BLOOMBERG
Pandemia de coronavirus

Carrera contra la muerte: así trabajan los mejores científicos para vencer al coronavirus

Desarrollar una vacuna o un tratamiento para un virus recién descubierto es un esfuerzo minuciosamente lento y detallado. Encontrar un compuesto que funcione, probarlo en animales y luego implementarlo en ensayos clínicos en humanos puede llevar años.

Mike-Ryan.jpg
Mike-Ryan.jpg |

Desarrollar una vacuna o un tratamiento para un virus recién descubierto es un esfuerzo minuciosamente lento y detallado. Encontrar un compuesto que funcione, probarlo en animales y luego implementarlo en ensayos clínicos en humanos puede llevar años. E incluso los mejores expertos en virología y epidemiología suelen trabajar en la oscuridad, pasando largas y solitarias horas en el laboratorio y obteniendo un interés fugaz solo cuando una enfermedad desconocida genera titulares. El nuevo coronavirus ha cambiado todo eso.

“Tengo 57 millones de cosas que hacer a la vez”, dice Sarah Gilbert, una investigadora de la Universidad de Oxford que ideó una vacuna considerada una de las principales candidatas para detener el brote. Al igual que a otros líderes en la batalla por contener el Covid-19, le falta sueño y tiempo mientras reúne fondos y solicita información sobre cómo poner rápidamente la vacuna en producción.

Gilbert es una de tantos héroes de la crisis actual, científicos que compiten contra un virus que está causando temor y estragos en todo el mundo. Desde Asia hasta Europa, América del Norte y África, los expertos en enfermedades infecciosas están probando vacunas, desarrollando nuevas pruebas para el virus o ideando estrategias innovadoras de salud pública para controlar el brote. Esta es una historia sobre las personas que trabajan a toda máquina para salvarnos de la pandemia.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Comienza en China, donde los médicos y los científicos desempeñaron roles fundamentales para alertar al mundo sobre lo que se llamaría COVID-19. Pocos merecen más crédito por hacer sonar la alarma que Ai Fen, jefa del departamento de emergencias del Hospital Central de Wuhan. El 30 de diciembre, recibió un informe de laboratorio sobre un paciente con neumonía inexplicable. Ai dice que estalló en un sudor frío mientras rodeaba las palabras “coronavirus SARS” en tinta roja.

Después de notificar a sus superiores y advertir a sus colegas médicos que tomaran precauciones, envió capturas de pantalla del informe a sus antiguos compañeros de la escuela de medicina. “Si hubiera sabido cómo se desarrollaría esto, no me habría preocupado de que me reprendieran”, dijo a la revista china Renwu. “Habría corrido la voz en todas partes”.

Aun así, el informe de Ai rebotó entre los médicos de la ciudad, terminando con Li Wenliang, el oftalmólogo de 34 años que se hizo conocido como el denunciante de Wuhan. Comenzó a alertar al público sobre el peligroso virus que se propagaba por la ciudad, incluso cuando los funcionarios chinos insistían en que no había transmisión de persona a persona. Murió en febrero después de infectarse, lo que provocó una ola de críticas sobre la manera en que China manejó el brote.

“No soy una denunciante”, dijo Ai a Renwu. “Yo fui quien distribuyó la alarma”. Un superior en el hospital la regañó por “difundir rumores” enviando mensajes de texto a otros médicos sobre el virus. Los censores chinos han intentado borrar su entrevista de Internet, pero los blogueros la han capturado y vuelto a publicar. No respondió a solicitudes de comentarios.

Mientras Ai estaba alertando a otros médicos, investigadores en Shanghái dirigidos por Zhang Yongzhen estudiaban un espécimen de un paciente de Wuhan con fiebre inexplicable. El equipo de Zhang concluyó que la muestra era un nuevo coronavirus similar al SARS. Comenzaron a secuenciar el genoma completo del virus, que fue publicada el 11 de enero en virological.org por Edward Holmes, un virólogo de la Universidad de Sídney que forma parte del consorcio de Zhang. Zhang, investigador de la Universidad de Fudan, declinó hacer comentarios.

Con la publicación del genoma, los expertos en enfermedades infecciosas de todo el mundo se abalanzaron sobre el código en un apuro por comprender qué tan rápido podría propagarse este nuevo patógeno y cuán mortal podría volverse.

