Durante los últimos cinco años, Nancy Okail ha llevado una vida relativamente segura en el exilio. Como directora ejecutiva del Instituto Tahrir para la Política de Medio Oriente, tenía un perfil suficientemente alto para no preocuparse demasiado por las amenazas anónimas y el hostigamiento dirigido por el régimen egipcio del que huyó.
Entonces Jamal Khashoggi fue asesinado. "Conocí a Jamal", me dijo en una entrevista esta semana. Ambos formaban parte de un estrecho círculo de disidentes árabes que vivían en Washington y sus alrededores. Si su asesinato es atribuido a alguien que no sea el príncipe heredero de la corona saudita, Mohammed bin Salman, "entonces esta es una licencia para matarnos a todos", sostuvo.
Al igual que Khashoggi, Okail es una habitante permanente en Estados Unidos. En 2013 fue juzgada en ausencia en el primer juicio público importante de disidentes y activistas que participaron en la revolución de 2011 en Egipto. Cuando la retuvieron en una celda cerca de la sala de audiencias para su juicio, leyó "Homenaje a Cataluña", el devastador relato de George Orwell de las depravaciones de los fascistas y comunistas en la guerra civil española.
De manera que es fácil entender por qué Okail está preocupada. Ella sabe que el presidente egipcio, Abdel-Fattah El-Sisi, como el resto del mundo, está atento la respuesta de EE.UU. a Arabia Saudita. Si EE.UU. castiga a la ligera a Arabia Saudita por el asesinato de Khashoggi, dice Okail, El-Sisi lo verá como un permiso para perseguir a los disidentes que viven en el extranjero.
Esto no es tan hipotético para los cientos de egipcios exiliados por El-Sisi. Incluso antes del asesinato de Khashoggi, el régimen traspasó las fronteras con su hostigamiento a los disidentes exiliados, por ejemplo, las amenazas recientes contra Bahey El-Din Hassan, periodista y activista de derechos humanos que ahora vive en París. Mientras viajaban a Italia en mayo de 2017, Hassan y un grupo de disidentes egipcios fueron seguidos y fotografiados por oficiales de seguridad egipcios. Posteriormente, un miembro del Parlamento egipcio y aliado de El-Sisi dijo en su programa de televisión que el gobierno debería "secuestrar" a esos exiliados egipcios y llevarlos a casa "en ataúdes".
Hay formas más sutiles de intimidación. El mismo día en que Okail declaró ante el Congreso en 2015, me dijo, la policía egipcia que trataba de arrestarla se presentó en la casa de su padre y en la casa de su exesposo, donde vivían sus hijos. La televisión estatal dijo que era una traidora.
Hassan dijo que comenzó a recibir amenazas de muerte anónimas un mes después de que El-Sisi ganara su primera elección en 2014. Después de consultar con aliados y diplomáticos occidentales, decidió abandonar Egipto. Ahora dice que le preocupa no estar seguro en el exilio.
Tanto Hassan como Okail dijeron que ellos y otros exiliados egipcios ahora deben evaluar cuidadosamente cuánto –o incluso si es que– deben ir al extranjero. "Viajamos, vamos a conferencias", dijo Okail. “No tengo miedo de que me pase algo en EE.UU., pero voy a Turquía y a otros lugares. Se puede hacer que las cosas parezcan un accidente".
Por supuesto, en el caso de Khashoggi, los sauditas ni siquiera se molestaron en hacer eso. Según fuentes del Congreso, es probable que la administración Trump apruebe sanciones contra los saudíes que participaron en el asesinato de Khashoggi. También hay un esfuerzo para exigir la liberación de activistas a favor de los derechos de las mujeres y a otras personas de las cárceles sauditas.
Eso es un comienzo, pero no es suficiente, especialmente si el gobierno de EE.UU. termina por respaldar la historia de encubrimiento saudita que absuelve al príncipe heredero de la responsabilidad. Al igual que Okail, Hassan dijo que es imperativo que el propio Mohammed bin Salman sea responsabilizado por este crimen. Ese es el único detalle que le importa a El-Sisi, dijo.
Atribuir la responsabilidad al príncipe heredero no está exento de riesgos. Al igual que Egipto, Arabia Saudita sigue siendo un aliado vital de EE.UU. en Medio Oriente. Al mismo tiempo, existe el riesgo de que otros importantes aliados de EE.UU., como Egipto, sigan el modelo saudita si se permite al príncipe heredero asesinar a un exiliado en el extranjero.
Para el presidente Donald Trump y su gabinete, la respuesta a la muerte de Khashoggi tiene relación con equilibrar los valores e intereses de EE.UU. Para Okail y Hassan, la respuesta de EE.UU. es una cuestión de vida o muerte.
Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.