en Washington, fue rebautizado como "Trump-Kennedy Center"
-
Día Internacional del Migrante: cuáles son los destinos que lideran la migración global en 2025 y por qué son tan elegidos
-
A 60 años de la Resolución 2065 y las Malvinas: la ONU, la política de Illia y el inicio del diálogo con Reino Unido