Gran Bretaña

Gilbert dirige el programa de patógenos emergentes en el Instituto Jenner de Oxford, llamado así por el médico que inventó la vacuna contra la viruela en el siglo XVIII. Cuando se enteró de la propagación del nuevo coronavirus en China durante las vacaciones de Año Nuevo, la inmunóloga tuvo una idea de lo que podría estar en juego. Había estado supervisando los ensayos clínicos de una vacuna contra otro coronavirus que causa neumonía respiratoria y provocó una crisis de salud pública mundial en 2014: el síndrome respiratorio del Medio Oriente (MERS). Cuando surgió por primera vez, el MERS parecía excepcionalmente peligroso, matando a aproximadamente un tercio de los infectados. Pero si bien se extendió a 27 países y más de 850 personas murieron a causa del virus, no es tan fácil de transmitir como el virus que causa la COVID-19.

El año pasado, cuando el nuevo virus surgió en China, Gilbert estaba comenzando una segunda serie de ensayos en humanos en Arabia Saudita para una vacuna contra el MERS, a fin de demostrar que es segura y desencadena una respuesta inmune. “Sabemos que funciona en un mono”, dice Gilbert. “No estaba claro si era efectiva en humanos porque no había suficientes casos de MERS para descubrirlo”.

“Podemos pasar de la secuencia a la vacuna en muy poco tiempo”

Eso no será un problema con el brote actual, que ha infectado a más de medio millón de personas en todo el mundo. Tan pronto como los científicos de Shanghái publicaron la secuencia genética para el virus, el equipo de Gilbert comenzó a fabricar una vacuna contra la COVID-19 para probar en ratones, utilizando la misma técnica que utilizó para la vacuna contra el MERS: la proteína enriquecida del coronavirus se agrega a un adenovirus, un portador inofensivo, para producir una vacuna que estimule una respuesta inmune y proteja el cuerpo.

Gilbert fue una de los varios investigadores que respondieron a un llamado de la Organización Mundial de la Salud en 2015 para proponer metodologías para desarrollar vacunas contra el ébola, el MERS y un grupo de otras enfermedades menos notorias pero aterradoras. La lista de la OMS también incluía la “Enfermedad X”, ese patógeno desconocido que acecha a la vuelta de la esquina esperando provocar una pandemia mundial. Gilbert propuso la plataforma de su equipo, que permite a los investigadores responder rápidamente a nuevas enfermedades a medida que surgen. “Podemos pasar de la secuencia a la vacuna en un espacio de tiempo muy corto”, dice ella.

La vacuna contra la COVID-19 de Gilbert es una de aproximadamente tres docenas en desarrollo alrededor del mundo. Si bien todas tienen sus puntos fuertes y débiles, y algunas están más avanzadas que otras, los científicos dicen que es bueno tener tantas ideas competitivas, porque cualquiera de ellas corre el riesgo de ser rápidamente cerrada si surgen problemas de seguridad.

Una cosa que comparten todos los equipos es la sed de efectivo, que siempre es escaso. En febrero, Coalition for Epidemic Preparedness Innovations, un grupo en Oslo fundado en 2017 para financiar el desarrollo de vacunas, le dio dinero a Gilbert para producir suficiente vacuna para pruebas a pequeña escala. Luego, el 24 de marzo, el equipo de Gilbert ganó una subvención de 2,2 millones de libras (US$2,7 millones de dólares) del gobierno del Reino Unido para ayudar a pagar los ensayos clínicos en humanos, que se espera comiencen en abril.

“Estamos trabajando todo el día”, dice ella. “Tenemos muchos planes para desarrollar”.

Estados Unidos

Si bien es probable que pase un año o más antes de que una vacuna esté lista, hay una creciente esperanza de que los medicamentos para tratar a los pacientes con COVID-19 puedan aliviar los efectos de la enfermedad. Los científicos observan de cerca los ensayos clínicos dirigidos por Andre Kalil, un médico de 54 años especializado en neumonía en el Centro Médico de la Universidad de Nebraska.

