OPINIóN
Project Syndicate

Donald Trump está apostando en contra del futuro

La nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos muestra que el presidente opta por saquear el presente en lugar de invertir en el porvenir.

Donald-Trump
La Casa Blanca publicó un documento oficial de 33 páginas sobre la Estrategia de Seguridad Nacional | AFP

PARÍS – La nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos no es, en ningún sentido significativo, una estrategia. Una estrategia conecta medios con fines alcanzables. Lo que la Casa Blanca del presidente Donald Trump publicó la semana pasada publicó es otra cosa: una confesión de 33 páginas de que esta administración no cree en el futuro y, por lo tanto, no ve sentido en invertir en él.

La Estrategia de Seguridad Nacional oscila salvajemente entre el triunfalismo y la ansiedad declinista. Estados Unidos es la nación más grande de la historia; Estados Unidos está siendo invadido. Estamos ganando; lo estamos perdiendo todo. Esto no es simplemente incoherencia: es la firma cognitiva de un movimiento que experimenta el cambio demográfico y cultural como una catástrofe existencial.

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La Estrategia de Seguridad Nacional anuncia objetivos amplios sin especificar recursos, plazos ni mecanismos. Llamarla “cortoplacista” sugiere que se descuida un juego largo. Pero no existe juego largo. Un movimiento convencido de que su mundo se acaba no planifica para la próxima generación. Rompe y agarra.

La codicia es explícita. “Todas nuestras embajadas deben estar al tanto de las grandes oportunidades de negocios en su país, especialmente los grandes contratos gubernamentales”, ordena la ESN. “Todo funcionario del Gobierno de EE.UU. que interactúe con estos países debe entender que parte de su trabajo es ayudar a las empresas estadounidenses a competir y triunfar”. La diplomacia se ha convertido formalmente en una operación de desarrollo de negocios.

El Consejo de Seguridad Nacional recibe la tarea de identificar “ubicaciones y recursos estratégicos” en el Hemisferio Occidental para su explotación. Le Monde lo llama por su nombre: prédation économique, depredación económica.

El Council on Foreign Relations observa que la competencia entre grandes potencias desapareció como principio organizador en esta Estrategia de Seguridad Nacional, reemplazada por la economía como “la apuesta definitiva”. El documento es más polémica que estrategia, dicen los miembros del Council, y los no estadounidenses harían bien en descartarlo como una genuina declaración de intenciones.Aun así, la desaparición de la rivalidad entre grandes potencias como marco no es un descuido. Refleja una administración que abandonó silenciosamente el proyecto de moldear el orden internacional porque moldear ese orden requiere creer en el futuro.

Considere el tratamiento de los aliados. La ESN redirige el fuego retórico hacia Europa mientras suaviza notablemente su lenguaje respecto a Rusia y otros adversarios. Advierte que Europa corre riesgo de “borrado civilizacional” por la inmigración y la “asfixia regulatoria”. Exige que los europeos asuman “responsabilidad primaria” por su propia defensa, al mismo tiempo que anuncia que Estados Unidos “cultivará resistencia” a las tendencias políticas actuales de Europa apoyando partidos nacionalistas y populistas en países de la Unión Europea.

Esto no es gestión de alianzas. Es sabotaje disfrazado de reparto de cargas.

La administración afirma rechazar el hábito liberal-internacionalista de sermonear a otros sobre sus asuntos internos. Pero luego anuncia una esfera de influencia hemisférica que niega a los países latinoamericanos el derecho soberano de elegir sus propios socios comerciales y arreglos de seguridad. El “Corolario Trump” a la Doctrina Monroe es política de grandes potencias del siglo XIX reempaquetada para un presidente que no distingue entre interés nacional y enriquecimiento personal.

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El Cato Institute, nada amigo del internacionalismo liberal, identifica otra contradicción: la tensión entre la retórica que rechaza las “guerras eternas” y una insistencia subyacente en que EE.UU. debe seguir siendo árbitro global. Una “capa de America First” recubre un proyecto hegemónico de facto. La administración quiere los beneficios de la primacía sin sus cargas: deferencia sin compromiso, acceso sin relaciones.

Esto no es realismo de política exterior. Es la doctrina de alguien que nunca tuvo que cumplir una promesa. Lo que mantiene unidas sus contradicciones no es una teoría del orden internacional ni una visión del liderazgo estadounidense, sino un enemigo compartido: el futuro mismo.

La ESN está impregnada de angustia demográfica. La migración se enmarca no como un desafío político sino como una “invasión”. La frontera es “el elemento primario de la seguridad nacional”. El documento difumina la línea entre amenazas externas y competencia política interna, tratando a las comunidades de la diáspora y al cambio demográfico como problemas de seguridad al mismo nivel que estados hostiles. Esta es la teoría del “Gran Reemplazo” traducida a dogma oficial.

¿Por qué una administración que se prepara para retirarse de compromisos globales necesita demonizar a los inmigrantes? ¿Por qué una estrategia centrada en el Hemisferio Occidental dedica tanta energía a atacar la política migratoria europea? Porque el miedo que anima a esta administración no es China ni Rusia ni el terrorismo. Su miedo animador es que la América de mañana no se parezca a la América de ayer. La ESN no es un plan para navegar el futuro. Es una expresión de rabia ante la inevitabilidad del futuro.

Esto explica la economía depredadora. Si renunciaste a construir relaciones duraderas, extraes lo que puedas mientras puedas. Si las alianzas son solo costos de transacción, las abandonas. Si el orden internacional te obstaculiza de cualquier manera, te niegas a mantenerlo. La lógica es la de una liquidación por cierre: todo debe irse.

El miedo al futuro también explica la suavidad de la administración Trump hacia Rusia. El Kremlin de Vladímir Putin comparte la angustia demográfica de Trump, la hostilidad hacia instituciones liberales y el resentimiento ante un futuro cosmopolita, y tiene lo que Trump desea: un estado etnonacionalista revisionista que abrazó el imperialismo y no sufrió consecuencias significativas. La ESN no nombra a Rusia como amenaza seria porque esta administración no experimenta a Rusia como amenaza a lo que valora.

¿Qué queda cuando la política no puede entregar lo que un movimiento ansía? Demolición. Alianzas que tardaron generaciones en construirse pueden destruirse en meses. La ESN proporciona justificación ideológica – lenguaje “civilizacional”, premisas del “gran reemplazo”, retórica de “invasión” – para cortar los lazos que permiten a las democracias trabajar juntas frente a los graves desafíos del futuro.

El objetivo no es solo ignorar amenazas reales sino redefinir la amenaza misma como cambio demográfico – la mera presencia de personas a las que Trump llama “basura”. ¿Para qué preservar alianzas para gestionar el futuro si el futuro no será blanco?

La Estrategia de Seguridad Nacional es lo que ocurre cuando la política exterior la redactan quienes experimentan el futuro como enemigo. Incapaces de detener el tiempo, se conforman con romper los relojes y embolsarse lo que no esté clavado.

Stephen Holmes, profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York y Berlin Prize Fellow en la Academia Americana de Berlín, es coautor (con Ivan Krastev) de The Light that Failed: A Reckoning (Penguin Books, 2019).

MB