Por al menos tercera vez en los últimos 10 años, las economías avanzadas tienen una exposición avanzada y acelerada a algo mucho más conocido para el mundo en desarrollo. La esperanza es que, en el proceso de diseño de las políticas adecuadas para lidiar con los efectos de la propagación del coronavirus, también aprendan las lecciones de los países emergentes más rápida y completamente esta vez.
El coronavirus ha desatado una serie de perturbaciones económicas y sociales alrededor del mundo, como viajes de trabajo cancelados, un número cada vez mayor de escuelas cerradas y compras de pánico que han vaciado los escaparates de las tiendas. Estas acciones difunden el miedo y la desinformación inadvertidamente, lo que amplifica los efectos económicos y sociales.
Para la economía, los golpes simultáneos a la oferta y la demanda socavan casi todos los principales motores de la actividad económica: el consumo, la inversión y el comercio, pero no el gasto gubernamental. Además, al recortar las ganancias corporativas, el golpe impacta los mercados financieros, lo que alimenta la volatilidad y abre la posibilidad de un mayor daño económico debido a las fuertes caídas de los precios amplificadas por eventos de ventas por estrés financiero y falta de liquidez.
Es raro que los países desarrollados sufran golpes simultáneos a la oferta y la demanda que golpeen tanto la fabricación como los servicios, tengan consecuencias internas y externas y no respondan mucho a las medidas económicas tradicionales. En este caso, el establecimiento de un fondo económico sólido requiere avances médicos relacionados con la contención, el tratamiento y la inmunización de los virus. Incluso en el mundo en desarrollo, esos golpes simultáneos son raros, excepto para los países frágiles y fallidos donde el conflicto armado y la agitación civil perturban la producción y, ante la severa sensación de inseguridad o el empobrecimiento directo, también devastan el consumo.
En cuanto a lecciones de política y económicas de los países desarrollados para el mundo en desarrollo, hay otros dos ejemplos en la última década.
La primera fue justo después de la crisis financiera, cuando se superaron las fallas en los mercados financieros, el enfoque de política tomó una orientación excesivamente cíclica y no logró apreciar los desafíos estructurales para el crecimiento. La sabiduría tradicional en el momento, la cual probó ser errónea, era que el shock del crecimiento negativo sería rápidamente reversible y que, a diferencia de sus contrapartes en desarrollo, los países desarrollados debían preocuparse más por las fuerzas cíclicas que por las estructurales. También hay que considerar la noción anterior predominante de que la experiencia japonesa —con sus rendimientos ultrabajos, una política monetaria cada vez menos efectiva y un crecimiento económico persistentemente bajo— "no podía ocurrir aquí".
El segundo fue en Europa durante la crisis de deuda de la región, cuando, particularmente en 2012, el contagio de Grecia y otros países en mayor estrés financiero se esparció y amenazaba con convertir los desafíos de liquidez en problemas de solvencia.
Esperemos que en la situación actual, los formuladores de política en las economías avanzadas aprendan mejor las lecciones a partir de las experiencias de los países en desarrollo. Una particularmente importante para la restauración de la actividad económica es no desperdiciar la limitada flexibilidad de política en acciones que no abordan los motores subyacentes del distanciamiento y la inseguridad económicos. En cambio, las intervenciones de política deben enfocarse en proteger los segmentos más vulnerables de la población y favorecer los segmentos económicos críticos para la recuperación. En cuanto a la importante tarea de aliviar el estrés en el sistema financiero funcional, utilizar medidas que apunten con precisión en vez de inundar el sistema con liquidez general.
Las acciones efectivas son vitales para mantener la confianza en las autoridades económicas, y los países desarrollados asediados por el virus no pueden darse el lujo de repetir los errores demasiado conocidos por todos en los países en desarrollo.