El especialista en enfermedades infecciosas de origen brasileño está supervisando los primeros ensayos clínicos en EE.UU., los cuales buscan determinar si un medicamento experimental llamado remdesivir podría ayudar a los pacientes que padecen el coronavirus. El ensayo, con más de 100 pacientes en docenas de hospitales, arrojará resultados iniciales en una semana más o menos, pero por ahora incluso Kalil no sabe qué pacientes están recibiendo el medicamento o solo el tratamiento de apoyo estándar.

“Mi esperanza es que esto pueda cambiar el juego, pero como clínico y científico no tengo forma de saber si este medicamento está funcionando o no”, dice. “Esa es la única manera de hacer una buena ciencia”.

Tan pronto como Kalil vio los informes sobre el coronavirus en China en enero, él y su equipo comenzaron a investigar posibles terapias, pensando: “tenemos que comenzar a prepararnos para lo peor”.

Eso los llevó a remdesivir, desarrollado por primera vez por Gilead Sciences Inc. Aunque había resultado decepcionante como tratamiento contra el ébola, remdesivir se había estudiado en animales contra otros coronavirus, como el SARS y el MERS. “Los datos son convincentes”, dice. “Pero cada virus es muy diferente”.

En febrero, la Unidad de Biocontención del Centro Médico de Nebraska recibió a los primeros pacientes que regresaron a Estados Unidos desde el Diamond Princess, un crucero que había sido puesto en cuarentena frente a Yokahama, Japón, después de un brote de coronavirus. Un estadounidense del barco fue el primer voluntario para la prueba, y ahora el equipo de Kalil está inscribiendo nuevos pacientes todos los días a medida que el virus se propaga en la comunidad local. El hospital está tratando a pacientes de COVID-19 en dos pisos, y Kalil y su personal controlan regularmente sus propias temperaturas para asegurarse de que no se infecten ellos mismos. “Va más rápido de lo que predije”, dice. “Es una carrera contra el tiempo”.

Al igual que muchos expertos en enfermedades infecciosas, Kalil dice que aprendió lecciones importantes del brote de ébola en 2014-2016. Si bien el brote cobró miles de vidas y duró casi dos años, los científicos no tuvieron tiempo suficiente para completar estudios rigurosos diseñados para prevenir el sesgo –ensayos aleatorios en los que ni los médicos ni los pacientes saben quién está recibiendo el medicamento o un placebo– o ignoraron esos controles vitales por completo.

“¿Qué aprendimos?”, pregunta Kalil. “No aprendimos absolutamente nada en términos de nuevas terapias. No podemos permitirnos repetir esto”.

Kalil teme que hoy se pueda cometer el mismo error, mientras los médicos de todo el mundo distribuyen tratamientos no probados sin el rigor de los ensayos clínicos. Eso incluye la cloroquina, el medicamento antipalúdico, y los antivirales contra el VIH lopinavir y ritonavir, los cuales se han utilizado para tratar a pacientes con COVID-19, pero pueden ser tóxicos y no han sido aprobados para su uso contra el nuevo coronavirus.

“Si estos medicamentos pueden ser útiles para eliminar el coronavirus, son buenas noticias, pero nunca lo sabremos a menos que haya un ensayo aleatorizado y controlado”, dice. “Tenemos que ofrecer a nuestros pacientes ciencia real. Es la única forma de ayudarlos”.

La OMS

Para el hombre que lidera la respuesta del coronavirus en la Organización Mundial de la Salud, el hecho de que científicos como Kalil tengan que apresurarse a probar nuevas terapias potenciales es ridículo. ¿Por qué, pregunta, no se hizo esto hace años, y por qué tenemos tan pocos medicamentos antivirales efectivos?

“Es casi ridículo dada la magnitud de la amenaza percibida”, dice Michael Ryan, jefe del programa de emergencias sanitarias de la agencia de la ONU. “Todavía estamos volviendo a los mismos medicamentos antiguos que hemos estado usando durante 20 años”.

El trabajo de Ryan es llevar a los 194 estados miembro de la OMS a desarrollar tratamientos y almacenar recursos para prepararse para una pandemia en tiempos de calma. El mundo gastó alrededor de US$1.000 millones para detener la epidemia de ébola en la República Democrática del Congo el año pasado, pero los países vecinos solo obtuvieron una quinta parte de los US$65 millones que solicitaron de las naciones más ricas para prepararse para el próximo brote.

