El dato que descoloca a los argentinos: el estrés económico supera ampliamente a la pobreza
El último informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA plantea que el estrés económico alcanza a cerca de la mitad de la población urbana, muy por encima de la pobreza por ingresos ¿Qué significa este estrés económico?
Aunque algunos indicadores macroeconómicos comenzaron a mostrar señales de estabilización hacia el final de este 2025, el estrés económico se posiciona como un fenómeno menos visible, aunque significativamente más extendido, que sigue marcando la vida cotidiana de millones de argentinos. Según el último informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina, este indicador ya alcanza a cerca de la mitad de la población urbana, incluso muy por encima de los niveles tradicionales de pobreza por ingresos.
El dato introduce una ruptura en la lectura económica clásica: no ser pobre ya no garantiza bienestar ni estabilidad financiera.
Uno de los hallazgos más contundentes del informe "Balance de las capacidades de consumo en la Argentina urbana medida a través de las privaciones monetarias y el estrés económico" cuya autora es Julieta Vera, es que el estrés económico afecta a una proporción significativamente mayor de personas que la pobreza medida por ingresos. Se trata de hogares que, aun ubicándose por encima de la línea oficial de pobreza, declaran que sus ingresos no alcanzan para cubrir gastos básicos, sostener el consumo habitual o afrontar imprevistos.
Desde el punto de vista económico, el fenómeno revela una zona gris cada vez más amplia: personas estadísticamente “no pobres” pero económicamente asfixiadas, sin margen de maniobra financiera y con alta vulnerabilidad ante cualquier movimiento intempestivo de las variables económicas.
Estrés económico: no poder ahorrar también es una forma de privación
El informe introduce un cambio conceptual también llamativo y es que la imposibilidad de ahorrar pasa a ser considerada una forma central de privación económica. No se trata de ahorrar para invertir, sino de algo más básico: no poder generar un mínimo colchón financiero.
En términos macro y microeconómicos, esta situación implica una mayor dependencia del crédito informal o del endeudamiento de corto plazo; una menor capacidad de absorción ante aumentos de tarifas, gastos de salud o pérdida de ingresos y un consumo claramente más defensivo.
El ahorro, históricamente asociado a sectores medios y altos, deja de ser un lujo y se convierte en indicador clave de estabilidad económica.
Uno de los aspectos más llamativos del estudio es que el estrés económico ya no es exclusivo de los sectores pobres. Se expande con fuerza entre la clase media baja y media, incluso en hogares con empleo formal y continuidad laboral lo que explica parte del malestar social persistente: ingresos que crecen menos que los gastos fijos, pérdida de capacidad de consumo y expectativas que no se recomponen. La clase media aparece, así como nuevo sujeto de vulnerabilidad, no por caídas abruptas sino por un desgaste prolongado del poder adquisitivo.
La paradoja macro-micro: mejora de indicadores, malestar persistente
El informe detecta una paradoja cada vez más frecuente en la economía local: algunas variables macro mejoran, pero la percepción económica de los hogares no acompaña.
Durante 2024 y 2025, la desaceleración inflacionaria y cierta recomposición de ingresos reales no se tradujeron automáticamente en una reducción proporcional del estrés económico. El motivo es doble en tanto existe un rezago psicológico y financiero luego de años de inflación alta y los ajustes de consumo realizados durante la crisis no se revierten rápidamente.
Luis Machado: “El consumo per cápita aumentó un 2%, a pesar de que la carne vacuna subió un 80%
El resultado es una sensación de alivio incompleto, donde la estabilidad todavía no se percibe como definitiva.
Otro dato clave es que el estrés económico persiste aun con menor inflación porque la estructura del gasto de los hogares se volvió más rígida. Alquileres, servicios públicos, transporte y salud concentran una porción creciente del ingreso, dejando poco margen para ajustar.
Desde una mirada económica, el problema ya no es solo el nivel de precios, sino los precios relativos y la composición del gasto. Incluso con inflación descendente, la falta de flexibilidad presupuestaria mantiene elevado el nivel de estrés financiero.
El estrés económico emerge, así como un indicador más amplio y sensible que la pobreza tradicional para entender la situación social actual. Captura no solo ingresos, sino expectativas, capacidad de ahorro y fragilidad estructural.
El informe de la UCA deja una conclusión clara: la Argentina no enfrenta únicamente un problema de pobreza, sino uno más profundo y extendido de fragilidad económica, que atraviesa a amplios sectores que ya no logran transformar ingresos en estabilidad.
Un desafío para el Gobierno de cara a un 2026 que pide recomposición de los ingresos para todos los sectores.
lr/ff
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