La ‘distensión’ de Trump le da vuelo al autoritarismo de Lukashenko en Bielorrusia
Ya muchos de ellos sonreían en el autobús antes de cruzar la frontera. Habían sido liberados después de años como presos políticos en Bielorrusia y ahora eran libres. O, al menos, tan libres como puede serlo un exiliado que no sabe cuándo regresará a su tierra, si es que algún día podrá hacerlo. Son 123 personas en total: activistas políticos, escritores, periodistas. Hombres y mujeres cuyo crimen fue cuestionar a Aleksandr Lukashenko, el todopoderoso mandamás que gobierna desde 1994, que este año ganó sus séptimas elecciones consecutivas, una vez más, con una oposición restringida, exiliada o presa.
Entre los recientemente liberados están Ales Bialiatski, defensor de los derechos humanos y Premio Nobel de la Paz en 2022, condenado por supuesta evasión fiscal; el excandidato presidencial Viktor Babaryka; Maria Kolesnikova, jefa de campaña de Babaryka, primero, y de la ahora exiliada también excandidata Svetlana Tijanovskaya; y Maksim Znak, abogado de Babaryka y Tijanovskaya. Ellos, al igual que la gran mayoría de los restantes liberados, fueron detenidos poco antes o poco después de las elecciones de 2020.
Aquel fue el año en el que la represión en Bielorrusia aumentó exponencialmente, cuando las protestas por el fraude electoral fueron acalladas con más 30 mil arrestos, al menos ocho asesinatos, y más de mil casos de tortura en centros de detención. Desde entonces, la Unión Europea y Estados Unidos, entre otros, no reconocen a Lukashenko como presidente legítimo y el bielorruso se ha visto forzado a apoyarse más que nunca en su principal aliado. Cuando dos años después el ruso Vladimir Putin le solicitó apoyo en el marco de su invasión a Ucrania, Lukashenko devolvió el favor. Claro que eso le costó sanciones y un mayor aislamiento internacional que hoy, gracias a Donald Trump, empieza a romperse.
Fue justamente un enviado del presidente estadounidense quien negoció la liberación de presos políticos a cambio de que se levantaran sanciones a ciertos productos bielorrusos de exportación. Además, la distensión diplomática promovida por Washington implica un reconocimiento de facto a la autoridad de Lukashenko, decisión contraria a la política de aislamiento que promueve la Unión Europea.
Pero este acercamiento no significa que la situación general en Bielorrusia vaya a cambiar. Según el Centro de Derechos Humanos Viasna, fundado por Bialiatski, aún hay más de 1.100 presos políticos en el país. En la tierra de Lukashenko se acumulan las denuncias sin fundamentos y las condenas arbitrarias contra quienquiera que cuestione al líder. Y el líder se ensaña particularmente contra los actores de la cultura, aquellos que promuevan la identidad local que él tanto parece denostar. Actualmente, hay 31 escritores detenidos y más de 250 libros han sido prohibidos, designados como “materiales extremistas”, tan solo desde 2020.
Escritores detenidos y la censura como arma. En 1989, poco antes de la disolución de la Unión Soviética y de la independencia de Bielorrusia, nació la rama local de PEN International, una asociación mundial fundada en Londres en 1921 para promover la amistad y la cooperación intelectual entre escritores de todo el mundo. PEN es la sigla de Poetas, Ensayistas, Novelistas, aunque la organización incorpora a todo tipo de trabajadores de las letras. Ya en tiempos de transición, de recuperación democrática e independencia, PEN Bielorrusia promovió la defensa de los derechos humanos, la libertad de expresión y la preservación de una identidad local que reemergía después de la larga noche de represión soviética.
Entonces llegó Lukashenko. Asumió la presidencia en 1994, recuperó la bandera y el escudo de la república socialista soviética y se consolidó como una figura de poder incuestionable a fuerza de censura y creciente opresión. Casi con desprecio por su propio país y por su historia, restringió el uso del idioma bielorruso y persiguió a quienes lo utilizaran, entre ellos a escritores.
Entre los miembros de PEN aparece Bialiatski. El juicio en su contra de 2023 fue descripto como “una farsa” por Amnistía Internacional y como “injusto” y “arbitrario” por Human Rights Watch. El escritor y activista político estuvo dos años detenido sin condena.
Aunque el Premio Nobel de la Paz haya sido liberado, continúan presos decenas de miembros del PEN. La lista es extensa y las acusaciones, repetidas: organizar disturbios, promover el extremismo o el terrorismo, conspirar para tomar el poder, fomentar la discordia social, evasión fiscal y otros cargos similares que, al final, no importan. No importan porque los juicios suelen ser a puertas cerradas y porque en ellos se invierte la carga de la prueba. O, mejor dicho, ni siquiera se invierte la carga de la prueba porque todos son culpables, se demuestre o no lo contrario. Y no importan porque, al final, la acusación es siempre la misma: cuestionar a un presidente que lleva más de treinta años en el poder a fuerza de una creciente represión.
Los dictadores como Lukashenko temen a todo aquello que desafíe su narrativa única, sus ideas políticas exclusivas, su identidad excluyente. La literatura y todas las demás ramas del arte permiten abrirse a nuevas perspectivas, reflexionar, sentir, aprender, descubrir, confrontar lo estático y previsible para movilizar emociones, para habilitar acciones. Será por eso que a los dictadores les molesta tanto un arte sin censura. Será por eso que necesitan ver a artistas enjaulados.
Claro que es motivo de celebración que 123 presos políticos sean liberados. Pero este triunfo no puede hacer olvidar que todos ellos debieron irse del país: 113, incluyendo a Kolesnikova, fueron enviados a Ucrania; 10, incluyendo a Bialiatski, a Lituania. Nadie forzado a abandonar su tierra luego de ser perseguido políticamente es realmente libre, aunque no esté tras las rejas.
Y tampoco debe olvidarse que quedan cientos de presos políticos en Bielorrusia que el líder utiliza como instrumentos de presión y chantaje. Ni que hay un presidente al otro lado del Atlántico que parece dispuesto a ofrecer muchas, tal vez demasiadas, concesiones.
*Periodista, máster en relaciones internacionales e investigador asociado de Cadal.
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