Basurales: Argentina no puede seguir enterrando su futuro
“La economía circular tiene algo que incomoda a ciertos sectores: transparenta responsabilidades. Obliga a las empresas a repensar sus productos, a las administraciones a mejorar su planificación y a la ciudadanía a adoptar nuevos hábitos”, dice la autora. Qué reformas propone.
Hay momentos en los que un país debe mirarse al espejo sin maquillaje. Y en materia ambiental, la Argentina sigue aferrada —como si fuera una adicción silenciosa— a un modelo lineal y agotado: producir, usar y descartar. Un modelo que nos promete comodidad, pero nos deja rellenos sanitarios saturados, recursos naturales en jaque y una economía que paga, cada año, un costo más alto por su propia ineficiencia.
La discusión sobre residuos ya no es un asunto técnico para especialistas en gestión urbana. Es un tema político de primer orden. Porque detrás de cada bolsa de basura hay un modelo económico; detrás de cada recurso sobreexplotado, una decisión pública que se postergó demasiado; detrás de cada falencia en reciclaje, una cadena de valor desaprovechada y miles de empleos posibles que nunca se generaron.
Un país que recicla poco y gasta mucho
Hoy, mientras el mundo avanza hacia la economía circular, nosotros seguimos atrapados en una lógica que confunde crecimiento con descarte. Cada año enterramos materiales que valen millones de dólares: metales, plásticos, vidrios, fibras. Recursos que podrían volver al circuito productivo, generar empleo, reducir costos y, sobre todo, disminuir la presión sobre ecosistemas que ya muestran señales alarmantes.
Seamos claros: la economía lineal no es solo ambientalmente insostenible. Es económicamente torpe.
Para dar el salto hacia la circularidad necesitamos algo muy concreto: decisión política. No declaraciones tibias ni programas piloto que se anuncian y se abandonan. Hablo de reformas normativas reales, de incentivos que premien a quienes innovan, de sistemas de depósito y retorno que funcionen de verdad y no solo en PowerPoint.
Implementar ciclos productivos cerrados no es una utopía ni un lujo europeo"
No es aceptable que, en pleno siglo XXI, la reparación y la reutilización sigan siendo prácticas marginales. No es serio que el reciclaje dependa del voluntarismo ciudadano porque el Estado no articula una estrategia integral. Y no es ético que sigamos exigiéndole a la naturaleza lo que no le exigimos a nuestra propia gestión pública: eficiencia.
Economía circular: cuando el país deja de perder
Implementar ciclos productivos cerrados no es una utopía ni un lujo europeo. Es sentido común. Es competitividad. Es soberanía material en un país que importa lo que podría recuperar y exporta lo que no debería destruir.
ONGs advierten por la falta de gestión de los residuos y el impacto ambiental que esto genera
La economía circular tiene algo que incomoda a ciertos sectores: transparenta responsabilidades. Obliga a las empresas a repensar sus productos, a las administraciones a mejorar su planificación y a la ciudadanía a adoptar nuevos hábitos. Y precisamente por eso genera resistencia. Porque los cambios profundos siempre obligan a correrse de la comodidad.
El futuro no se improvisa. Se construye. Y Argentina tiene todo para liderar la transición si deja atrás las excusas y abraza la innovación con convicción.
Necesitamos un Estado que marque el camino, empresas que arriesguen, universidades que acompañen y ciudadanía que participe. No como partes aisladas, sino como un ecosistema que entiende que la sostenibilidad no es un gesto verde: es un proyecto de país.
Porque en definitiva, lo que está en juego no es cómo tratamos la basura. Es cómo tratamos nuestro destino colectivo.
Y yo lo digo como profesora, como ciudadana y como mujer que cree —honestamente— que ya no tenemos margen para seguir enterrando lo que vale. Ni nuestros residuos, ni nuestro futuro.
*Profesora universitaria – Especialista en Ambiente - Directora del Instituto de Formación Política “Juan B. Alberdi”
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