Piscopolítica

La avería del ducto democrático

El orden democrático es “un sistema de conductos múltiples que sostiene la respiración constitucional de una comunidad política. Cuando ese ducto se tapa, se asfixia la democracia” dice el autor. Cómo manejar los impulsos sociales que llevan a la destrucción.

Congreso de la Nación Foto: Noticias Argentinas

Las democracias no colapsan: se tapan, como un ducto que deja de respirar. Y cuando eso ocurre, la política queda a merced de las pulsiones más destructivas. Actualmente, la República Argentina enfrenta ese riesgo.

Un ducto es, en términos generales, un conducto diseñado para transportar algo de un punto a otro. Puede ser natural o construido por el ser humano y su función varía según el contexto.

El ducto democrático puede entenderse como la estructura institucional,  procedimental y cultural que permite que la voluntad popular, el sistema de derechos y los límites al poder circulen efectivamente dentro del sistema republicano. De la misma manera que un ducto físico garantiza el flujo ordenado de aire, energía o información, el ducto democrático garantiza el flujo ordenado de legitimidad, eficacia de los derechos más allá de las mayorías eventuales y control del poder. 

Es una metáfora estructural que engloba los canales por donde transitan la representación popular, la deliberación democrática, la transparencia en la gestión pública, el control republicano efectivo, la satisfacción de los derechos y la rendición de cuentas. Constituye un sistema de conductos múltiples que sostiene la respiración constitucional de una comunidad política. Cuando ese ducto se tapa, se asfixia la democracia. Cuando se obstruye, emerge el decisionismo. Cuando se quiebra, florecen las derivas autocráticas que erosionan, silenciosamente o a plena luz del día, el equilibrio republicano.

A lo largo de la historia, el ducto democrático adoptó distintas formas evolucionando,después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, hacia una concepción más sustancial anclada en la dignidad humana y menos voluntarista para evitar que se repitiera el error de no limitar el deseo de mayorías coyunturales de arrasar desde adentro con el sistema democrático liderados por autócratas que imponían el “derecho” a partir de su voluntad. Fue el triunfo de las constituciones con fuerza normativa y de los derechos humanos más allá de la soberanía estatal.

Cuando el ducto democrático se quiebra, florecen las derivas autocráticas que erosionan, silenciosamente o a plena luz del día, el equilibrio republicano.

A partir de dicho contexto, las indudables “deudas de la democracia” que emergieron siempre trataron de ser canalizadas dentro de los procedimientos democráticos debido a que existía un pacto de convivencia pacífica en el marco de sociedades plurales que se mantenía intangible a pesar de las crisis. La discusión estaba centrada en los “medios” pero no en los fines o en los elementos constitutivos del sistema democrático.

Actualmente, en varios países pero principalmente en nuestro país, el ducto democrático parece estar seriamente averiado. Un presidente electo sin mayoría en el Congreso, sin gobernadores del mismo color y sin intendentes propios pudo gobernar durante dos años como un autócrata sustituyendo al Congreso mediante decretos de necesidad y urgencia que no cumplían con los requisitos previstos por la Constitución, anulando la función del Congreso mediante el uso arbitrario del veto o la suspensión de leyes insistidas luego de un veto a través de un simple decreto, dictando decretos delegados por fuera de las bases establecidas en una ley votada irresponsablemente por muchos legisladores que ahora hipócritamente se horrorizan por sus efectos, descalificando indignamente a cualquier opositor a través de fuerzas de asalto digital paraestatales, ahogando el derecho de acceso a la información pública un decreto reglamentario, denigrando a los periodistas críticos mediante la calumnia permanente bajo el mote de “ensobrados”, arrasando con los derechos de sectores vulnerables como los jubilados, los niños y niñas, las personas con discapacidad con una crueldad inusitada, etc. 

Lo hizo sin que ningún obstáculo institucional robusto pudiera ponerle un límite concreto ¿Era tan fácil ser un autócrata en la República Argentina? La victoria electoral en las elecciones intermedias, como una suerte de síndrome emocional del siglo XXI, no solo convalidó la preocupante avería del ducto democrático, sino que habilitó que, al menos hasta 2027, el “derecho” sea o las “instituciones” funcionen en base a la exclusiva decisión que adopte el presidente Javier Milei.     

La agonía del sistema democrático: ¿urgencia de una reforma constitucional?

En 1932, Albert Einstein eligió a Sigmund Freud para dialogar sobre la pregunta más incómoda del siglo XX: “¿Por qué la guerra?”. Freud respondió desde la arquitectura pulsional de la vida psíquica. Dos fuerzas fundamentales -Eros, la pulsión de vida, y Thanatos, la pulsión de muerte- conviven de manera permanente en cada ser humano. De ese equilibrio inestable depende la capacidad de producir vínculos, construir cooperación y sostener instituciones. 

Eros crea comunidad, Thanatos la destruye. Eros habilita la palabra, Thanatos precipita el golpe. Eros construye el derecho, Thanatos impone la fuerza. Este intercambio ilumina de forma extraordinaria lo que acontece cuando el ducto democrático se obstruye.

Las instituciones y los procedimientos tienen la función de canalizar la pulsión de muerte colectiva, convirtiendo la violencia en derecho, la agresión en norma, la fuerza en procedimiento. Cuando el ducto funciona, Eros predomina, cuando el ducto se avería, Thanatos se filtra por las rendijas del sistema y tensiona su arquitectura desde adentro.

Si hay una lección que podemos recuperar de aquel intercambio epistolar es que la democracia no fracasa de un día para otro. 

El ducto se erosiona por silencios, por renuncias, por tolerancia a la irregularidad, por desatención a los procedimientos, por desprecio a la ley, por la complicidad del sistema judicial. Pero también puede fortalecerse mediante decisiones colectivas de compromiso constitucional. En cada generación, la tarea es la misma: mantener abierto el ducto democrático para que la pulsión de vida circule y la pulsión de muerte no encuentre cauce institucional. La democracia no es solo un régimen. Es, como diría Freud, un acto civilizatorio. Y como todo acto civilizatorio, requiere elegir -una y otra vez- el camino de Eros por encima del de Thanatos.

* Doctor en Derecho y Posdoctor en Derecho –UBA-, Profesor de derecho constitucional y derechos humanos (UBA y UNLPam)