“Cuando llega la crisis, reaccionamos y decimos, ¿por qué no hice algo al respecto antes?”, dice. “Esa es la condición humana. Pero la realidad es que el precio que pagamos por eso como sociedad es muy alto”.

Sin embargo, las agendas políticas de los países más ricos –que contribuyen con la mayor parte de los fondos de la OMS– pueden superar las recomendaciones de la agencia. Con poco poder para hacer cumplir la ley y una historia de no enfrentarse a los gobiernos durante las crisis de salud, la OMS es ridiculizada con frecuencia como sin dientes.

La crítica viene de todos lados. Cuando Ryan y el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, elogiaron a China por su enfoque de “láser” para abordar la COVID-19 en enero, los críticos los atacaron por sonar como peones de Pekín. Luego, seis semanas después, fue atacado por una velada crítica a los gobiernos que responden lentamente. “La velocidad triunfa sobre la perfección”, dijo Ryan durante una conferencia de prensa el 13 de marzo. “Sean rápidos. No tengan remordimientos”.

Ryan tiene poca paciencia para tales debates e insiste en que los países deben buscar un contacto agresivo para contener el brote. Ha entendido la importancia de una acción rápida y decisiva desde la primera emergencia que enfrentó, un brote de ébola en Gabón en la década de 1990.

“En una crisis, no tienes el lujo del tiempo, y tienes que acelerar las decisiones incómodamente”, dice. “No siempre tendrás la razón. Siempre hay que tomar una decisión antes de tener suficientes datos”.

Ryan confía en que eventualmente se desarrollará una vacuna y se encontrarán nuevas terapias, pero le preocupa si estarán disponibles para todos los que las necesiten.

“No estaré contento si recibimos una buena vacuna y solo las personas que pueden pagarla la obtienen”, dice. “Eso sería una gran tragedia”.

Senegal

Es una tragedia que amenaza con desarrollarse en África, donde los sistemas de salud frágiles y una población que ya lucha contra la malaria, el VIH y el ébola hacen que la COVID-19 sea aún más peligrosa. El virus ha tardado en llegar a África, pero el continente de 1.200 millones de personas tiene más de 4.200 casos en 46 países, y es probable que muchos más hayan pasado desapercibidos.

A la vanguardia del esfuerzo de África está Amadou Alpha Sall, un experto en enfermedades infecciosas de 50 años que dirige la rama de Senegal del Instituto Pasteur, un centro de investigación global. En enero, cuando Sall comenzó a escuchar sobre la misteriosa neumonía en China, comenzó a pensar: “preparémonos”.

El 27 de febrero, Nigeria confirmó el primer caso en África subsahariana. Cuatro días después, el día en que Senegal informó su primera infección, Sall fue convocado a una reunión en el palacio presidencial con altos funcionarios del gobierno y expertos en enfermedades. Casi al mismo tiempo, la OMS le pidió al grupo de Sall que se encargara de uno de los dos laboratorios clave que coordinan pruebas en toda la región.

Desde entonces, Sall, que estudió virología y salud pública en Francia y Gran Bretaña y ha asesorado a gobiernos de todo el mundo sobre brotes, ha estado trabajando 18 horas al día con colegas de todo África. “No duermo mucho”, dice.

Las autoridades sanitarias esperan que la experiencia del continente con el ébola ayude a combatir el coronavirus. Después de que el ébola golpeara a la vecina Guinea en 2014, el equipo de Sall fue uno de los primeros en supervisar las pruebas, una parte crucial de la respuesta. La epidemia invadió la región, causó la muerte de más de 11.000 personas y obstaculizó el tratamiento de otras enfermedades, pero Sall dice que África está en una posición más fuerte esta vez.

“En los niveles más altos, las personas son mucho más conscientes y reaccionan rápidamente”, dice. “Eso no significa que va a ser perfecto, pero va a ser mucho mejor”.

El ébola también resaltó la necesidad de que África desarrolle su propia capacidad para responder a emergencias. No hubo una vacuna contra el ébola a tiempo para ayudar a la gente de África Occidental, pero se implementó una en la República Democrática del Congo en 2018 después de un nuevo brote.

