El canciller ruso apareció con un nostálgico buzo de la URSS
El veterano canciller ruso, Serguéi Lavrov, hizo una simbólica aparición en la poderosa base estadounidense de Alaska, vistiendo un buzo con las siglas CCCP, acrónimo ruso de la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Lavrov, un peso pesado de la diplomacia rusa durante varias décadas, no hizo declaraciones, sólo mostró su buzo estilo ‘vintage’ que asomaba bajo un chaleco azul. Así expresó su nostalgia por la era soviética, y avaló a los sectores nacionalistas rusos que insisten en que Alaska sigue perteneciendo a Rusia, pese a que la compró EE.UU. por sólo 7,2 millones de dólares.
El gesto de Lavrov también fue un regreso a la rivalidad de la Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia, que terminó con el desmembramiento de la Unión Soviética en la década del noventa.
Ingresar a la base Conjunta Elmendorf-Richardson (JBER) con las siglas de la URSS, además, se interpretó como un desafío ya que el bastión militar representa la imponente presencia estadounidense en la región.
Poder militar. Su pasado se remonta a la II Guerra Mundial, pero su verdadera relevancia despegó con la Guerra Fría, cuando se convirtió en el punto de despliegue y reabastecimiento de tropas y aeronaves estratégicas.
En 2010 se fusionaron las dos bases claves de Alaska, la de la Fuerza Aérea Elmendorf y el Fuerte Richardson del Ejército. Así se convirtió es una ciudad militar de casi 20 mil hectáreas, un complejo vital para la defensa nacional de EE.UU.
Este gigante logístico y militar, enclavado en las afueras de Anchorage, es un testimonio silencioso de la rivalidad geopolítica que dominó el siglo XX y que, en pleno siglo XXI, sigue definiendo el tablero de ajedrez global.
Durante décadas, Elmendorf fue la primera línea de defensa aérea contra la amenaza soviética para Estados Unidos, un nido de cazas interceptores que vigilaban el estrecho de Bering y la Península de Kamchatka.
Hoy, su legado de disuasión vive en los hangares y las pistas, donde aún se encuentran algunos de los aviones más avanzados del mundo, como los furtivos F-22 Raptor, listos para patrullar los cielos del norte y responder a cualquier incursión.
Por su parte, el Fuerte Richardson, con su historia vinculada a las tropas de montaña y las operaciones terrestres, aporta la robustez del Ejército y su capacidad para operar en entornos extremos.
La sinergia de ambos componentes, ahora bajo el paraguas de una base conjunta, ha creado un centro de poder militar que proyecta la influencia estadounidense no solo en el Ártico, sino en toda la región del Pacífico.
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