Decidir en Argentina, cuestión de estrategia y también de tablero
Argentina volvió a figurar entre los países más complejos del mundo para hacer negocios. “Estar en el puesto 11 no es un elogio, pero tampoco una condena. Es un recordatorio de que competir acá implica, además de talento, una dosis de lucidez”, dice el autor.
Según el Global Business ComplexityIndex 2025 de TMF Group, Argentina ocupa el puesto 11 entre 79 países en dificultad para operar. En aspectos como regulaciones, impuestos y gestión de talento, seguimos entre los entornos más enredados del planeta. No es un récord para celebrar, pero sí una señal para pensar.
Porque detrás de la maraña de trámites, reglas cambiantes y exigencias administrativas, hay un costo menos visible: el costo mental de decidir.
Los líderes empresariales argentinos lo saben bien. No se trata solo de diseñar una estrategia comercial o financiera; se trata de hacerlo en un contexto donde cada movimiento requiere tiempo, energía y, muchas veces, paciencia. La complejidad no solo encarece las operaciones: también desgasta la claridad.
Cuando todo exige reacción, el riesgo es empezar a decidir por cansancio o por costumbre. Algunas empresas se paralizan esperando que las reglas se ordenen; otras improvisan para seguir en marcha. Y en ambos casos, la estrategia se vuelve una respuesta, no una elección.
Decidir bien en este entorno implica algo más que conocimiento técnico: requiere serenidad, visión y, sobre todo, consciencia del contexto. Entender que no se puede planificar como si el tablero fuera estable. Que la agilidad no consiste en cambiar todo el tiempo, sino en adaptarse sin perder rumbo.
Algunas compañías locales lo están logrando. Lo hacen simplificando procesos, descentralizando decisiones y empoderando equipos para que actúen rápido sin perder criterio. En vez de quejarse de la complejidad, la incorporan al análisis. No luchan contra el entorno: diseñan su estrategia alrededor de él.
Decidir en la Argentina actual exige un tipo de liderazgo distinto. Uno que combine realismo con esperanza; que pueda actuar con prudencia sin caer en la resignación. Porque si algo enseña este país es que el que espera a que todo se ordene para actuar, no actúa nunca.
Estar en el puesto 11 de complejidad no es un elogio, pero tampoco una condena. Es un recordatorio de que competir acá implica, además de talento, una dosis de lucidez. No se trata de ignorar las dificultades, sino de aprender a pensar teniéndolas en cuenta.
Y, al final, esa puede ser la mayor ventaja de las empresas argentinas: haber aprendido a tomar decisiones en terrenos donde otros apenas sobrevivirían. Si la estrategia es la capacidad de elegir bajo presión, pocos países ofrecen un entrenamiento más intenso.
*Decano de la Facultad de Ciencias Empresariales de UCES. Consultor y speaker en liderazgo y toma de decisiones.
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