Con un socio en Gran Bretaña, Sall está desarrollando una prueba para la COVID-19 que puede arrojar resultados en tan solo 10 minutos, en lugar de las horas que lleva hoy. Aunque el costo sigue siendo una barrera, su objetivo es hacerla asequible incluso para países con sistemas de salud vulnerables. Y su tecnología de prueba está diseñada para funcionar para otras enfermedades que seguramente surgirán, impulsadas por el cambio climático, las poblaciones cada vez más móviles y la resistencia a los antibióticos.

“Vamos a vivir en una era de epidemias que se presentan regularmente”, dice. “Esta será nuestra forma de vida”.

Singapur

En medio de los esfuerzos en todo el mundo para enfrentar la COVID-19, el éxito de Singapur para controlar el virus ofrece un modelo para contener un brote. Apenas reportó sus primeras muertes por COVID-19 el 21 de marzo, casi dos meses después de que el virus llegara a la ciudad-estado. Mientras que los casos se duplicaron en la última semana a 844, principalmente debido a los viajeros que regresan a casa, las pruebas de coronavirus del país han estado entre las más agresivas del mundo. Hasta la semana pasada, Singapur había llevado a cabo más de 39.000 pruebas, una tasa más alta per cápita que Corea del Sur, ampliamente considerado exitoso en la reducción de casos a través de extensos controles.

Como directora ejecutiva del Centro Nacional de Enfermedades Infecciosas, Leo Yee Sin está ayudando a dirigir la respuesta de Singapur, implementando las lecciones aprendidas mientras combatía el SARS en 2003 y la H1N1 en 2009. A principios de enero, cuando comenzaron a surgir informes del virus de Wuhan, inmediatamente comenzó a prepararse, sabiendo que inevitablemente se dirigiría hacia ella debido a los extensos vínculos entre China y Singapur.

“El SARS llegó a Singapur sin que nos diéramos cuenta”, dice Leo, de 60 años. “Con la COVID-19, la diferencia distintiva es que la vimos venir”.

Antes de que se descubriera el primer caso en Singapur el 23 de enero, su centro ya había desarrollado su propia prueba para detectar el virus y comenzó a aumentar su capacidad para evaluaciones masivas. Singapur puede administrar más de 2.000 pruebas diarias y está trabajando para expandir eso.

Los primeros pacientes que dieron positivo recibieron tratamiento en el centro de Leo, donde los investigadores comenzaron inmediatamente a estudiar el virus. Leo esperaba que, al igual que con el SARS, los pacientes con coronavirus infecciosos mostraran síntomas que los hicieran más fáciles de detectar y poner en cuarentena antes de transmitir la enfermedad. Pronto entendió que estaba lidiando con algo completamente diferente.

“Los pacientes pueden transmitir el virus muy pronto”, dice.“La eliminación viral, para nuestra sorpresa, fue mayor en las primeras etapas de la enfermedad y disminuye a medida que la enfermedad progresa”.

Leo utilizó esa investigación temprana para aconsejar un cambio de estrategia para el Ministerio de Salud de Singapur, y recomendó que los médicos ofrezcan cinco días de licencia médica a cualquiera que muestre signos de dificultad respiratoria para que puedan quedarse en casa y no propagar la enfermedad.

La táctica de Singapur de realizar pruebas agresivas mientras rastrea y aísla contactos de personas infectadas ha funcionado en parte porque el centro de Leo tiene un lugar para poner en cuarentena a los pacientes. Hace poco más de un año, su equipo comenzó a mudarse a un nuevo edificio de 14 pisos con 330 camas dedicadas al tratamiento de enfermedades infecciosas.

“Nos consideramos muy afortunados de tener un nuevo edificio justo a tiempo para este patógeno”, dice ella. “Bromeamos entre nosotros que es un edificio muy costoso y muy costoso de mantener, pero la inversión ha retornado más de lo que esperábamos”.

Con una población de 5,7 millones, Singapur puede no ser fácil de copiar para países más grandes. Hasta ahora, ha logrado limitar la transmisión sin medidas draconianas como cerrar escuelas o centros comerciales, pero ha anunciado el cierre de bares y cines a medida que los casos continúan aumentando.

“Anticipamos que esto es solo el comienzo de la epidemia”, dice Leo. “Lo mejor que se puede hacer en términos de cierre de escuelas y distanciamiento social es cuando la epidemia está a punto de alcanzar el pico. Nadie tiene una bola de cristal para determinar cuándo será eso”.