A cuatrocientos metros del palacio presidencial en el centro de Buenos Aires, un trabajador de la construcción organiza un almuerzo para las 25 personas que integran su equipo.
En lugar de ir a buscar sándwiches a una tienda cercana, prepara dos grandes tiras de asado y chorizos sobre la pala de 90 centímetros (tres pies) de alto de una perforadora mecánica que hace las veces de parrilla improvisada.
“Es un lujo que no estamos dispuestos a abandonar”, dice Carlos, uno de los obreros, que pagará 135 pesos (US$3,80) por la carne servida sin ensalada y sin plato siquiera. “Sin el asado del fin de semana, no sobreviviríamos”.
Los argentinos están dispuestos a sacrificar mucho en medio de la recesión más prolongada en 17 años -desde comprar pan duro hasta abandonar las pastas de marca-. Pero no piensan renunciar a la carne vacuna.
En el sexto país ganadero más grande del mundo, la carne asada está tan arraigada en las costumbres culinarias y sociales que el consumo demuestra ser resistente al ajuste. Los argentinos devoraron sus famosos cortes asados a un ritmo anual de 57,7 kilos (127 libras) por persona en los 10 primeros meses, un nivel levemente más alto que el de los dos últimos años, según datos reunidos por la cámara de la industria de la carne CICCRA. Una caída en septiembre duró poco en tanto el consumo repuntó en octubre.
Estos datos demuestran que Argentina continúa siendo más carnívora per cápita que buena parte de las naciones más ricas. Obviamente, es algo que puede no resultar sorprendente considerando lo tierna y sabrosa que es la carne de animales alimentados con pasturas que produce el país.
Pero esto sucede en un momento en que se predice que la economía se contraerá un 2 por ciento este año, la inflación alcanza alrededor del 40 por ciento, el desempleo roza el 10 por ciento y el peso se devaluó casi un 50 por ciento, el porcentaje más alto entre las monedas emergentes. No sorprende, pues, que la confianza de los consumidores se encuentre en el punto más bajo desde que asumió el presidente Mauricio Macri a fines de 2015.
Otros productos básicos se están viendo muy afectados.
El consumo de pan se desplomó 40 por ciento de agosto a septiembre, según una organización que representa a 300 panaderías, en parte debido a un aumento de los costos conforme Macri reduce los subsidios a la energía. Algunas dejaron de regalar el pan al final del día y lo venden con una rebaja del 50 por ciento.
“Es la peor crisis que he visto en mis 76 años”, dijo por teléfono Daniel Insúa, asesor y expresidente de la Asociación de Panaderías del Oeste. “Muchos de nuestros miembros están volviendo a los hornos de madera porque es más barato que usar gas natural”.
El consumo de gasolina premium también bajó en razón de que el público opta por el combustible común más barato, mientras que los consumidores buscan calidad inferior en el mercado en productos como las pastas, el arroz y las bebidas gaseosas. Pero casi no hay evidencia de que busquen proteínas más baratas.
“Algunos, sobre todo jubilados, compran menos carne, pero no dejan de comprarla”, dijo Delfina Porcel, carnicera y almacenera del barrio porteño de Constitución. “La mayoría ha dejado de comprar tomates o lechuga pero no carne”.