Orgullo nacional

El cielo no es el límite de la carrera espacial de Argentina

“Mientras el mundo asiste a una revolución de US$ 600.000 millones anuales, con proyecciones de casi triplicarse para 2035, Argentina se encuentra en una posición privilegiada, casi única, para no ser un mero espectador”, sostiene el autor. La clave es apuntar a la “inteligencia geoespacial”

. Foto: CEDOC PERFIL.

Unos 20 años atrás, tuve el gusto de acompañar al ex presidente Eduardo Duhalde a reunirse con uno de los empresarios argentinos más importantes del mundo, Carlos Bulgheroni, fundador de Pan American Energy, una de las empresas petroleras más significativas a nivel mundial. 

No recuerdo exactamente cuál era el tema que nos convocaba en ese momento, pero sí recuerdo la sensación de irrealidad que viví cuando Bulgheroni nos comentaba su interés y las inversiones que estaba realizando en materia de desarrollo espacial. En particular, hizo referencia a la exploración de Marte y las posibilidades de negocio a futuro que ello representaba para nuestro país.  

Más allá del recuerdo emotivo de un hombre al cual he tenido el gusto de conocer y admirar, quiero destacar su visión. A principios de los años 2000, para muchos, estos temas aún eran ciencia ficción; a lo sumo, iniciativas de las agencias espaciales de los países centrales en colaboración con las grandes corporaciones industriales mundiales, y por lo tanto, algo lejano e improbable de aprovechar en nuestro país.  

Hace apenas algunos días, el Centro de Economía Internacional (CEI) publicó un informe detallado sobre la economía espacial, arrojando luz sobre una de las oportunidades estratégicas más importantes para nuestro país en las próximas décadas. 

Fuimos la primera nación de Latinoamérica en lanzar un cohete en 1961 y la cuarta en el mundo en enviar un ser vivo - al ratón Belisario (1967)"

Mientras el mundo asiste a una revolución que está transformando el espacio en un mercado de US$ 600.000 millones anuales, con proyecciones de casi triplicarse para 2035, Argentina se encuentra en una posición privilegiada, casi única, para no ser un mero espectador sino un protagonista de primer nivel. La pregunta es si estaremos a la altura del desafío.  

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La nueva era, siguiendo la línea del informe, fue bautizada como New Space Economy y ha demolido los paradigmas del pasado. La carrera espacial ya no es un club exclusivo de superpotencias con presupuestos estatales faraónicos, como en los tiempos de la Guerra Fría. Desde hace unos 20 años, y con un impulso arrollador en el último lustro gracias a empresas como SpaceX, el sector privado ha irrumpido con una fuerza transformadora. El resultado es una democratización del acceso al espacio: hoy, poner un satélite en órbita cuesta menos del 8% de lo que costaba antes del año 2000. Esta drástica reducción de costos, impulsada por cohetes reutilizables, la fabricación en serie y la miniaturización de satélites, ha abierto un universo de posibilidades comerciales.  

Hemos desarrollado la constelación SAOCOM, cuyos satélites de observación con radar son de los más avanzados del mundo, capaces de generar información crítica para el agro y la gestión de emergencias"

Frente a este escenario global, es fácil caer en la tentación de pensar que corremos de atrás. Pero el informe nos recuerda que Argentina no es un improvisado en esta cancha. Nuestra historia espacial es sólida y pionera: fuimos la primera nación de Latinoamérica en lanzar un cohete en 1961 y la cuarta en el mundo en enviar un ser vivo - al ratón Belisario - al espacio en 1967. Este legado no es una anécdota, sino el cimiento sobre el que se construyó un ecosistema científico-tecnológico de excelencia, con la CONAE como cerebro planificador y la empresa INVAP S.A. como su brazo ejecutor de clase mundial.  

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Los logros son tangibles y motivo de orgullo nacional. Somos uno de los pocos países del planeta capaces de diseñar y fabricar satélites de telecomunicaciones de gran porte como los ARSAT-1 y ARSAT-2, que garantizan nuestra soberanía en las comunicaciones. 

Y hemos desarrollado la constelación SAOCOM, cuyos satélites de observación con radar son de los más avanzados del mundo, capaces de generar información crítica para el agro y la gestión de emergencias sin importar si es de noche o si el cielo está cubierto de nubes. Esta capacidad nos ha convertido en un actor internacional confiable, como lo demuestra la firma de los Acuerdos Artemis con Estados Unidos o la cooperación con el programa europeo Copernicus.  

Pero el verdadero motor de la nueva economía espacial reside en la agilidad y la innovación del sector privado. Y aquí también tenemos motivos para el optimismo. El informe destaca cómo, de la mano de INVAP y la CONAE, ha florecido un vibrante ecosistema de startups. 

El caso de Satellogic es emblemático: una empresa que nació en una incubadora en Bariloche, hoy cotiza en el NASDAQ de Nueva York y opera una de las constelaciones de microsatélites de observación más grandes del mundo. Junto a ella, decenas de emprendimientos como Epic Aerospace, Tlon Space o Innova Space están desarrollando desde remolcadores espaciales hasta picosatélites para el "internet de las cosas".  

Sin embargo, el informe señala el que quizás sea el mayor desafío y, a la vez, la mayor oportunidad. La verdadera mina de oro de esta nueva economía no está solo en construir y lanzar satélites (el segmento upstream), sino en desarrollar las aplicaciones que utilizan los datos que estos generan (el segmento downstream). Es lo que se conoce como "inteligencia geoespacial": la capacidad de transformar imágenes y señales satelitales en información valiosa para optimizar cosechas, explorar recursos naturales, planificar ciudades inteligentes o monitorear el cambio climático. Este es el sector que más crecerá, y es aquí donde la conexión con nuestra economía real es directa e inmediata.  

Pero no podemos ser ingenuos. El documento también enciende una luz de alerta: varias de estas startups innovadoras, como la propia Satellogic, han decidido mudar sus centros de producción a otros países en los últimos años. Esta fuga de talento y de empresas es una advertencia que no podemos ignorar. De nada sirve ser una cuna de excelentes recursos humanos y proyectos de vanguardia si no creamos las condiciones de previsibilidad, estabilidad y competitividad para que ese valor se desarrolle y se quede en el país.  

Nuevamente, Argentina se encuentra ante una gran oportunidad, y al igual que con otros casos a los que me he referido con anterioridad - agroindustria, minería, sector cárnico, incubadoras de empresas, entre otros – contamos con un capital humano de altísimo nivel, reconocido internacionalmente, instituciones públicas sólidas y un ecosistema emprendedor dinámico. 

Estamos en una encrucijada histórica. Podemos potenciar esta industria estratégica, articulando al sector público con el privado. Para ello, debemos potenciar y revitalizar los institutos que han inscripto nuestro nombre en los albores de la industria espacial. El cielo ya no es el límite, pero la ventana de oportunidad no estará abierta para siempre. Es hora de trazar un rumbo claro y despegar.

* Director ejecutivo del MPA y Secretario General de la Cámara de Comercio Argentina-Turca; ex intendente de General San Martín, Diputado Nacional y Ministro de la Producción de la Provincia de Buenos Aires