La aceptación por parte del presidente de EEUU, Donald Trump, de las llamadas stablecoins (monedas estables) como un medio para proyectar el poder financiero de Estados Unidos y preservar la dominancia global del dólar ha impulsado llamamientos a una "respuesta estratégica" por parte de la Unión Europea. El argumento es que si Europa no define su posición en esta revolución tecnofinanciera, su soberanía monetaria y estabilidad financiera se deteriorarán. Pero las advertencias son tan infundadas como ominosas.
El principal catalizador de la ansiedad europea por las stablecoins es la Ley de Guía y Establecimiento de Innovación Nacional para las Stablecoins de EE. UU. (GENIUS Act) de la administración Trump, que tiene como objetivo promover las stablecoins respaldadas por el dólar mediante la implementación de un marco regulatorio integral para ellas. Sin embargo, las disposiciones reales de la legislación se asemejan mucho a las del Reglamento de Mercados de Criptoactivos (MiCA) de la UE de 2023, que se aprobó como precaución, antes de que las stablecoins tuvieran mucha importancia financiera. Así, desde una perspectiva regulatoria, Estados Unidos no ha aventajado a Europa. Pero, incluso si lo hubiera hecho, las stablecoins son poco adecuadas para impulsar la transformación que anticipan sus defensores y que temen sus detractores.
Las stablecoins funcionan esencialmente como fondos del mercado monetario que no pagan intereses: el emisor toma una unidad de una moneda fiduciaria de un depositante y coloca el equivalente en la billetera digital de ese depositante. La principal diferencia es que las stablecoins se basan en la misma tecnología blockchain —un tipo de registro distribuido— que sustenta las criptomonedas.
Aquí es donde surgen los problemas. Como su nombre indica, las transacciones blockchain no se procesan individualmente, sino que se agrupan en "bloques", que se aprueban simultáneamente, a intervalos discretos. En el caso de Bitcoin, un bloque puede contener hasta 4.000 transacciones, y las aprobaciones ocurren aproximadamente cada 11 minutos. Esto lo hace inadecuado para la mayoría de las transacciones minoristas.
Las stablecoins que operan en blockchains más nuevas —como Tether (USDT), emitida en la red TRON— están optimizadas para la velocidad y el rendimiento. Pero la capacidad de procesamiento de transacciones de las tecnologías basadas en blockchain siempre estará sujeta a restricciones, lo que aumenta el riesgo de cuellos de botella y retrasos. Como resultado, tales tecnologías no pueden competir con los sistemas de pago minoristas existentes, que procesan las transacciones individualmente y al instante.
El componente de "registro distribuido" complica aún más las cosas. La idea básica de un registro distribuido es que el registro de transacciones (ledger) sea mantenido por miles de los llamados mineros en todo el mundo. Esto es sumamente ineficiente (el registro de TRON, por ejemplo, comprende más de dos gigabytes de datos), especialmente en comparación con un sistema de pago tradicional, en el que cada transacción se almacena solo una vez, en una única cuenta o registro centralizado.
Además, dada la distribución global de estos nodos, los problemas con la latencia de los datos y la disponibilidad de los participantes pueden ralentizar la validación de los datos. Esto socava aún más las perspectivas de uso de las stablecoins en las transacciones cotidianas, particularmente en las economías avanzadas, donde ya existen sistemas de pago minoristas rápidos y eficientes.
Estados Unidos pagará por alejar a India
Las stablecoins podrían ser útiles en transacciones minoristas transfronterizas, especialmente en remesas. Pero, si bien las remesas son importantes para muchas economías, su escala es limitada: se envían alrededor de $700 mil millones anualmente, menos que el PIB de un país europeo de tamaño mediano y una pequeña fracción del PIB de EE. UU. En cualquier caso, una familia en un país en desarrollo que reciba stablecoins de un pariente que trabaja en Europa o EE. UU. aún tendría que asumir los costos de convertirlas a la moneda local (o billetes de dólar estadounidense), para poder usar los fondos en casa.
Uno podría suponer que las stablecoins son más adecuadas para los pagos mayoristas: el número de transacciones es mucho menor, las cantidades son mayores y la liquidación "instantánea" es irrelevante. Pero aquí también surgen problemas. Las transacciones en una blockchain no son anónimas sino "seudónimas": todas las transacciones son totalmente visibles, pero los propietarios de las billeteras se identifican solo mediante direcciones que comprenden una larga cadena de números y letras. El problema es que, si un proveedor quiere que se le pague, debe compartir la dirección de su billetera con su cliente, quien luego puede seguir todas las transacciones futuras que involucren esa billetera, incluyendo, potencialmente, información comercial sensible. El cliente incluso podría compartir la dirección con los competidores del proveedor.
Primera infancia: la inversión con mayor retorno que el mundo sigue descuidando
Los criminales —como los que llevan a cabo ataques de ransomware— eluden este problema reenviando inmediatamente los pagos a otra billetera o incluso a varias billeteras nuevas. Pero las empresas legítimas no pueden ocultar sus cuentas de esta manera sin levantar señales de alerta para posibles socios y clientes y, potencialmente, provocar investigaciones de lavado de dinero. Si bien existen formas menos sospechosas de minimizar este problema, complican la gestión de efectivo. Las stablecoins simplemente no son un medio de pago conveniente en la industria o entre bancos, y también es poco probable que se conviertan en una inversión popular ya que no rinden intereses.
Fundamentalmente, las barreras para el uso generalizado de las stablecoins son estructurales: no se pueden superar sin transformar fundamentalmente cómo funciona el instrumento. A medida que esto se haga evidente para las empresas, los consumidores y los inversores financieros, es probable que la histeria actual se apague. La "respuesta estratégica" de Europa a la Ley GENIUS debería ser mantener la calma.
(*) Daniel Gros es director del Instituto de Políticas Europeas en la Universidad de Bocconi. (Project Syndicate)